El mundo del trabajo ya no solo se retrata en forma de comedia, drama o thriller del capitalismo al estilo del influyente dramaturgo David Mamet (autor de obras de teatro como Glengarry Glen Ross o American Buffalo, además de realizador de Casa de juegos y otros filmes). Diversos cineastas han entendido el entorno laboral como un espacio cada vez más inquietante, firmando películas como las españolas El método o Bienvenidos a Farewell-Gutmann. Incluso unos referentes del cine social europeo, los hermanos Dardenne, inocularon dosis de suspense contrarreloj a su filme Dos días, una noche.
La reciente La mano invisible apostó por ofrecer otro tipo de experiencia de desasosiego, pero algunos autores han optado por acercarse de manera más directa al cine de terror. Desde los éxitos de El experimento y La ola, las investigaciones sobre la conducta humana han inspirado obras como la reciente The Belko experiment. Este thriller de supervivencia también bebe de la ya clásica Battle Royale, una distopía futurista de estudiantes obligados a matarse hasta que solo quede uno con vida.
En paralelo, películas como Inhuman Resources han hermanado lo laboral con el torture porn, una etiqueta estilística que englobó a diversas obras acusadas de explotar el sufrimiento de los personajes. La relación entre esta tendencia y el mundo del trabajo tiene lógica. Al fin y al cabo, varios filmes de este estilo trataron del lugar del individuo en un capitalismo sin límites. Turistas o Hostel hablaban de robos de órganos o de gente que pagaba para poder matar mochileros. Saw parecía criticar, a su manera confusa, la visión neoliberal del individuo como único responsable de su destino: el malvado de la ficción espetaba un “vive o muere, tú decides” a personajes cautivos, que eran libres de escoger sus acciones... dentro de escenarios completamente manipulados.
Títulos como Exam o The Belko Experiment nos muestran un mundo laboral volátil, casi post-sindical, donde el empleado (o el candidato a serlo) puede sufrir todo tipo de abusos. Y donde confiar en el otro, ese otro con quien compites, resulta prácticamente temerario. Lo ejemplifican la mencionada El método o The Incite Mill, una versión japonesa del Diez negritos de Agatha Christie adaptada a la era del reality show.
En este contexto, los personajes de ficción (o los países de la realidad, véase la Grecia actual) se convierten fácilmente en ratones de laboratorio indefensos, sometidos a fuerzas que les trascienden. En las películas modernas de terror en el trabajo comparecen a menudo las sombras de dos coyunturas convertidas en excepcionalidades permanentes: la crisis económica y la alerta antiterrorista. Y, con ellas, los discursos sociopáticos sobre su gestión, el énfasis en la necesidad de tomar decisiones difíciles, de asumir sacrificios y abrazar males necesarios.
El mal es bueno: Exam
Exam
Ocho candidatos a un empleo son reunidos en una sala de la que no pueden salir durante 80 minutos, a la búsqueda de la respuesta a una pregunta que ni siquiera se ha concretado. Rápidamente, surgen los dilemas (¿cooperar o competir?) y los miedos (¿los otros ocultan información?, ¿alguien es un topo?). En Exam se juega al experimento de conducta, al thriller de cautividad y pruebas de ingenio al estilo de Cube. Los responsables, además, ambientan la acción en un futuro próximo de pandemia planetaria. Aunque eso no tiene demasiado peso, dado que la intriga se localiza en un escenario único.
Quizá lo más destacable del filme sea su sobriedad. Los responsables optan por centrarse en el juego psicológico y los conflictos entre personajes hasta que, ya avanzado el metraje, comienzan a aparecer las dosis de violencia. El desenlace de la obra tiene algo de apología de la crueldad.
El guionista y director Stuart Hazeldine parece dar por bueno que, en tiempos difíciles, el dolor y el sufrimiento están justificados si se persigue el bien mayor de la estabilidad y el orden. Esta legitimación de la tortura en un proceso de selección de personal podría conmover a David Cameron, Angela Merkel, Mariano Rajoy demás políticos austericidas. Citando al no-muerto que Eddie Murphy interpretó en Un vampiro anda suelto en Brooklyn: “El mal es bueno”. O, al menos, necesario.
