La pieza de Arantza Santesteban, navarra nacida en 1979, es una andanada contra la cosificación de la militancia política extrema que tiene incluso más calado por quien la realiza. Santesteban, militante y una de las líderes del movimiento independentista de izquierdas vasco a principio de siglo, fue encarcelada durante casi tres años por pertenencia a organización terrorista en 2007. La película abre una puerta de reflexión que todavía parece ser subterránea en la sociedad vasca, la del distanciamiento profundo con el activismo basado en la mitificación y el heroísmo de la izquierda abertzale. Algo que sigue siendo intocable dentro del mundo independentista. Pero lo interesante es que Santesteban no lo hace desde la posición del converso, no hay revanchismo, tampoco hay abandono de unas fuertes convicciones feministas y políticas, no hay odio ni tan siquiera rabia, sino una apuesta por desmitificar y volver a construir espacios políticos inclusivos que esta pamplonesa ha conseguido plasmar en un metraje lleno de exposición íntima y reflexión poética.
Aun así, el diálogo continúa siendo difícil. En mitad de la entrevista con este periódico, ante la pregunta de cuál fue el primer partido en el que militó, Santesteban corta la entrevista, no se siente cómoda: “¿A esto tengo que responder? Me gustaría hablar más de la película. Necesitaríamos como tres entrevistas más para hablar de todo lo que eso supuso”. Hay que parar la entrevista, explicarse, pautar, entenderse. Las heridas, los miedos y la desconfianza siguen presentes. “Hay mucho estereotipo construido. Y he hecho una película justamente para poder hablar desde otro lado, un lado que creo que ahora ayuda más a entender dónde estamos”, explica Santesteban.
4 de octubre de 2007
La historia de militancia de Arantza Santesteban se acelera a partir de la ilegalización de Batasuna en 2002. Hasta entonces esta pamplonica del barrio obrero de la Chantrea había seguido una militancia política como otros tantos jóvenes navarros: “Empiezo a implicarme como activista sobre todo desde el feminismo, a través de un grupo de mujeres que se llamaba Egizan, y desde esa mirada y ese lugar comienzo a preocuparme por cuestiones que tienen que ver con lo social, milito en otros movimientos relacionados con los derechos sociales y la vivienda…”, explica la cineasta. Ahí todo se precipita. Santesteban comienza a militar en la ilegalizada Batasuna y acaba formando parte de su mesa nacional, que le designa en 2006 delegada en el diálogo entre las fuerzas políticas vascas, PSOE, PNV y Batasuna, que se conocieron como “las conversaciones de Loiola”. Un momento que aprovechaba el alto al fuego permanente declarado por ETA en marzo de ese mismo año.
La participación de Santesteban representaba un movimiento de apertura de Batasuna a la juventud de los movimientos sociales, juventud que era llamada a regenerar el partido y que además suponía, en cierto modo, un lavado de cara. Además, su condición de navarra, uno de los ejes y escollos de aquellas conversaciones, le daba todavía más relevancia y notoriedad. Aquellas conversaciones no llegaron a buen puerto. ETA volvió a matar, se produjo el atentado de Barajas en diciembre de 2006, en junio de 2007 detienen y encarcelan a Arnaldo Otegi, y el 4 de octubre del mismo año, en una reunión de la mesa nacional de Batasuna en la localidad de Segura, Santesteban es detenida junto con otras 23 personas. La orden venía dada desde la Audiencia Nacional por el juez Baltasar Garzón, quien los procesa por pertenencia a organización terrorista. A partir de ahí, Santesteban entra en prisión preventiva y no saldrá en libertad hasta 918 noches después. Pasará por las cárceles de Soto del Real, Ávila, Palencia, Alcalá Meco y Zaragoza.
