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'Blade Runner: Mundos Replicantes': una aterradora clase de filosofía sobre el futuro de la humanidad

“Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia”, decía el replicante Roy Batty en uno de los soliloquios más recordados de la historia del cine. Sin embargo, al contrario de lo que se podría pensar, aquel epílogo no estuvo calculado al milímetro. Todo lo contrario. Su actor decidió que era buen momento para improvisar unas líneas de poesía y culminar la escena con una paloma blanca a la que la lluvia casi ni dejó volar. No importan los años que pasen: las curiosidades y el misterio tras Blade Runner continúa más presente que nunca.

Precisamente por ello, Movistar ha decidido crear el documental Blade Runner: Mundos Replicantes que se emite este lunes a las 11 de la noche y en el que diferentes expertos en la materia como Nacho Vigalondo, cineasta y especialista en Philip K. Dick; Ramón López de Mántaras, director del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas); Sara Pérez Barreiro, arquitecta y profesora; e Irene Lozano, filósofa, entre otros, reflexionan sobre las dos películas de este universo distópico.

“Ridley Scott es un director muy intenso, y esta película fue la vía perfecta para expandir sus emociones a través de la gran pantalla”, afirma Ángel Sala, director del Festival de Cine de Sitges, durante el preestreno de un documental en el que también interviene. Comienza señalando cómo la obra que hoy consideramos de culto en realidad nació en una época equivocada. 1982 era el año del optimismo, de la era Ronald Reagan y grandes éxitos como E.T. Por ello, tampoco triunfaron otras películas hoy convertidas en clásicos, como Halloween de Carpenter.

Además de los comentarios de Ángel Sala, el público presente en la premiere también pudo escuchar a Charles de Lauzirika, productor de la versión de Blade Runner Final Cut y autor de Días Peligrosos, un making of sobre el primer largometraje. “Tuvo una producción desastrosa”, apunta el experto antes de dar más detalles de la misma. Gran parte de estos problemas fueron derivados de la forma de dirigir de Scott, el cual estaba tan centrado en crear el mundo distópico, en la iluminación y en la atmósfera, que desconectó de la dirección de los actores para centrarse en otros parámetros fundamentales para la historia.

Las otras dificultades estuvieron relacionadas con la incapacidad de Ridley Scott para adaptarse al modo de trabajo norteamericano. Era su primera película en dicha industria, y el inglés no dudó a la hora de criticar en los medios las “faltas de respeto” de su equipo (que no le llamaba “sí, gobernador”) y que se resistían a largas jornadas laborales. Como consecuencia, los técnicos imprimieron camisetas con el eslogan “Sí, gobernador, mis cojones”. Scott tampoco se quedó atrás y también creó su propio atuendo personalizado para acudir a los rodajes: “La xenofobia apesta”, se podía leer en la suya.

Como menciona el director de Sitges, reflejo de la tortuosa producción es el perfeccionismo de Ridley Scott para elegir elementos tan simples como el atrezo de cada escena. De hecho, en la primera de todas, aparece Deckard haciendo el test Voight-Kampff a un replicante y, al fondo, se aprecia un termo de café. Lo que era un objeto secundario, se convirtió en una pesadilla para el equipo de escenografía. “Al final optaron por comprar 100 sillas, 100 termos o 100 pantalones para que Scott decidiera según su criterio”, explica el cineasta.

Ningún elemento del largometraje resulta gratuito, sin importar que este salga en primer plano o en un fondo borroso. “Al final se creó un clima donde todo el mundo empezó a intentar dar lo mejor de sí mismo por una sencilla razón: pensaban que el director estaba completamente loco”, destaca Sala.

Esto es algo también se puede apreciar en los decorados de esa gran ciudad retrofuturista, los cuales estaban cargados de detalles y referencias al expresionismo alemán de obras como Metrópolis (1927). Pero no es la única. “El edificio de la empresa donde trabaja Deckard está inspirado en las pirámides mayas, como si fuera una especie de creencia en el más allá”, observa Sara Pérez Barreiro en una entrevista del documental.

¿Una secuela a la altura?

La segunda parte de Blade Runner tampoco queda exenta de críticas. No obstante, Ángel Sala cree que Denis Villeneuve es el director perfecto para esta secuela: “Está a medio camino entre las referencias al cine clásico y la innovación necesaria para no repetir lo mismo”. El foco de atención también se sitúa sobre Ryan Gosling como sustituto de Harrison Ford, como un nuevo agente que al final persigue lo mismo: comprender una identidad que no tiene clara. “Su papel en Drive, con esa cara petrificada, fue una de las principales razones para su elección”, considera el director de Sitges.

Respecto a la banda sonora, Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch fueron los encargados de reemplazar a Vangelis de la cinta original. Mantuvieron cosas, como los sintetizadores y algún que otro acorde al final de la película, pero por lo general es una música mucho más cruda, propia de un mundo más avanzado que ha ido a peor. “Como si fueran las trompetas del apocalipsis”, opina Sala.

Asimismo, aunque existen los efectos digitales, Villeneuve decidió no abusar de las pantallas verdes. Al igual que la película original, optó por dar importancia a los decorados y a trucos mecánicos. Como apunta Charles de Lauzirika, este es fan de imagen real, y así lo demuestran los fragmentos de Blade Runner 2049 en los que se ven imágenes de favelas procedentes de su anterior filme, Sicario.

El alma tras la máquina

“Los replicantes se crean como pollos, y los científicos tienen capacidad para hacerlo, solo la ética lo impide”, afirma Harrison Ford en una parte de Blade Runner: Mundos Replicantes. No obstante, la experta en robótica Concepción A. Monje aparece poco después para hablar desde un punto de vista más científico y menos sentimental: “Para avanzar tampoco hay que destruir todo esto, porque significaría que no hay avance”. A pesar de la que la ciencia ficción tiene como constante mostrar situaciones donde los robots se rebelan contra sus creadores, al igual que ya ocurría con Frankenstein, la realidad todavía está lejos de esta distopía.

Por su parte, Ramón López de Mántaras señala que el debate tras la ética robótica pertenece más al campo de la filosofía que al de la ciencia. ¿Qué nos hace humanos? Como explica Irene Lozano, ser consciente de la muerte es un paso fundamental para empezar a compartir las mismas pasiones y temores que los seres orgánicos. Precisamente, esa es la razón por la que Roy Batty mata a su creador: buscaba prolongar su vida más allá de los cuatro años para los que estaba programado. Aún queda camino por recorrer hasta que aparezca un Hal 9000, pero mientras llega tenemos otra incógnita por resolver: ¿es Deckard un replicante?