El documental que reivindica las actrices del destape: “No les debemos perdón, les debemos trabajo”
El 20 de noviembre de 1975, Franco moría en su cama tras asfixiar a España durante casi 40 años. Meses antes, aprobaba un nuevo código de censura que permitía por primera vez de forma oficial el desnudo en el cine, siempre y cuando no fuera utilizado “para despertar pasiones o incidir en la pornografía”. La dictadura abría la mano en busca de mostrar una cara menos rancia al extranjero, a muchos países que miraban a España como centro neurálgico de sus vacaciones.
Aquel nuevo código de censura fue el pistoletazo de salida para que todo el machismo y la represión salieran representados en forma de un cine que convertía a las mujeres en objetos sexuales. El cuerpo de las actrices se convirtió en moneda de cambio. La gente iba al cine a ver sus desnudos. El destape se convirtió en un género propio con su propio star system, donde se encontraban nombres como los de Susana Estrada, Nadiuska, Josele Román, María José Goyanes, Paca Gabaldón o Victoria Vera. Ellas eran las que se desvestían, mientras a ellos apenas se les veía el trasero.
Ellas fueron las que quedaron marcadas por el estigma de aquel cine. Cuando la fiebre del destape se fue pasando, ellas vivieron los prejuicios de la sociedad. No se penalizó a los directores de aquellas películas, tampoco a actores como Alfredo Landa. Pero sí a ellas, que no encontraron trabajo en el cine posterior. Solo algunas pudieron continuar su carrera, pero otras quedaron condenadas al ostracismo y la vergüenza.
Hacía falta que alguien reivindicara su figura y las librara de esa culpa que la herencia nacional católica las hizo sentir. Ellas fueron víctimas del machismo y de las heridas de la dictadura, y de alguna forma, también fueron precursoras en la defensa de la mujer. La directora Eva Vizcarra ha tomado el reto de hacerlo a través del documental Mujeres sin censura, donde da voz a muchas de esas actrices del destape que hablan desde la actualidad para reivindicarse, pero también para contar cómo llegaban al rodaje sin saber qué iba a pasar. Estaban desprotegidas y eran atacadas por todos. María José Goyanes, que fue la primera mujer en protagonizar un desnudo en el teatro con la obra Equus, cuenta cómo recibía cartas de amenazas y cuando iba a la policía, se reían y preguntaban que dónde podían ir a verla desnuda.
“Reivindicaron sus derechos frente a una industria que las trató como objetos de consumo. De su mano, vivimos el tránsito hacia la modernidad y la democracia”, se oye en un documental donde también participan escritoras como Marta Sanz y expertos en cine como Antonio Trashorras. Mujeres sin censura da voz asimismo a otras mujeres silenciadas durante el franquismo, como la cineasta Cecilia Bartolomé, cuya carrera fue cortada en seco por la dictadura cuando vieron su provocadora y fascinante película Margarita y el lobo, donde desafiaba el orden establecido y a instituciones como el matrimonio. Bartolomé solo pudo trabajar en publicidad y documentales industriales, y el cine se perdió a una de las voces más frescas y políticas.
Veníamos de una época muy represiva, con una religión católica que nos tenía a todos atados. Entonces todo se salió por las costuras y abusamos mucho de ellas, de sus desnudos y de su vida
El documental, que se ha podido ver en el Festival de Málaga, nació primero como una aproximación al cine quinqui. Investigando, Eva Vizcarra se puso la película La criatura, de Eloy de la Iglesia, y descubrió a la actriz Claudia Gravy. “Empecé a plantearme qué había sido de estas mujeres, porque en mi adolescencia fueron muy importantes. Yo soy de Carabanchel, y en mi barrio escuchaba siempre a los tíos hablar de estas actrices y a las mujeres diciendo un poco, ‘¿qué pensarán sus hijos?’. Y yo me planteaba, ‘¿y qué pensarán ellas?', y gracias a esta película he descubierto lo que pensaban, y para mí también como mujer me ha servido el hacer esta película”, cuenta la directora.
Al escuchar sus testimonios, se dio cuenta de que lo que hicieron también fue “un acto de libertad, de valor y de riesgo que ahora mismo difícilmente asumirían”. “Ellas se enfrentaban todos los días, cada vez que se levantaban e iban a un set de rodaje, a no saber qué iban a hacer con sus cuerpos, qué iban a hacer con ellas. Se creían lo que estaban haciendo. El problema eran unos guiones infames, el equipo de directores y productores, porque no se salvaba nadie. Veníamos de una época muy represiva con una religión católica, apostólica y romana, que nos tenía a todos atados. Entonces todo se salió por las costuras y abusamos mucho de ellas, de sus desnudos y de su vida, porque para ellas era su trabajo. Ellas se creían que iban a hacer una buena película”, añade.
La sociedad las prejuzgó y machacó y cuando el cine cambió, no hubo hueco para ellas. Vizcarra tiene claro que “se las trató bastante mal porque se las olvidó, y ese es el peor trato que te pueden dar, y más en el mundo del cine”. “No se les debe una disculpa, se les debe trabajo. No hace falta disculparse, lo que hace falta es que se las tenga en cuenta. Que han sido actrices como la copa de un pino y muchas de ellas están deseando volver a trabajar. Se les debe guiones buenos, personajes de mujeres de 70 años, buenos y fantásticos, para que ellas puedan seguir viviendo felices y olvidarse de esa época que tampoco te creas que la quieren recordar. Han hecho un esfuerzo y han sido muy generosas para estar en nuestro documental”, dice con contundencia.
El documental muestra también la doble moral de los espectadores, que abarrotaban las salas, pero luego las insultaban en casa, muestra de “una sociedad muy hipócrita” que no se daba cuenta que estaba viendo “un cine muy, muy perverso, porque era muy malo, pero ellas eran muy buenas actrices y mujeres muy valientes” que, en ocasiones, también fueron iconos LGTB gracias a títulos como Me siento extraña, donde Rocío Dúrcal y Bárbara Rey protagonizaban a dos amantes. Una película completamente machista en su mirada hacia ambas, pero que luego el colectivo ha resignificado dando un nuevo valor al filme.
Mujeres sin censura también reúne en torno a una mesa a los actores del cine de aquella época. Pedro Mari Sánchez, Máximo Valverde, Emilio Gutiérrez Caba o Manuel de Blas analizan aquellas películas y cuentan en primera persona la diferencia que había en aquellas obras cuando se trataba de un actor o una actriz. Hablan de directores como Ignacio Iquino, que tras realizar obras afines al franquismo, luego se apuntó al cine del destape; “qué morro”, se oye en la mesa. Manuel de Blas deja una frase que resume muy bien lo que pasaba en aquellas producciones: “He interpretado a muchos violadores, y sin embargo nunca tuve que desnudarme”. Guiones machistas y directores que sexualizaron, marcaron y condenaron a una generación de actrices que ahora piden justicia en este documental.
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