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'La Caza', la película de Carlos Saura que esquivó la censura y emocionó en Berlín

Miguel Parra

8 de noviembre de 2016 21:20 h

Estamos acostumbrados a ver películas sobre grupos de amigos cuyo feliz día en el campo se transforma en pesadilla. Por lo general se localizan en un paisaje peculiar y habitualmente se enfrentan a una amenaza externa a ellos. Pero en La Caza de Carlos Saura el peligro es el grupo en sí mismo, la dinámica de rencores cocinándose a fuego lento. Y sí, también hay un paisaje singular.

“Cuando Luis Buñuel vio la película le gustó muchísimo. Me pidió el guión para leerlo pero luego se indignó porque decía: ¡Si aquí no pasa nada!”. Carlos Saura ríe al recordar esta anécdota. Sobre el papel la reacción del director de Viridiana era comprensible, pero lo cierto es que La Caza plantea muchos temas como lo hacen las grandes películas, sin obviedades: la Guerra Civil, la incipiente España del pelotazo, la tiranía sexual de un régimen mojigato o la difícil supervivencia de la amistad ante el paso de los años. Un paso del tiempo que ha sentado muy bien a este largometraje que se estrenó tímidamente hace 50 años y se convirtió en un gran éxito que llegó a influenciar hasta a un gran director de Hollywood, Sam Peckinpah.

“Todo el mundo dice que La Caza es una metáfora de la Guerra Civil”, nos cuenta Carlos Saura, “y puede ser, pero no era esa la única intención. Comenzaba lo que es ahora el pelotazo. Empezaban los industriales a hacer sus negocios, a tener amigos, el compadreo, yo te hago esto, tú me haces aquello. Pero sobre todo era el enfrentamiento de cuatro personas entre sí”.

Una de estas cuatro personas fue interpretada por Emilio Gutiérrez Caba que recuerda que “era un equipo de gran calidad, desde Luis Cuadrado (director de fotografía) a Primitivo Álvaro (director de producción), junto al reparto de actores: Alfredo Mayo, que era un símbolo del cine franquista, Ismael Merlo, que era republicano, y José María Prada”.

En La Caza tres antiguos amigos de farra y negocios, se reencuentran para disfrutar de un día juntos en el coto de uno de ellos, José (Ismael Merlo), aunque las intenciones de éste superan lo cinegético. Le acompañan Enrique (Emilio Gutiérrez Caba), joven cuñado de Paco (Alfredo Mayo), y Luis (José María Prada) el tercero de los amigos, un hombre amargado y sumiso ante José. A lo largo del día el cuarteto da rienda suelta a sus frustraciones, inseguridades y perversidades en uno de los paisajes más áridos y ariscos recogidos por el cine español, situado en los alrededores de Seseña (Toledo).

Carlos Saura convierte a ese paisaje en un personaje más con planos generales en los que la sombra de un toldo simula la balsa de unos náufragos en un océano de tierra y matojos, sólo que aquí, el que sale de esa sombra no se ahoga, queda abrasado como sugiere uno de los protagonistas: “Nos estamos asando vivos aquí encerrados… Y este dolor.”

El falangista que salvó a 'La Caza'

Treinta y cinco años antes, el lugar fue escenario de una cruenta batalla de la Guerra Civil: “A montones murieron aquí, y ahora sólo quedan los agujeros. Buen lugar para matar”, dice uno de los personajes a propósito de las cuevas que abundan en el paraje.

En uno de los momentos claves el dueño de la finca, José, lleva a su amigo Paco a visitar una de esas grutas en la que yace el esqueleto de un soldado, todo un atrevimiento en los años sesenta en los que el régimen de Franco distaba mucho de caer. Una escena simbólica del conflicto cuyas víctimas del bando perdedor se ninguneaban y ningunean: es inevitable recordar las fosas que siguen hoy en día sin abrirse en centenares de cunetas.

