La ficción española ha tenido un tema al que durante años le ha costado enfrentarse, el terrorismo de ETA. Salvo excepciones como Imanol Uribe o Eloy de la Iglesia, nunca ha sido un asunto que las series y películas decidieran tratar. El alto al fuego de la banda terrorista, el paso de los años, la distancia, y un éxito editorial como el de Patria provocaron que muchos productores comenzaran a perder el miedo a un tema tan espinoso.
En los últimos años, se ha demostrado con la unión casi en el tiempo de la adaptación televisiva de la novela de Fernando Aramburu gracias a HBO y con el sobrio acercamiento al perdón y la convivencia que realizó Icíar Bollaín en Maixabel. El público, además, respondía de forma positiva a estas obras que colocaban el conflicto en el centro. No era un contexto histórico para desarrollar otra trama, como sí que pasaba en varios de los títulos de Uribe, sino que era el centro del relato.
Las heridas de ETA en una familia, y cómo estas se heredan de generación en generación como si fuera algo genético, son el núcleo de El comensal, el regreso de Ángeles González-Sinde a la dirección tras 14 años desde su anterior película. Una adaptación del libro de Gabriela Ybarra en la que la propia escritora abría en canal su experiencia personal para entender el secuestro y posterior asesinato de su abuelo, Gabriel Ybarra, y cómo este marcó las relaciones personales entre los miembros de una familia durante décadas.
A la exministra de Cultura, que también fue presidenta de la Academia de Cine, le hubiera gustado levantar este proyecto antes, “pero no fue fácil”. La novela salió en 2015, y en cuanto salió y la leyó, tuvo claro que ahí había una película. Le preguntó por los derechos a su pareja, el fallecido editor Claudio López Lamadrid y responsable del libro. Este le contestó que ya los habían comprado. Había sido la productora Isabel Delclaux, a la que Sinde escribió un email rápidamente ofreciéndose, sin conocerla, por si buscaban una guionista o una directora para el proyecto. “Tuve una reunión con ella y decidieron que me incorporara al proyecto”, recuerda la directora.
Hubo algo en “la escritura” del libro que la atrapó. Un libro “sin un conflicto claro, muy reflexivo y y una memoria muy personal en primera persona”, pero que trataba asuntos importantes que le interesaban como lectora como “las relaciones familiares, también con los ausentes, y cómo esas obras se proyectan en los presentes o la transmisión de la memoria”. También de cómo lo político siempre acaba marcando aunque uno no quiera. “Me interesaba mucho lo que habla de cómo impacta lo político y lo social en lo personal. Eso me servía para hablar de cómo, aunque creas que eres ajeno a lo que pasa en tú país, eso te modifica en la conducta o incluso en lo sentimental”, apunta Ángeles González-Sinde.
El comensal es anterior al éxito de Patria y, de hecho, la adaptación de HBO y la película coinciden en el protagonismo de Susana Abatida, que aquí da vida a la nieta del asesinado de ETA. “Nuestras pruebas de Susana son anteriores, hizo el casting antes que el de Patria, y ella ha aguantado, ha tenido paciencia estos años para hacer la película. Han sido tres o cuatro años desde aquellas pruebas”, puntualiza Sinde que cree que “es razonable y lógico que haya más historias similares que toquen este mundo”.
Debemos conservar la soberanía de nuestra imaginación. No puede ser que el contenido de nuestras películas lo decidan en despachos de Los Ángeles o de Londres
“Un conflicto armado, y más si es en un contexto de enfrentamiento civil y que se alarga durante tantos años y afecta a tantas generaciones es una creador de historias enorme. Lo que hubiera sido raro, lo que hubiera sido una anomalía es que no hubiera películas ni novelas sobre el conflicto de ETA, porque es un asunto que nos ha afectado a todos. No solo a la gente del País Vasco, sino que al resto también nos atañe. Por lo menos la gente de mi generación, que hemos crecido con esa constante casi cotidiana en las noticias. Los nombres de los etarras eran tan conocidos como los de cualquier personalidad. Creo que es una fuente de historias y seguirá siéndolo en los próximos años, es lógico que así sea”, añade.
La película alterna dos líneas temporales, la del asesinato, en 1977, y otra en 2011, donde el hijo de la víctima ahora es un padre de familia que se enfrenta a la enfermedad de su mujer. La adaptación cambia el centro narrativo a la relación entre padre e hija, y amplía y desarrolla elementos que solo se apuntaban en la novela en un trabajo de guion y, sobre todo, de montaje. Al hablar de un asunto como ETA en dos momentos diferentes había un riesgo, que la trama del 77 devorara a la otra. “Un riesgo asumido”, como lo define la directora, que también deja claro que aquí no hay un thriller al uso y que no se centra en los etarras, sino que la cámara se queda con la familia que espera la vuelta del padre. “He procurado no abrir puertas que no iba a satisfacer”, aclara.
En pleno conflicto por la modificación de la Ley Audiovisual que pone en peligro a la producción independiente, Sinde alerta de los retos del momento actual de la ficción española y pide luchar “por conservar la soberanía de nuestra imaginación”. “No puede ser que el contenido de nuestra imaginación lo decidan en despachos de Los Ángeles o de Londres, que es el riesgo que tiene depender para la distribución y financiación de nuestras películas de empresas o de personas que a veces están muy alejadas de nuestro territorio. Ese es el riesgo, que al final hagamos todos las mismas películas porque tienes que satisfacer necesidades y planes de negocios de unas empresas que tienen unos objetivos concretos”, dice.