La autoridad y el abuso: Compliance
Compliance
No hace falta imaginar juegos psicológicos perversos para asustar a la audiencia, porque a veces la realidad proporciona material difícil de superar. Y tampoco es necesario aplicar las reglas del cine de terror para dar miedo, porque esos hechos reales, sin sustos ni violencia añadida, resultan sobradamente perturbadores.
Compliance se basa en un caso real de acoso producido en un establecimiento de fast food a raíz de una presunta llamada policial. Una voz al otro lado de la linea telefónica afirma a la encargada de tienda que una de sus empleadas ha robado a una clienta. Y le solicita que aísle y registre mientras llega una dotación policial. La situación se alargará y extremará, mientras la voz de la autoridad impulsa a los trabajadores a humillar a la acusada, siempre por su bien.
El visionado de la película es tremendamente incómodo. El realizador Craig Zobel usó una estética poco llamativa y también poco intrusiva. No ofrece grandes artificios ni tampoco muchos momentos de descanso: solo algunas breves escenas de transición, que sirven también para marcar pequeños saltos temporales, ofrecen un descanso a la audiencia, obligada a observar el acoso a la protagonista.
Zobel nos recuerda la necesidad de cuestionar la autoridad y eleva una advertencia sobre la inmersión progresiva en situaciones de abuso en el ejercicio del poder. De alguna manera, el resultado parece una variante laboral del telefilme Strip Search, realizado por Sidney Lumet (Network) en plena polémica por los recortes de libertades civiles en aras de la política antiterrorista estadounidense.
No-muertos y productivos: Bloodsucking bastards
Bloodsucking bastards
Evan es un joven responsable que intenta prosperar en la empresa de telemarketing en la que trabaja, a pesar de que la dejadez de su amigo freak y los demás compañeros dificulta sus intentos de ascender. Ante los malos resultados de la empresa, aparece un nuevo ejecutivo con aires de tiburón de oficina. Poco a poco, una plaga de vampirismo y productivismo se va adueñando de la oficina. La metáfora es bastante de brocha gorda: el trabajo nos chupa la sangre, y debes chupar la de los demás para cumplir con las expectativas del negocio.
Los responsables exploran una especie de terreno intermedio entre Abierto hasta el amanecer y la telecomedia Los informáticos. Comedia gore con aires de orgullo friki, distendida y sin complicaciones, Bloodsucking Bastards busca más el humor y la farsa sangrienta que los sustos o la generación de inquietud. El resultado quizá palidece, al menos en acidez, en comparación con otra comedia gore británica: aquella Desmembrados que aprovecha unas terroríficas convivencias empresariales para hacer una sátira de la denominada guerra contra el terror.
Battle Royale en la oficina: The Belko Experiment
Battle RoyaleThe Belko Experiment
Ochenta empleados norteamericanos trabajan en una fundación benéfica en las afueras de Bogotá. Más allá de las medidas de seguridad en el acceso al edificio, el ambiente de trabajo parece agradable. Por supuesto, todo es un engaño: el edificio queda completamente aislado y una voz indica por megafonía que 30 trabajadores deben morir o ejecutarán a 60. Poco a poco, la plantilla se divide entre los bullies dispuestos a matar y personajes como Mike, el protagonista, que intenta sobrevivir sin embrutecerse.
Como en las películas de Saw, los personajes ejercen un libre albedrío solo teórico. No faltan las justificaciones de hombres de familia que asesinan a los demás por el bien de la familia propia. Greg McLean (Wolf Creek) firma otro ejemplo de cine de terror nihilista, quizá adecuadamente desolador, pero también derrotista al sugerir la imposibilidad de comportarse pacíficamente en un mundo violento.
Los autores no proponen esa vuelta de tuerca legitimadora de la crueldad que incluía Exam, pero sí acaban levantando un muro de pesimismo muy marcado. La lógica tremendista de matar o morir, tan propia del cine de terror, acaba arrasando con algunos matices.