Hay muy pocas personas en el mundo con la competencia necesaria para afirmar o negar con rotundidad que el ser humano ha fracasado como especie. Sebastião Salgado es un sujeto idóneo para llevar a cabo este juicio. El fotógrafo brasileño ha viajado por todo el mundo, ha retratado el hambre, la sed, el trabajo, el exilio, la violencia, la muerte, ha captado con su cámara el germen de la miseria, se ha dejado seducir por cada uno de los rincones del continente africano, tanto por su enfermedad como por su imponente misterio. Salgado lo ha visto todo.
Sin embargo, en algún momento de su carrera dejó atrás al ser humano para centrarse en la inmensa naturaleza. Lo hizo después de repoblar de árboles junto a su esposa Léia Wanick una zona de Minas Gerais, en Brasil, donde ya no había ni vegetación ni fauna. Demostraron que la mano del hombre no siempre destruye, también crea. De ese éxtasis final en la vida de Salgado se nutre La sal de la tierra, el último documental de Wim Wenders.
Hace tiempo que el realizador alemán se ha convertido en un tipo que fagocita vidas y talentos de otros para firmar sus obras. Esta vez le ha tocado a Salgado. El fotógrafo siempre se ha diferenciado por la inusual belleza de sus imágenes. Incluso le han llegado a criticar por eso, como si a este mundo le sobrara belleza. Y es justamente la obsesión por el papel de las imágenes en el mundo sobre lo que gira toda la filmografía de Wenders. Ambos artistas persiguen una redención, Wenders está obsesionado con la salvación de la realidad a través de la imagen y Salgado espera paciente volver a tener fe en el ser humano.
Desde Yasujiro Ozu hasta los documentales
“El camino parte de lo físico, para conseguir a través de él llegar a lo espiritual”. Esta frase del teórico del cine y filósofo alemán Siegfried Kracauer ha sido el dogma que ha seguido Wenders durante toda su carrera, sobre todo en el inicio. La contemplación de la realidad y su traducción a lo subjetivo (a lo emocional) ha sido la auténtica preocupación del cineasta. Sus personajes exteriorizan las reflexiones del director sobre el mundo y también el papel de las imágenes en dicho mundo. En Alicia en las ciudades, Felix Winter recorre Estados Unidos en busca del material para escribir un libro. Ni lo empieza, porque lo que ve no le gusta. En el cine de Wenders todos miran, pero las imágenes del mundo están servidas al vacío y apenas hay aire para poder respirarlas.
El director alemán quiso ser Yasujiro Ozu, recuperar el cine que traducía la realidad física y la convertía en emociones. Ozu ponía la cámara tan cerca de sus protagonistas que se apoderaba de los movimientos más insignificantes de la vida cotidiana. El director de Cuentos de Tokio no provocaba emociones, las atrapaba. Es imposible llegar a su excelencia.
“El cine de Wenders empezó, curiosamente, siendo una búsqueda de la redención de la realidad física y ha acabado convirtiéndose en una larga reflexión sobre la dificultad de dicha redención en un mundo donde las imágenes han perdido su verdad”, explica Ángel Quintana.
El desencanto con el dogma de Kracauer provocó su desapego por la ficción a favor del documental. De esta forma Wenders canaliza su obsesión a través de otras búsquedas, como la de la bailarina y coreógrafa Pina Bauch en su exacerbado y bellísimo estudio del movimiento que retrata en la asombrosa Pina, como el excelso arte de la música cubana a través de Ry Cooder en Buena Vista Social Club, o como la magnánima belleza con la que Sebastião Salgado ha retratado el mundo a lo largo de los años.
El final de la búsqueda
Wenders encontró la redención que buscaba en la fotografía de Salgado. Este documental es el clímax de su carrera: retratarle, contemplar su forma de trabajo –observar al observador– y analizar su obra. La forma en la que el director de Paris, Texas enfrenta al fotógrafo con su obra es sobrecogedora.
“Wenders fijó la manera de filmarle hablando de sus fotografías. Sebastião estaba en una habitación oscura y solo podía ver sus fotos en un monitor. Así logramos que se proyectara hacia el pasado”, explica Juliano Ribeiro, el coodirector de la cinta. El espectador tiene ante él una vasta secuencia de fotografías a través de las cuales se puede distinguir en ocasiones el reflejo de un rostro, el de Salgado, cuya voz en off, junto a la de Wenders, sirven de guía para contar la historia del artista.
Wenders toca techo en su búsqueda mientras Sebastião Salgado relata la suya propia, la intención social y crítica que le impulsa cada vez que fotografía, desde el escalofriante trabajo que realizó en las minas de oro de Serra Pelada hasta aquellas fotos sobre el terrible genocidio de Ruanda en su proyecto Éxodo que acabaron por destrozarle anímicamente. Recrear el ecosistema de Minas Gerais le salvó. Y su recién estrenada motivación le llevó a retratar la naturaleza durante años: paisajes indómitos, animales salvajes y tribus sin contaminar. Así nació Génesis, el proyecto más peligroso al que se ha enfrentado y también el más alentador.
Después del periplo emocional, de la irrupción de Wenders, de la búsqueda de la redención… ¿Qué hay de nosotros como especie? Salgado contesta: “Sigo sin tener fe en el ser humano. No hay una gran diferencia entre la desaparición de mi especie y la de las hormigas. Es parte de la evolución”.