La película recoge todo este proceso de cárcel y su posterior puesta en libertad: “El proyecto del filme comenzó con una negativa, cuando en 2013 unas amigas me dicen que debería hacer una película sobre lo que me había pasado, que les parecía fascinante, pero yo lo estaba pasando fatal. Había salido de la cárcel en 2010 pero seguía estando a espera de juicio y me pedían otros diez años de cárcel. Además estaba políticamente muy desencantada… Estaba hecha un cristo. Y me daba mucha rabia que les fascinara”, explica Aranzazu.
Me di cuenta de que no iba a ser la película de la fascinación sino la del desencanto y la necesidad de buscar otros lugares
En 2016, tras un pacto entre la fiscalía y los encausados en el caso Segura, Santesteban ve como todo aquel proceso que comenzó diez años atrás concluye. Ya no tendrá que volver a la cárcel. “A partir de ese momento me di cuenta de que ahora sí podía proyectar vida, futuro. Fue ahí que volví a casa de mis padres y abrí la caja que contenía toda la correspondencia de la cárcel, una caja que hasta ese momento no me había atrevido a abrir. Y de repente empezaron a aparecer todas estas caligrafías, dibujos, fotos… Y me di cuenta de lo lejos que estaba de todo eso. Los materiales me eran extraños, no me construían ni definían, con ese lenguaje tan pautado y simplificado, me parecían incluso ridículos, obscenos. Ahí es cuando me digo que tengo que hacer algo con ese archivo, pero que no iba a ser la película de la fascinación sino la del desencanto y la necesidad de buscar otros lugares”, explica.
Santesteban hoy
Todo es narrado con sobriedad en 918 gau, sin ningún aspaviento. Destaca la reutilización artística del material documental del juicio y el material fotográfico del encarcelamiento. Y destacan también los tiempos pausados de una mirada que ha decidido posarse sobre las cosas con otro tempo. Pero aunque poéticas son las imágenes y la cadencia del filme, la película no cae en cripticismo alguno. Cuando tiene que nombrar, nombra. Así destaca la narración del recibimiento en Pamplona cuando sale de prisión que acaba con carga policial y en la que Santesteban explicita que, al menos, no ha tenido que hablar porque no sabía qué decir. O, como cuenta sin ambages, el ambiente opresivo en la cárcel impuesto por otras presas abertzales que exigen nunca mostrar debilidad y reprenden el trato con las presas comunes por su condición de sospechosas.
Pero quizá el momento más medular del filme es la lectura de una de esas cartas en la que un compañero de militancia también preso le cuenta su relación con unas cebras en un zoo europeo. Acude a ese lugar durante más de dos meses para tener una cita de seguridad pautada en la que reagruparse con otros compañeros que puedan estar en apuros. Un día les pregunta: ¿Qué sois burros negros con rayas blancas o burros blancos con rayas negras? “Y las cebras, mis confidentes, me respondieron así: Arantza, y vosotros, lo militantes como tú, ¿sois buenas personas con malas costumbres y conductas destructivas o sois personas malas y destructivas con buenas costumbres y conductas correctas? ¿Sois de armar bullicio pero os conformáis con eslóganes o sois gente tranquila y espiritual que arma bullicio y grita de vez en cuando? ¿Vuestra lucha os hace felices a pesar de algún día triste o recorréis un camino triste con algunos días de felicidad? ¿Sois honestos y justos los unos con los otros con algún desliz o quizá os comportáis como cerdos con algún momento honesto y justo?”.
Pura dinamita metafórica que está por ver cómo encajará en Euskadi y Navarra, lugares donde todavía no se ha visto la película. “Todavía no sabemos cuándo se va a mostrar, me da vértigo, no sé cómo va a reaccionar la gente. Quiero pensar que no soy la única persona que ha ido atravesando estas fases. Tengo gente cercana que le he contado la película y me dicen que hace falta abrir esos debates. Eso es una parte importante de mi entorno, la otra parte seguramente le decepcione porque lo que le gusta es la repetición del estereotipo y entiende la cultura como la reafirmación de la identidad. Esta gente se decepcionará, pero no me importa”, explica Santesteban sobre esta película que podrá verse el próximo 18 de noviembre en el Festival L’Alternativa de Barcelona.
