La fama es peligrosa. Cuántas veces se ha visto a actores que triunfaron de jóvenes y evolucionaron en estrellas sin empatía. En carne de alfombra roja y flashes. Celebridades sin compromiso que olvidan sus tiempos poniendo copas en bares. Por eso sorprende y alegra ver a alguien con las cosas tan claras como Carlos Cuevas. Con menos de 30 años sabe muy bien lo que quiere… y lo que no. Pocos actores jóvenes tan comprometidos, tan claros y tan sinceros.
No tiene miedo a ser político, a ser activista y a mojarse en todo lo que le cabrea. No es lo que suele ocurrir con quienes empezaron en esta profesión siendo niños y han crecido en una industria donde hablar sin tapujos puede ser penalizado. Tras protagonizar una serie y convertirse en fenómeno adolescente lo más fácil hubiera sido coger uno de los muchos, y suculentos, trenes que han pasado tentándole. Prefiere ser fiel a sus principios.
Unos principios que le han hecho volver al teatro para interpretar Jauría, la obra de Miguel del Arco sobre el caso de La Manada; y también La abadesa, atípica producción española que ya está en salas de cine y que viaja al siglo IX para denunciar la situación de las mujeres que se atrevían a hablar en contra de los hombres y a las que metían en conventos para acallar su rebeldía.
¿Qué le interesó de una película como La abadesa?
Lo que me atrajo fue que me estaban ofreciendo un personaje que no me acostumbran a dar. Más oscuro, violento… muy distinto a los que venía haciendo. Muchas veces te pasa en esta profesión que ofrecen varias veces el último personaje que te ha ido bien, pero nosotros como actores no somos nuestro último personaje, sino todas aquellas habilidades y toda aquella técnica que nos ha permitido llegar a ese personaje. Me atrajo mucho que es una peli de autor, que es lo que yo quiero hacer en la vida. Tanto en cine, como en series o en teatro, yo quiero acompañar miradas autorales, y ese era el caso de Antonio Chavarrías, que tiene una vertiente artística que está indudablemente en los proyectos de los que yo quiero formar parte.
Es muy joven, pero tiene muy claro el tipo de cine que le gustaría hacer. Muchas veces se dice eso de encontrar el equilibrio entre un tipo de proyectos y otros.
El equilibrio creo que viene solo porque no siempre podemos hacer lo que queremos y porque no siempre eres tan dueño de tu tiempo y de tus proyectos. Ojalá, pero al final no sucede. Yo sí tengo muy claro que lo que quiero hacer es lo que yo vería, lo que yo recomendaría, por lo que yo pagaría una entrada. Y es lo que me pasa con La abadesa, o por ejemplo con Jauría, que estoy haciendo en teatro ahora mismo. Yo quiero hacer cosas que a mí me generan cosas, que me mueven. El otro día leía una entrevista estupenda que le hicieron a Julio Manrique, nuevo director del Teatre Lliure en Barcelona, que decía algo así como “No tengo nada en contra de este tipo de contenido cultural que es para desconectar. Yo también lo veo y yo no lo voy a juzgar, pero yo espero del arte todo lo contrario, que conecte con emociones, que conecte con nuestros propósitos, con nuestras inseguridades, con nuestras ilusiones”.
Solo hay que ver esa palabra que se ha popularizado, ‘contenido’.
¡Y consumir! Yo ya me la he quitado. Esa palabra ya no la digo. No se consume cultura. Hay que volver a la artesanía. Esto es cíclico, hay que volver al origen y al barro.
Ha mencionado Jauría. Tanto La Abadesa como la obra de teatro hablan, desde distintos sitios, de la situación de la mujer. La Abadesa habla del siglo IX, pero también es el nuestro.
Sí, la película funciona como espejo y muestra cómo cuando una mujer toma el poder, cuando toma sus decisiones e incluso desobedece las decisiones que le han dado los hombres, hay alguien que levanta la mano y dice ‘hasta aquí’. Por suerte no estamos en el siglo IX y se ha evolucionado en millones de cosas, pero hay comportamientos, dinámicas y resortes que siguen saltando.
Hay que poner la responsabilidad en el hombre. Tiene que ser el hombre el que tiene que educar su mirada y saber que eso no se puede hacer, que eso no se puede decir
A la vez que se estrena la película interpreta el papel de uno de los miembros de La Manada en Jauría, la obra de Miguel del Arco, ¿cómo ha afrontado ese papel?
Con el mayor compromiso posible. En el caso de Jauría es una removida emocional gordísima cada día. Es verdad que somos actores y tenemos la capacidad de no llevarnos la función a casa y quitarnos la piel del personaje cada día, pero indudablemente te remueve cosas. Durante el proceso de ensayos hubo un día que me puse a llorar de forma desconsolada, como un niño que no entendía nada. Hubo días que de golpe había como risas nerviosas. Si quieres hacer un trabajo fino tienes que ir a tocar teclas que también tienen que ver contigo. Es un trabajo complejo y bonito y yo quería formar parte de ello.
