En junio de 2016, 17 millones de ciudadanos británicos votaron a favor de abandonar la Unión Europea. Un referéndum que provocó, y sigue provocando, un terremoto con muy pocos precedentes en la política británica. Dos años después, la primera ministra Theresa May sigue aplazando la votación definitiva en el Parlamento sobre el acuerdo del Brexit alcanzado entre el Gobierno británico y Bruselas, enfrentándose a sus propias filas en mociones de confianza, a sus rivales en mociones de censura, y buscando apoyos europeos para salvar a su Gobierno de la crisis que vive.
Hay acontecimientos históricos que, de tan cercanos a nosotros en el tiempo, nos cuesta imaginar en una película. Es algo demasiado real, demasiado propio del telediario como para visualizarlo en cines. De ahí que cuando un realizador o realizadora se atreve a hacerlo, se le exija que lo haga con pies de plomo. La distancia para con los hechos es esencial para crear una ficción creíble.
Por eso no se puede por menos que aplaudir la audacia de Toby Haynes al abordar algo de tanta actualidad como el Brexit, en un drama político narrado con el ritmo del thriller moderno. Que haga reflexionar desde la ficción sobre las causas y el origen del estado actual del Reino Unido. Y que lo haga a lo grande con HBO y un actor tan en boga como Benedict Cumberbatch como aliados. Aunque, en el fondo, la película aporte más bien poco al debate.
Una campaña para tiempos de desinformación
“Conspiración, pólvora y traición”, recita Dominic Cummings, Benedict Cumberbatch en Brexit. Alude así a la conspiración de la pólvora, el complot para matar al rey Jacobo I y a gran parte de la aristocracia protestante británica del XVI ideada, entre otros, por Guy Fawkes. Aquel que hiciesen célebre las hermanas Wachowski en su adaptación del cómic de Alan Moore, V de Vendetta.
Cummings declama las célebres palabras desde un trastero situado en las oficinas en las que está a punto de iniciar una campaña para que la ciudadanía vote a a favor de que el Reino Unido abandone la Unión Europea. Así, la película de Toby Haynes deja claro uno de sus objetivos: probar que las campañas políticas siguen siendo claves para los posibles futuros de un país. Y que los complots, las confabulaciones de carácter social entre gente poderosa o no, ya no se rigen por las mismas normas que lo hacían cuando Guy Fawkes intentó volar la Casa del Parlamento. Vivimos en una sociedad sobreinformada y mediada por las redes sociales. Una que el protagonista de este relato quiere hackear.
Toby Haynes sigue los pasos de Cummings en la concepción y desarrollo de la campaña del Vote Leave en las semanas anteriores al referéndum (actualmente, por cierto, condenada por violar la ley electoral). Y lo hace con una intensidad que viene siendo habitual en su trayectoria. El realizador de episodios como USS Callister de Black Mirror o el gran The Reichenbach Fall de Sherlock, se muestra hábil en las formas. Su historia funciona como aluvión de giros que tantean el tono del drama político y el de la comedia sofisticada con la misma destreza.
Su salto al largometraje no se resiente pues en términos de ritmo, sino de profundidad. Brexit aborda sin remilgos temas muy complejos, pero cuando estos parecen estar apuntando hacia algún discurso, los obvia en pos de otros nuevos y aparentemente más estimulantes.
Las luchas de poder entre unionistas y euroescépticos, la intelectualización del argumentario laborista, la intrusión fundamental de las nuevas tecnologías y el Big Data en campaña, el hastío generacional del británico medio... Haynes parece aburrirse de cada juguete argumental que tiene en sus manos y va pasando de uno a otro sin meditar sobre ninguno.
Y esto, que ya resulta frustrante per se en cualquier film, se torna más grave cuando la propia película aborda con descaro los flecos de la sociedad sobreinformada. “En una era asediada por la desinformación, era deber de los creadores de este drama sobre el referéndum no sumarse al caos. Pero no, no tuvieron éxito”, decía la escritora y columnista Lucy Mangan en su crítica de la película publicada en The Guardian.
No ayuda a comprender el conjunto la actuación de Cumberbatch. No por su falta de esfuerzo, sino por una sensación de Déjà vu algo desalentadora. El actor británico encarna a Dominic Cummings igual que a Sherlock Holmes, a Alan Turing o a Julian Assange. Genial, arrogante, débil, arrebatado...
Nueva contra vieja política
A pesar de su mareante hiperactividad, Brexit acierta en plantear un debate de fondo: que la victoria de la salida de la Unión Europea en el referéndum que hizo dimitir a David Cameron fue, esencialmente, una victoria de nuevas formas de hacer política. Una idea con la que se podrá estar más o menos de acuerdo, pero que Haynes aborda con claridad.
Películas como No, de Pablo Larraín, narraban una campaña política como fue el plebiscito chileno de 1988 que acabó con la dictadura de Pinochet, desde la audacia visual pero sobre todo, desde la pericia de su estudio de la utopía: ese sentimiento que tanto cuesta empacar con un buen lema. Sin embargo, en Brexit, Haynes y el guionista James Graham deciden apuntar en dirección contraria para analizar cómo la campaña de Vote Leave fue, realmente, mercadeo del descontento.
Sentimiento que se contagió como la pólvora gracias al papel de las redes sociales. Como menciona la propia película, Dominic Cummings fue capaz de colocar mil millones de anuncios mediante publicidad dirigida, exclusiva para cada usuario, con datos obtenidos por AggregateIQ en los días previos al referéndum. Cada muro de Facebook y cada tuit les dijo que estar en la Unión Europea les costaba 350 millones de libras a los contribuyentes.
Arron Banks -hombre de negocios y gran benefactor del UIKP, partido de derechas pro-abandono de la UE-, admitió que su web leave.eu también contrató a una empresa de datos especializada en el enfoque selectivo de votantes: Cambridge Analytica. Después del referéndum negaba haberlos contratado.
Y detrás, tanto de AggregateIQ como de Cambridge Analytica está el empresario multimillonario Robert Mercer, que después se convirtió en uno de los donantes más importantes de la campaña electoral de Donald Trump.
El año pasado, la comisión electoral halló culpable a la campaña Vote Leave de vulnerar la ley, y los responsables deberán pagar una multa de 70.000 euros. Posteriormente, la web leave.eu fue llevada ante la agencia nacional del crimen para investigar posibles vulneraciones de la ley electoral. Pero esos mil millones de anuncios ya habían calado. Y quienes realizaron la campaña por la permanencia en la EU ni los vieron venir.
De alguna manera, Haynes plantea con Brexit un Black Mirror muy real. Uno en el que el votante es más vulnerable a la manipulación que nunca. También la misma capacidad de decisión que se le espera. Pero no tiene forma de cribar verdades, de encontrar certezas y de decidir con objetividad. Y eso da mucho más miedo que cualquier pesadilla de Charlie Brooker.