“Es de estos filmes que no te explicas cómo han superado la censura”, admite Kepa Sojo, profesor de historia del cine en la UPV/EHU de Vitoria y director de cine. “Posee una carga ideológica detrás bastante fuerte, tiene como trasfondo el enfrentamiento entre las dos Españas y la no superación de la Guerra Civil”, añade.

Según explica Emilio Gutiérrez Caba “los críticos sabían que quienes estaban detrás de la película eran gente, entre comillas, un poco sospechosa. Les llamaban los de la Cáscara amarga. Los apelativos que daban esta gente a los progresistas eran totalmente montaraces”.

Carlos Saura añade que, sin autocensurarse, sabían “hasta dónde podíamos llegar, no éramos tontos”. Y cuenta cómo superaron el filtro de la censura: “Lo que sucedió, y es curioso, es que había un censor que se llamaba Marcelo Arroita Jáuregui, que era falangista. Amaba el cine de verdad y estaba entusiasmado con La Caza. La defendió a muerte y la salvó”. Arroita, secretario de la Censura siendo ministro Manuel Fraga, fue un personaje curioso que hasta trabajó como actor en alguna película del transgresor Jess Franco. 

El desasosiego de la localización encontró un aliado en la música de Luis de Pablos, “muy sucinta, muy esquemática”, comenta el director, de una melodía con ecos de marcha militar: “La caza daba la impresión de que tenía que ver con el ejército”. Un hipotético escuadrón portando escopetas cargadas con rencores y balas, interpretados por cuatro actores magníficos encabezados por quien fue alter ego del dictador Franco en la película Raza, Alfredo Mayo.

“Es una de las contradicciones de este país”, según Carlos Saura. “Igual que un falangista defendió La caza, que se salvó por eso, Alfredo Mayo fue un entusiasta desde el principio” y efectivamente relanzó su carrera.

“En el 66, cuando se estrenó”, recuerda Gutiérrez Caba, “hubo un silencio relativo sobre la alusión a los vencedores y vencidos que está implícita en la película, yo creo que aunque Alfredo lo supiera tampoco le importaba mucho. No creo que estuviera alineado en el bando franquista, estaba alineado como mucha gente porque tenía que comer. Después de una guerra espantosa, el que más y el que menos, intenta sobrevivir”.

 Una modernidad técnica insólita

“La fuerza de la película reside en la contradicción de presentar a unos personajes atrapados en su pasado en unos paisajes amplios con gran profundidad de campo”, afirma el profesor Kepa Sojo. Pero además del plano general, cuanto más amplio más claustrofóbico, tan magistral como en el cine del británico David Lean, también brilla la contrastada fotografía en blanco y negro y las interpretaciones de los actores mirando a cámara.

“Pensé que la única forma era hacer una película muy rompedora”, recuerda Saura. “La hicimos con nada. No teníamos luces, sólo unos reflectores de luz, un traveling de 5 metros y una cámara de baterías. Además rodé por orden de guión, cosa que entonces era bastante insólito”.

Saura contó con un cómplice esencial en la historia del cine español, el director de fotografía Luis Cuadrado. “Creo que fue la primera o segunda película de Luis”, recuerda Saura. “Le hablaba mucho de la fotografía, que tenía que ser en blanco y negro, fuerte y con carácter. Él se lo tomó muy en serio e hizo una foto magnífica, pero tuvo muchos problemas: el propio laboratorio estaba en contra suya y del trabajo que hizo para La caza”, explica.

Para el profesor Sojo “la foto de Luis Cuadrado es impresionante. Al empleo de grandes angulares y dominio de la profundidad de campo hay que añadir los planos cerrados muy herméticos, que hacen que la fotografía adquiera una modernidad insólita para España en ese momento”.

