El cine de los Burnin' Percebes escapa a cualquier adjetivo. Todos los que se usen parecen clichés. Da igual que sea el de ‘inclasificable’, porque hasta ese suena a viejo y manido al lado de un cine que destila libertad en cada fotograma. Lo habían demostrado ya en todas sus películas previas, especialmente en La reina de los lagartos, el filme que les consagró como directores a contracorriente de una industria donde el humor se mide en películas con Leo Harlem y Santiago Segura. A ellos se les puso otra etiqueta, la del posthumor, aunque esa también parecen haberla superado.
Ahora el reto es más difícil. Demostrar que pueden manejar un presupuesto grande y seguir siendo libres. Entrar en la industria, pero mantener un espíritu de francotiradores. Seguir exudando libertad y no domesticación. Lo logran con El fantástico caso del Golem, donde no traicionan su universo, sino que lo amplían y lo hacen más grande y más visible. Una película que no se parece (por suerte) a nada, y donde la sorpresa es la tónica dominante. Al imaginario made in Burnin' Percebes, donde ya era habitual ver a intérpretes como Bruna Cusí o Javier Botet, se unen Brays Efe, en el papel que rompe con todo, Roberto Álamo, un divertidísimo Nao Albet y Luis Tosar como un pijazo de color anaranjado y formas de Julio Iglesias.
Resulta casi irónico que su película más grande haya nacido de lo más pequeño, de un gif de internet que rescata uno de los momentos más surrealistas de Top Secret, la película de los ZAZ (Jerry Zucker, Jim Abrahams y David Zucker), en el que un soldado nazi se cae de una torre y se rompe en trocitos como si fuera una figurita de porcelana. “Es que ni siquiera fue viendo la peli, lo vimos en un gif de la película en internet y, a partir de ahí, se nos empezó a ir la olla pensando qué pensaría la familia de este tío cuando le digan que se ha roto. Empezamos a elucubrar con eso y salió la idea de que se te cae un amigo y se te rompe”, cuentan los Burnin' Percebes.
Fue el detonante de una historia sobre golems, empresas de clones, padres pijos hiperprotectores y pianos que caen del cielo por errores burocráticos. Aunque parezcan elementos que ha completado el teclado predictivo de un móvil, todo tiene sentido en la cabeza de Nando Martínez y Juan González, amigos desde la infancia y dupla creativa a prueba de bombas que por fin ha encontrado compañeros de viaje dentro de la industria para poder dar rienda suelta a estas locuras. “Cuando escribimos el guion ya nos dimos cuenta de que era una propuesta muy cara. Después de hacer Searching for Meritxell pensábamos que nos íbamos a comer el mundo y que alguien iba a poner cinco millones de euros para hacer una película nuestra, pero no fue así”, dicen riendo.
Tuvieron que hacer unas cuantas más y dejar este proyecto en un cajón apartado sabiendo que en algún momento la harían. “No fue hasta que Pedro Hernández, de Aquí y Allí Films, la presentó al ICAA y nos dieron una ayuda selectiva hasta que dijimos, vale, ahora sí que se puede hacer”, recuerdan. Saben que “es una apuesta arriesgada”: “No es una película convencional ni mucho menos, y es verdad que la única manera de levantar una película como esta es que haya un productor detrás que tenga una locura a la altura de la tuya, como en este caso Pedro. Cuando hemos dicho que guardamos el guion en un cajón, en realidad fue Pedro el que lo guardó en un cajón, porque nosotros se lo propusimos y él dijo 'Yo esto lo quiero hacer, pero igual dentro de diez años’”.
No es una película convencional ni mucho menos, y la única manera de levantar una película como esta es que haya un productor detrás que tenga una locura a la altura de la tuya
Un cine que solo es capaz de salir adelante gracias a locos como ellos, a los que se añadió Roberto Butragueño, desde Sideral, distribuidores también de la película. Entre los cuatro, lograron levantar esta rara avis. Nando y Juan se autocalifican como “culos inquietos” y si no hubiera sido en este momento, hubieran seguido rodando mientras intentaban levantar El fantástico caso del Golem. Ahora que la han hecho y que han rodado con un presupuesto más amplio, se sienten afortunados porque, además, no se les ha puesto “ninguna traba, ningún impedimento ni ninguna condición”. “En ningún momento nos sentimos abrumados, sino que nos permitía hacer que las cosas se parecieran más a lo que realmente queríamos hacer”, cuentan. Eso sí, al llegar el primer día y ver esos decorados que parecen salidos de un cuadro de Hopper mezclados con el 13 rúe del Percebe sí que se asustaron un poco.
Su humor va por carreteras diferentes a lo que se estrena habitualmente en el cine español, pero ellos no saben hacerlo de otra forma. “Es la única manera que tenemos de relacionarnos con el mundo”, aseguran. “Pero eso no quiere decir que pensemos las películas como películas de comedia. Nosotros tenemos ideas o historias que queremos contar y sabemos que la manera en que las vamos a contar será con humor, porque es lo que nos sale de dentro. Por eso también hacemos un tipo de comedia diferente a lo que es la más estándar, que también tiene que existir porque tiene mucho público, pero no es lo que a nosotros nos atrae”, zanjan.
El humor para ellos es un medio, pero su medio no está lleno de humor blanco o de gags, sino que “la comicidad sale de la situación”. “No buscamos el slapstick ni estas movidas, lo interpretamos desde lo serio, porque ya es lo suficientemente absurdo para que sea de humor. También hay que decir que no sé si sabríamos hacer una comedia convencional. Una comedia completamente canónica y que respete un poco los cánones del estilo a nivel patrio. No es nuestro humor”, añaden. A ellos se les puso esa etiqueta del postuhumor, creada por Jordi Costa y que hacía referencia a una corriente que se alejaba del mainstream y apostaba por otra forma de hacer las cosas.
“Para nosotros fue superguay, porque que te metan en una etiqueta tiene su parte mala y su parte buena. La buena es que reivindicaban a gente que hacíamos cosas diferentes. Con el tiempo se ha diluido mucho, porque no tienen mucho que ver nuestras películas con un vídeo de Venga Monjas, ni con un show de Miguel Noguera. Yo creo que ya ha perdido mucho el sentido, pero ha permitido que gente como nosotros evolucionáramos y que hubiera una especie de escena en la que se nos englobaba a todos. Pero es verdad que no sé hasta qué punto nosotros pertenecemos al posthumor”, apuntan.
Confían en lo que consideran “un pequeño bum” en el que se está dando valor “a las comedias extrañas” y ven signos positivos en que el Oscar lo ganaran los Daniels con Todo a la vez en todas partes. “Es muy representativo que gente que hace cosas diferentes o que una productora como A24 se conviertan en referentes. Eso nos parece muy guay, porque tienen una filosofía más parecida a la que nosotros buscamos”, lanzan y mencionan un referente al que todo el mundo recurrió cuando El fantástico caso del Golem se presentó en el Festival de Málaga pocas horas después de que la película de los Daniels ganara en los Oscar: “Supongo que fue porque somos dos y hacemos cosas raras, pero mira, mejor que me digan los Daniels españoles que los nuevos Cruz y Raya, que no tenemos nada en contra de ellos, pero con los que nos identificamos menos”.