La influencia de Blade Runner en la ciencia ficción moderna es ineludible: su sombra se proyecta a través de la mirada futurista no solo en lo estético, también en lo narrativo de formas tan variopintas que cuesta imaginar. Desde su primer y célebre plano, el ojo que observa al espectador mostrándole qué significa ser testigo de un mundo atroz, el cine no ha vuelto a ser lo mismo.
Tampoco el espectador, que de 1982 hasta hoy, ha visto arder muchas naves más allá de Orión. Blade Runner es relevante por razones distintas en cada cinéfilo, ya fuere por su planteamiento existencialista, embate en torno a la creación y los falsos dioses. O por su discurso sobre la esclavitud moderna, sino de la discusión entre inteligencia artificial y humano. O por su influencia, cuyas huellas se pueden rastrear a largo de décadas en films como Desafío Total -la de Verhoeven, no la de Wiseman-, Minority Report e Inteligencia Artificial de Spielberg, Akira de Otomo, Ghost in the Shell de Oshii... La lista es interminable.
Así las cosas, era de esperar que hiciese lo que hiciese Denis Villeneuve con Blade Runner 2049, una parte de los espectadores de la original se sentiría decepcionada. Lo cierto es que esta secuela no proyectará la sombra que hizo la original, pues su eco es menor en muchos sentidos. No es la obra maestra que muchos esperaban, otra oportunidad perdida contra la nostalgia cinematográfica, que busca en el pasado su visión de futuro. Pero es, en cambio, una de las mejores películas de ciencia ficción que ha tenido a bien proyectarse en nuestros cines al menos, en los últimos diez años. ¿Por qué?
Por un futuro posthumano
La ciudad de Los Ángeles del año 2049 aún se está recuperando de una revolución, el ‘apagón’ que nos narra el cortometraje animado de Shinichiro Watanabe, que significó el alzamiento de los replicantes Nexus 8, herederos de los que conocimos en Blade Runner. Esta rebelión espartaquista también supuso, no obstante, el derrumbe de la magna Tyrell Corporation, la compañía que los fabricaba.
De las cenizas de aquello nació un nuevo conglomerado industrial capitaneado por Niander Wallace, interpretado por Jared Leto, que ahora controla no solo la fabricación de nuevos replicantes, también la alimentación de las grandes urbes en sentido literal, controla la agricultura, y figurado, es su mayor proveedor de entretenimiento gracias a la realidad virtual.
En este contexto, un policía llamado K, Ryan Gosling, descubre un secreto que podría significar la definitiva expansión del dominio de Wallace, y a su vez la condena definitiva de la supremacía humana sobre la máquina.
Blade Runner 2049 amplía el universo, como buena secuela, en torno a los nuevos retos que el paso del tiempo ha impuesto al mundo imaginado por Philip K. Dick. En él, una raza replicante vive oprimida y perseguida por los mismos motivos que llevaban a Harrison Ford a “retirar chatarra”. solo que en esta ocasión, lo apuntado antes es ya una realidad: los replicantes son indistinguibles de los humanos en lo físico -todos sangran igual-, pero también en lo emocional.
De hecho, esta vez no hay dudas sobre si nuestro protagonista es un replicante o no: K es uno de ellos y vive enamorado de Joi, una inteligencia artificial sin cuerpo a la que solo puede ver mediante realidad virtual. En este sentido, Blade Runner 2049 es aún más ciberpunk que la original pues investiga, a través de la mirada de su protagonista, los sentimientos de un replicante que tiene miedo a perder lo que ama. Sin medias tintas y posicionando al espectador en unos de los dos bandos de la contienda natural-artificial.
Decía Bruce Sterling, uno de los padres del ciberpunk literario, que “todo lo que se le puede hacer a una rata, se le puede hacer a un hombre. Y podemos hacer casi cualquier cosa a las ratas. Es duro pensar esto, pero es la verdad. Y no cambiará con taparnos los ojos. Esto es ciberpunk”.
Ryan Gosling es una rata en el film de Denis Villeneuve, replicante que debe tomar el testigo de Roy Batty, eterno Rutger Hauer, para demostrar que es más humano que los humanos. En una sociedad en la que los de su especie siguen siendo la mano de obra esclava y despreciada -el propio K sufre bullying en su vecindario y trabajo-, tendrá la responsabilidad de evolucionar, averiguando qué le hace sentirse vivo. Debe despertar su conciencia de clase, un debate apasionante que Villeneuve plantea en términos exquisitamente expuestos.
Adiós neo-noir, hola espectáculo
En el camino de este despertar, desgraciadamente, se hacen sacrificios. “No se puede hacer una tortilla sin romper algunos nuevos”, que diría en Chuck Palahniuk. Denis Villeneuve plantea un Blade Runner 2049 más cerca de su cine, que de los referentes que hicieron grande a la película de Ridley Scott.
En aquella, la presencia neo-noir envolvía el reflejo decadente de la Metrópolis de Fritz Lang mezclada con el Alphaville de Godard, para dar como resultado algo distinto. El policía duro, la muchacha frágil, el malvado asesino, el jefe gordo, tabaco, whisky y bajeza moral venía aderezado con robots, naves espaciales y ciberpunk. El ambiente criminal era esencial en su historia. Sin embargo, Denis Villeneuve plantea su última película como un alejamiento consciente a este tipo de mecánicas... han pasado a mejor vida.
Pero la tortilla resultante, cabe decir, es seguramente el film de ciencia ficción más bello de la década. Su puesta en escena resulta absolutamente abrumadora y la cantidad de ideas visuales que arroja cada minuto, son difícilmente asimilables en el contexto en el que juega.
Blade Runner 2049 ofrece un desfile de poemas visuales que se queda grabado en la retina. “La imagen en movimiento puede fundirse (y confundirse) con una idea, ser una idea en sí misma o tener vida más allá de las intenciones del cineasta”, apuntaba con absoluta precisión la crítica cinematográfica Desireé de Fez. Todo, da como resultado un acabado formal al que se le puede achacar no tener un andamiaje narrativo a la altura.
Preguntas, respuestas y el futuro de la ciencia ficción
Denis Villeneuve, decíamos, se siente más cómodo en el thriller procedimental. Ahora seguimos a un personaje que no caza replicantes, sino que busca respuestas en base pistas que le llevarán a resolver un caso que -sorpresa-, desvela algo sobre sí mismo.
Blade Runner 2049 está más cerca de Prisioneros que de la película original. Y, por desgracia, también más cerca de los agujeros de guion de Sicario que del discurso evocador y críptico de la película de Scott.
Extasiado por ofrecer imágenes significantes, villeneuve se olvida de su significado. Y por el camino comete un error que su antecesor estuvo lejos de consumar: obviar la inteligencia del espectador y repetirle lo que debería saber. Migas de pan para llegar a una casa de la bruja con flashbacks innecesarios y subrayados de guión -malditas voces en off-, que poco aportan al conjunto.
Todo ello, contribuye a leer una metamorfosis clara de la ciencia ficción contemporánea. Blade Runner planteaba preguntas, hacía reflexionar sobre cuestiones más propias del existencialismo que del cine espectáculo. Blade Runner 2049 plantea respuestas, discurso claro y concluyente que no va dirigido a hacer imaginar al espectador, sino narrarle una bella fábula.
Por fin sabemos que un replicante puede ser humano. Que los dioses solo quieren un mundo entero que lleve su firma. Que el pasado es solo una construcción imaginaria. Hemos cambiado las preguntas por respuestas. Parece ser que le toca a nuestra generación, decidir qué tipo de ciencia ficción queremos.