La ruptura del aislamiento del cine español

Para el profesor Kepa Sojo “es una de las películas emblemáticas del llamado Nuevo Cine Español, y recoge el guante de los planteamientos de las Conversaciones de Salamanca de 1955”. Se refiere al encuentro organizado por el también director Basilio Martín Patino en aquella ciudad, y que terminó reuniendo a un amplio grupo de cineastas y críticos para hablar sobre la situación del cine español en aquellos años. Uno momento definido por Juan Antonio Bardem como “políticamente ineficaz. Socialmente falso. Intelectualmente ínfimo. Estéticamente nulo. Industrialmente raquítico”.

En las conclusiones de aquel encuentro hubo reflexiones como ésta: “El cine español vive aislado; aislado no sólo del mundo, sino de nuestra propia realidad.” Un aislamiento que La Caza quebró con el Oso de plata al mejor director en el Festival de Berlín.

“Pasolini (miembro del jurado) me dijo que merecía el Oso de oro, que no sé si es verdad, porque se lo dieron a Polanski con una película que estaba muy bien, Cul de sac. Fue muy simpático con nosotros”.

Por nosotros, Saura se refiere también a Elías Querejeta, La Caza fue la primera película de ambos como pareja profesional, llena de grandes títulos como La prima Angélica, Cría cuervos o Mamá cumple cien años. 

“Con él hacíamos las películas muy justas siempre, o sea, lo que era necesario, estaba, porque Elías en eso era maravilloso. A partir de La caza ya llegó a acuerdos con alemanes, franceses: se distribuían en el mundo entero, y se podía rodar con más comodidad”.

Juntos filmaron La caza con poco dinero, y en el caso del director tirando del patrimonio familiar. “Mi padre me dijo que de acuerdo, pero que ya formaba parte de mi herencia”, recuerda riendo Carlos Saura. “Claro, luego se lo devolví con intereses y me dijo que cuando quisiera le volviera a pedir dinero. Nunca más lo hice, nunca más he vuelto a ser productor”.

Un éxito que les pilló por sorpresa. “La primera proyección que se hizo invitamos a un montón de críticos españoles y uno de ellos, no te digo quien, al salir me dijo ”Vaya una mierda de película que has hecho, Carlos“. Pero lo dijo en serio, no era broma”. Emilio Gutiérrez Caba también recuerda el escaso entusiasmo por parte de la prensa hacia la película y su éxito internacional, con proyección incluida en el Lincoln Center de Nueva York “sí, se dijo, se publicó, se hicieron entrevistas, pero vamos, no fue portada en ninguna publicación de la época”.

Guerra civil, comienzo de la cultura del pelotazo y también un estudio de la naturaleza humana, porque si este artículo les anima a descubrir o revisar la película, hagan un ejercicio solitario e íntimo. ¿Con quién se sienten más identificados, con el sumiso Luis, con el torturado José, con el orgulloso Enrique o con el interesado y perverso Paco? Ésta capacidad de retratarnos consigue que cincuenta años después La caza sea una película moderna, que junto a títulos como Surcos, Bienvenido Mister Marshall, Esa pareja feliz o Muerte de un ciclista se atrevieron a plantear temas como la emigración, el servilismo, el desarraigo social o el adulterio unido a los incipientes conatos de rebelión en las universidades, en una España que el régimen se esforzaba en vender internacionalmente como una próspera y feliz “dictablanda”.

La caza aportó además un órdago narrativo que lanzó definitivamente la carrera de Carlos Saura como cineasta allá en la época de la Nouvelle Vague francesa y el Free Cinema británico.

“Pienso que una película es una aventura, y si no es una aventura, no merece la pena que la hagas”, asegura. Y aunque al director aragonés no le gusta mucho mirar hacia atrás en el tiempo, en este caso, y a juzgar por sus palabras, el recuerdo es agradable: “en esas cuatro semanas, fue un reducto en donde, en un lugar muy pequeño, se hizo una película pequeña con cuatro actores, no había más que eso... ¡Y conejos!”.