Yo tenía muchas ganas de volver a hacer teatro y de trabajar con Miguel del Arco, porque le admiro profundamente. Ahora, después de trabajar con él, estoy absolutamente enamorado de él. Es un tipo estupendo como director. Majo, cariñoso y listo. Además yo quería hacer esta obra también por militancia y por activismo. Por compromiso contra la violencia machista. Cuando termina la función y se encienden las luces hay una sensación como si estuvieras en una 'mani' o en una concentración. Ves gente indignada, incluso rabiosa. Miguel dice una cosa muy bonita, y es que no cree que el teatro pueda cambiar el mundo, pero sí puede cambiar una mirada. Si quien viene a ver Jauría sale con una mirada renovada, más precisa, más educada y con más referentes hacia lo que es una agresión sexual y la cultura de la violación y la violencia machista, pues para eso estamos. No quiero ponerme pedante, pero Pasolini decía que el artista es una protesta constante. Yo prefiero vivir más cerca de la protesta que del conformismo.
La abadesa y Jauría llegan en un momento donde han salido los primeros casos de violencia sexual en el cine español, ¿es el momento del cambio en ese sentido para la industria?
Totalmente, y sobre todo hay que poner la responsabilidad en el hombre. Tiene que ser el hombre el que tiene que educar su mirada y saber que eso no se puede hacer, que eso no se puede decir, que ese comentario se tiene que callar. Exigirle a una mujer que encima de sufrir una agresión o sufrir un abuso, además de tener que sobreponerse, de contarlo, encima tenga que denunciar… qué horror de viaje. Es el hombre el que tiene que educar la mirada. En el caso de La Manada es flagrante. Hay un momento en la función, que pasó en el juicio, donde el mismo vídeo es usado por parte de la defensa como una prueba exculpatoria y por parte de la acusación como una prueba para condenar a los agresores.
El mismo vídeo, con los mismos hechos objetivos, es interpretado por dos miradas de manera diferente. Es una cuestión de valores y de educación, porque deberíamos ser objetivos ante unas imágenes. Por eso yo tengo muchas ganas de que vean la obra tíos, porque yo no tengo nada que decirle o reprocharle a una mujer sobre su comportamiento, pero sí a los tíos. Yo he estado en vestuarios de fútbol, yo he estado en mi colegio. Yo he estado en grupos de WhatsApp en los que se forma un caldo de cultivo que es el caldo de cultivo de la cultura de la violación, y luego depende de cómo suceda la vida o cómo tengas encajada tu cabeza o tu educación pueden brotar cosas muy graves, como puede ser una agresión.
Y luego el silencio cómplice alrededor, que también forma parte del cambio de los hombres.
Sí, ahí hay que dar un paso al frente. Hay que saber marcar límites y saber quiénes quieres que sean tus amigos, porque eso también es una decisión política. Eso te dice quién eres todo el rato.
Soy quejica con el establishment por definición. Veo los alquileres a 2.500 € por un piso reventado y digo, esto no puede ser. Veo la valla de Ceuta y Melilla y me enfado
Le quería preguntar por su activismo. Es un actor muy comprometido, que no tiene miedo a hablar, algo que desde fuera, y especialmente en su generación, no es tan habitual, ¿cómo vive esa parte?
Yo lo haría también si no fuera actor. No lo hago porque sienta que tengo el deber o la responsabilidad social por tener una posición o un altavoz. Yo soy quejica con el establishment por definición, porque veo que me cobran un café a 4 euros al lado de mi casa y digo, pero esto no puede ser. O veo los alquileres a 2.500 por un piso reventado y digo, esto no puede ser. O veo la valla de Ceuta y Melilla y me enfado. Pero esto me pasa a mí en mi casa, con mi gente, con mi entorno. Entonces, claro, como tengo un altavoz, pues también lo cuento y hay más gente que se entera de mis disconformidades, pero entiendo que haya gente que no lo haga. No tiene que ser entendido como una obligación. Yo estoy más cómodo en la disidencia.
¿Alguna vez le han recomendado lo contrario, no posicionarse?
Sí, claro, Todo el rato. A veces veo así como miradas sorprendidas. A ver, que no es que esté yo delante de un tribunal tirado al suelo encadenado. Soy una activista de salón. Pero es que si no lo hiciera sería como censurarme a mí, y ya suficiente nos autocensuramos como para que no podamos hablar de cosas que son flagrantes.
¿Cree que hay miedo a posicionarse porque no os puedan llamar para determinado tipo de papeles en según qué tipo de producciones?
Existe. Es real, existe y lo entiendo. Poder quejarse, lamentablemente, es un privilegio. Cuanta más autoridad tienes, cuanto más escalón social tienes, o cuanto más capital cultural tienes, más autorizado estás a la queja y menos se te va a censurar. A los intocables es más difícil tirarlos abajo.
¿Elegir un papel también es una decisión política?