La representación de lo vasco
Ya en la anterior pieza de la cineasta navarra, Euritan, que realizó junto con Irati Gorostidi, y en la que se abordaba el papel de las mujeres en la militancia política, la visión es desmitificadora y pone en jaque la representación del activismo vasco. En este caso, la película se centra en la poeta y escritora vasco-francesa, Itxaro Borda y uno de sus textos de juventud Klara eta biok: “el relato de Itxaro es un relato del año 85, un momento que en Euskadi están pasando cosas muy duras, durísimas, y que ella escribe desde su posición de vasca pero periférica de la parte francesa de Iparralde y desde su condición lésbica. Itxaro critica de manera muy explícita lo que es el mundo abertzale, un mundo que le atosiga y que le agobia, pero lo hace reivindicando el elemento de la lluvia, que es siempre un elemento tenido por desagradable; bueno, ella lo reivindica y se apropia de él. Borda, ya en el 85, se atreve a no idealizar, algo que es una de mis máximas. No idealizar el ámbito de la política y la ideología”, explica Santesteban.
“Y en 918 gau intento, en vez de contar una historia que me autojustifique, que es quizá lo que alguien pudiera esperar, mostrar las contradicciones que afloran con todo este proceso. Contradicciones que creo que pueden resonar en otras personas y que tienen que ver con no sentirnos elementos heroicos sino sujetos complejos, no sujetos unilaterales que solo repiten discursos políticos que otros le dan. Intento mostrarme y lo que puedo mostrar es una persona vulnerable, compleja y llena de dudas. Para mí, lo esencialmente político en esta vida no es repetir como un lorito un discurso que alguien te da, sino abordar las contradicciones que supone la actividad política”, explica con dureza.
Al preguntarle cómo se produce ese cambio, responde: “No es un proceso claro y secuenciado. Es un proceso mucho más interno, no pasa los filtros de la razón todo el rato. Para mí la cárcel fue un cambio de contexto muy fuerte, donde de repente había otro tiempo y otras lógicas, otra manera de estar conmigo, otra distancia. Mucha gente como yo habíamos tenido una ilusión y habíamos apostado. Pero toda esa idealización a mí se me fragiliza, se me rompe. En la cárcel comienza un proceso de desencanto. Y ante eso puedes echarte a un lado y no servir para nada más o sentirte arrepentida y querer ser todo el rato normal. A mí me llevó a cuestionarme qué lugar político se podía crear, armar, cuando una está desencantada. En esas ando, sin respuestas lúcidas, tan solo con la búsqueda de qué pasa cuando una entiende que la lucha no es esa historia que te habían contado, cuando una entiende que las personas con las que está no siempre son maravillosas. Ahí vienen las preguntas: qué es para mí un lugar político, qué es el compromiso. En la película intento mostrar esto mismo”.
La película de alguna manera tiene algo de exorcismo al mismo tiempo que de voluntad de generar un espacio de cuestionamiento en la sociedad vasca. Santesteban sabe que su pasado sigue presente y la sigue constriñendo. Hace tres años Santesteban conseguía ganar una plaza pública tras varios exámenes para coordinar el centro de arte contemporáneo Hirartea en la Ciudadela de Pamplona. Al año siguiente, con el cambio de Gobierno en el Ayuntamiento y después de ser señalada en varios medios, el centro se cerraba y su plaza desaparecía, “lo que me ha pasado sigue generándome problemas, soy consciente. Pero seguiré, con mi cine y como gestora, intentando establecer espacios de cultura crítica, espacios de encuentro y de diálogo, espacios para reconocer al otro. Muchas veces lo único que recibo es el estereotipo actuando sobre mí, que me señala desde un lugar en el que yo ya no estoy. Para mí eso es complicado, pero seguiremos trabajando”, concluye.