50 años de lucha contra la construcción de un aeropuerto, un triunfo ciudadano plasmado en un enorme documental
Durante más de cincuenta años, diferentes gobiernos franceses intentaron ejecutar la construcción de un aeropuerto en la región de Nantes. La adhesión de diferentes colectivos a la actividad de la población local que rechazaba la infraestructura (y las consecuencias humanas y ambientales de su implantación) generó un gran conflicto político y territorial. Ante el desgaste acumulado, derivado de la contestación y también de la ocupación efectiva de tierras estatales, el gobierno de Emmanuel Macron anunció en 2018 que renunciaba a implementar el proyecto durante su mandato. La decisión se celebró como una victoria de la movilización popular.
Después del triunfo, los cineastas Guillaume Cailleau y Ben Russell se acercaron a la zona para firmar una atípica mirada documental a lo que rodea a esa ZAD (zona a defender): Direct action. Este filme monumental, de tres horas y media de duración, ha podido verse en L’Alternativa Festival Internacional de Cine Independiente de Barcelona. La película comienza alrededor del escritorio de una pantalla de ordenador, de las carpetas virtuales que guardan vídeos de resistencia, de manifestaciones, de celebración. Estas imágenes y situaciones de activismo podrían haber centrado la película, pero Cailleau y Russell han preferido ir por otro camino.
Direct action es un filme radicalmente observacional. Más allá de un rótulo inicial, no hay textos de apoyo ni voces en off que guíen a la audiencia. En general, no abundan las palabras (y eso magnifica el impacto de las que sí se escuchan). Los realizadores se centran en las imágenes y, con ellas, afirman una especie de política (y estética, y poética) de la acción cotidiana. Nos muestran los actos que son posibles gracias a la preservación de la ZAD. Y, de alguna forma, revelan de una manera materialísima cuál es el sentido de la lucha: la vida de las personas después de la contestación épica, o en paralelo a esta.
El objetivo de Cailleau y Rusell nos muestra fragmentos de realidad a partir de planos de duración extendida, que suelen ser bastante estáticos aunque no se excluyan los movimientos de cámara. Vemos a dos hombres sembrando unos terrenos que podrían haber acabado cubiertos de hormigón, vemos un cielo que podría estar surcado de aviones. Observamos el amasado de pan o la preparación, rápida y precisa, de muchos crepes. Escuchamos parlamentos reivindicativos en el marco de una fiesta que los realizadores graban desde fuera del recinto donde esta tiene lugar. Vemos, también, creación, de raperos o pianistas. No hay fustigación por las derrotas pasadas, ni dependencia respecto al subidón adrenalínico del combate.
Con todo, el conflicto sigue ahí. El último tramo de la película escenifica que la lucha sigue en Notre-Dame-des-Landes con manifestaciones alrededor del uso de la tierra y del agua. Que sigue habiendo intentos policiales y judiciales de disolver organizaciones como el movimiento ecologista Soulèvements de la Terre. Vemos lanzamientos de proyectiles policiales a través de un ojo mecánico (casi) impasible que se aleja del reporterismo que corre con la cámara en la mano. Son maneras diferentes, ambas válidas, de capturar la realidad. Pero, en tiempos de aceleración de las vidas y de las formas de narrarlas, la mirada de Cailleau y Russell tiene algo de contrahegemónico.
Al final del filme, los realizadores muestran un encuentro de varias activistas con la prensa. Una de las portavoces habla del miedo del Estado cuando los ciudadanos ven que “es posible reclamar el poder de actuar”. Cailleau y Russell continúan sin ofrecer un dispositivo periodístico o ensayístico que guíe al público. Quizá es una invitación implícita a informarse de manera detenida. A que cada espectador se responsabilice de su propio proceso de investigación complementario al visionado, inmersivo sin espectacularizaciones (esto no es Dunkerque, ni El hijo de Saúl), que se nos ofrece.
Nuestras contradicciones
La propuesta, por supuesto, es exigente. No hay gratificaciones evidentes, sino una apuesta por el goce austero y sutil. ¿Podemos deleitarnos con la observación de la cotidianidad y sus tiempos, sin los desenfocados ni los recursos de la publicidad hipster que mercantiliza la nostalgia de lo rural vendiéndonos pizzas o cervezas industriales?
A menudo se habla de lo recomendable que sería un replanteamiento colectivo de qué es históricamente importante. De cuestionar que el centro de la historia humana sean las guerras, las conquistas y los mandatos de (muchos) reyes y (algunas) reinas, para dimensionar la cotidianidad, los empeños comunitarios, la investigación. Los autores de Direct action parecen ir en esta línea.
Su propuesta, en todo caso, puede hacer emerger nuestras contradicciones como audiencia. Situar un espejo incómodo enfrente nuestro. Quizá queremos que la historia se cuente de otra manera, que el mundo sea de otra manera, pero puede que también queramos que toda película nos proporcione dosis generosas de entretenimiento. Quizá los espectadores politizados también estamos enganchados al acontecimiento, aunque sea de una forma diferente a la del cinéfilo que atiende en exclusiva a las mascletás más o menos divertidas del blockbuster.
El realizador mexicano Nicolás Pereda, autor de peculiares comedias negras como Fauna, hablaba en el seno del mismo festival L’Alternativa sobre cómo las expectativas de la audiencia pueden llegar a suponer un cierre de caminos posibles. “El cine quizá es el único arte en que la mayoría de sus receptores tienen la sensación de saber exactamente qué quieren. Hay una idea bastante extendida de cómo deben ser las películas. Creo que en la literatura o en el teatro se aceptan más posibilidades de estilo, de forma”, opinaba.
El filme de Cailleau y Rusell es una muestra desafiante de que las imágenes no tienen por qué estar explícitamente dirigidas a través de un relato. Es una muestra exigente de otros cines militantes alejados de las convenciones de los dramas sociales o los thrillers políticos que sí pueden llegar a las salas comerciales. Unos audiovisuales políticos diferentes que apenas asoman fuera de los festivales especializados, aunque a menudo resulten accesibles. Véase el vigoroso trabajo de archivo llevado a cabo por Jean-Gabriel Périot en Une jeunesse allemande, o el maravilloso (y oscuramente cómico) documental Oeconomia, de Carmen Losmann. Los autores de Direct action lo ponen un poco más difícil, pero puede valer la pena intentarlo.
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