Sí, siempre. Por supuesto. Mira, yo ayer hablaba con mi representante y le decía que estaba súper contento porque en el último año y medio he rodado creo que cinco películas y en todas estoy muy contento de lo que se cuenta. El otro día salí de un pase privado de El 47, que he rodado con Marcel Barrena, sobre un hombre que hace una desobediencia civil, secuestra un autobús para pedir que su barrio tenga un autobús y que tenga un transporte público digno como el resto de la ciudad de Barcelona. Es un caso real que sucedió en Barna en los 70 y yo salí súper emocionado del pase y llamé a mi repre y le dije, esto es lo que tenemos que hacer. Más allá de si el personaje es más grande o más pequeño, yo quiero verme en el arte. Quiero acompañar a directores y directoras con ideas y puntos de vista, hacer películas de directores noveles.
¿Hay temas que cree que faltan en el cine español?
Sí, creo que siempre van apareciendo nuevas vertientes. También me interesan las diferentes miradas hacia un mismo tema. Me acaba de venir a la mente En los márgenes, de Juan Diego Botto, no sé si había habido una película sobre los desahucios como tal, y a mí me encantaría que hubiera más desde otros puntos de vista, porque contar una situación desde varios prismas contribuye a que cale en más gente. Echo mucho de menos la cuestión migratoria, creo que Benito Zambrano estrena ahora una peli sobre la valla de Melilla. Lo celebro, no la he visto y ya la celebro porque creo que está guay que se hable del tema. El cine puede ser estético y poético, y me encanta hablar sobre las pasiones del hombre, pero vivimos en sociedad y hay cosas de nuestra sociedad que entiendo que a un artista le nazca querer contar.
Se convirtió en un fenómeno adolescente con Merlí, ¿cómo alguien tan joven vive esa situación, como se encaja todo en la cabeza?
Te puede desestabilizar muchísimo y es una edad muy peligrosa. Yo tengo la sensación de que como antes de ser actor adolescente fui niño actor, no me vino de nuevo. Yo ya sabía un poco de qué iba la movida, ya le había visto las orejas al lobo. Pero sí que he visto gente a mi alrededor, tanto en Madrid como en Barcelona, con grandes problemas. Igual ahora se está aprendiendo a acompañar bien, pero qué importante sería unos psicólogos en las series juveniles.
¿En su caso qué o quién fue importante para anclarle a la realidad?
Mis referentes. Yo empecé muy pronto y vi al que se le iba la cabeza y se compraba un coche de 50.000 euros y pensabas, pero qué hace este. Vi pronto el peligro de las drogas, que es un gran tema en esta profesión. Un tema transversal y profundamente peligroso, y es muy fácil caer ahí porque se encumbra a la gente. Es un tema muy delicado. Yo me libré de todas estas movidas siendo fiel a mis referentes, pensando cuál es el teatro que me gusta, cuáles son los actores que me gustan. Leyendo. Yo mientras hacía Merlí estaba estudiando en la universidad literatura comparada y estudios literarios.
Aquel personaje se convirtió en un referente LGTB, fue una de las primeras series que hablaba de forma natural de la bisexualidad.
Creo que fue la primera con un protagonista bisexual en España.
¿Se vive con orgullo eso?
Sí, siempre lo hemos dicho, y también sin querer abanderarme personalmente de nada, orgulloso de ser canal y de poder ayudar. Merlí ayudó a mucha gente. Mucha gente nos paraba por la calle y nos decía que había salido del armario en casa. O padres que nos decían que gracias a un capítulo se había generado una conversación en la cena y había hablado con su hijo. Fue una serie muy importante en ese sentido y yo estoy muy contento de derribar puertas y de acompañar discursos. Pero siempre de acompañar, no de apropiármelos.
Imagino que después de eso llegaron muchas ofertas y muy tentadoras, ¿parte del éxito de un actor es decir que no?
Esto te lo dicen de chavalín y cuando te toca no sabes cómo hacerlo. Es muy difícil. Lo vas entendiendo con el tiempo, y al final lo importante es dormir tranquilo, estar tranquilo con tus principios. Sí que me ha tocado decir que no, a veces dices también que no con mucha rabia, por cosas que se solapan, que eso es un gran drama y un privilegio del que algunos formamos parte, porque este es un curro súper intermitente, súper precario y con un paro brutal. Las remuneraciones de muchos de los compañeros de trabajo a final de año son muy duras.
Ha mencionado esa dureza de la profesión. Solo el 8% vive de ello. No sé si cree que se da a veces una imagen distorsionada de lo que es ser actor.
Totalmente. Creo que lo dijo Estíbaliz Urresola hace poco, que tendríamos que intentar que las galas y la industria se adaptaran a la realidad, porque estamos jugando a Hollywood y aquí la peña come atún en lata en su casa después de una gala. Un amigo mío una vez decía, y me daba mucha risa, que en esta profesión en las galas comes increíble, pero luego llegas a tu casa y te comes una lata de atún porque no hay para más. A veces me parece muy incómodo, y encima los tíos tenemos un privilegio absoluto de librarnos de según qué presiones estéticas, pero es fuerte la presión estética de toda esta industria. No me parece bien que se genere la imagen de élite. Yo cambiaría muchas cosas en este sentido.
Vídeo de la entrevista completa
Vídeo: Nando Ochando y Rocío Bermejo