Llevamos tanto tiempo afirmando que Disney es la principal capitalizadora de la nostalgia en la industria del entretenimiento actual, que ya asociamos ese sentimiento con la casa del ratón.
Razones no faltan: solamente en 2019 Disney tiene planeado estrenar hasta cuatro películas en acción real que adaptan clásicos de su factoría animada. Dumbo es un remake de una película de 1941, la historia original de La dama y el vagabundo –que llegará directamente a la plataforma VOD de la compañía– se contó en 1951. Aladdin adapta un film de 1992 y El rey león de 1994, apuntando con estas dos últimas hacia la mercantilización del patrimonio audiovisual de los espectadores que ahora rondan los veintimuchos.
Tal vez no se trata tanto de una característica del panorama actual como de algo muy viejo: la necesidad de volver a la infancia. “Es un sentimiento imbatible”, decía el filósofo Diego S. Garrocho, “en parte porque en la vida adulta nos lo han puesto muy difícil, pero también porque aunque nos vaya bien, hemos construido una forma de habitar el presente que es siempre insuficiente”.
O tal vez es una estrategia para minimizar daños: el riesgo inherente a producir cualquier producto cultural se reduce si se construye sobre unos valores de rentabilidad ya probada. No te juegas lo mismo cuando estrenas Toy Story que cuando estrenas Toy Story 4. “Los integrantes de la generación Buzzfeed no son tanto Peter Pan como los niños perdidos”, escribía el periodista Juan Sanguino. “Una vez asumido que lo de 'fueron felices y comieron perdices' era publicidad engañosa, ya no buscan creer en aquel eslogan sino volver en calidad de turistas a aquella época en la que se lo creyeron e, indirectamente, permitir que la siguiente generación se exponga a la misma mentira piadosa”.
Justamente de generaciones enfrentadas y mentiras piadosas, de romper con el pasado y crear nuevos referentes versan tres de las películas más importantes que el gigante ha estrenado los últimos años: Star Wars: Los últimos Jedi, Vengadores: Endgame y Toy Story 4. La misma empresa que nos vende recuerdos de un pasado mejor también intenta que compremos un futuro esperanzador. Provocan la enfermedad y tienen el antídoto. ¿Quiere Disney sinceramente hacernos mirar hacia el futuro? ¿O quiere que compremos juguetes nuevos?
Los últimos Jedi: que el pasado muera
Los últimos JediStar Wars es, por sí sola, una saga que ejemplifica perfectamente la contienda entre pasado y presente que Disney vive en el seno de sus producciones. En 2015 J.J. Abrams consiguió recaudar más de dos mil millones de dólares con El despertar de la Fuerza, imitando el patrón marcado por La guerra de las galaxias en 1977 y cambiando de ropajes al mismo maniquí. Una película hecha a la medida del espectador conservador que quería recuperar el espíritu de la trilogía original, dando por erróneo el de la iniciada en 1999 con La amenaza fantasma.
Pero dos años después, Rian Johnson estrenó Los últimos Jedi con una clara intencionalidad subversiva dentro de los cánones del universo warsie. El aparente villano de la función, Kylo Ren –interpretado por Adam Driver–, repetía un mantra que funcionaba como ibuprofeno contra el dolor nostálgico: “Que el pasado muera”, repetía.
En cuatro palabras condensaba Johnson su intención última: se trataba de un episodio dispuesto a construir nuevos referentes. Y si en el personaje de Driver podíamos leer sus intenciones, en el de Mark Hamill quedaban subrayadas. El adiós a Luke Skywalker abría la puerta a una nueva forma de entender el heroísmo en la saga galáctica, menos condicionado por los apellidos nobles.
Para Los últimos Jedi, el futuro de la galaxia ya no descansaba en los hombros de unas pocas personas en las que la fuerza 'era intensa', sino en una nueva generación de oprimidos y olvidados dispuesta a combatir la tiranía, a cambiar su futuro. Una pena que, en lo aparente, Disney haya delegado la responsabilidad del nuevo episodio en quien no se atrevió a innovar: J.J. Abrams dirigirá la nueva entrega, que se llamará El ascenso de Skywalker.
Endgame: nuevos héroes y heroínas vendrán
EndgameEl tráiler definitivo de Vengadores: Endgame no podría haber sido más engañoso y, a la vez, más sincero sin que nos diésemos cuenta. En su avance promocional, Marvel recurría a imágenes en blanco y negro de películas anteriores como Iron Man, Thor y Capitán América: el primer vengador, títulos que sentaron las bases sobre las que se construiría el llamado Marvel Cinematic Universe.
En una pirueta comercial inaudita, las imágenes nos remitían a una época anterior en la que aún no conocíamos todos los avatares por los que estos héroes iban a pasar. Es decir, Disney vendía una nostalgia cada vez más joven y menos lejana en el tiempo: echaba la vista atrás a obras que tenían, como mucho, once años.
Pero resultó ser que aquello tenía mucho sentido. Endgame terminó revelándose como una relectura de muchas de las películas estrenadas hasta la fecha y, lo más difícil, de los héroes que las protagonizaron. Todo con la intención de ofrecer una digna despedida a los que debían abandonar el barco, y un relevo generacional para lo que debían seguir a bordo. Era la desintegración de los Vengadores originales y el punto de partida de nuevos héroes, más jóvenes y menos cansados.
Así, Thor pasaba de ser un musculoso y perfecto Dios del Trueno a una versión superheroica de El Gran Lebowski, Hulk conseguía unificar por fin bestia e intelecto, Capitán América legaba su escudo en alguien más joven y Iron Man... bueno, salvaba el mundo pagando el precio más caro que se podía pagar.
Completados sus arcos dramáticos, ahora se abren nuevas posibilidades para otros héroes y heroínas que aún tienen mucho que decir: Capitana Marvel, Black Panther, Spider-Man...
Toy Story 4: juguetes de tienda de antigüedades
Toy Story 4Y llegamos a la última parada de la mano de la saga de películas que ha vertebrado a una de las líneas de producción más importantes de la compañía: el acuerdo y posterior compra de Disney-Pixar, encarnado en Toy Story.
La saga que pusiese en pie John Lasseter estrenó su primer episodio en 1995 y, desde entonces, ha sabido crecer adecuando su narrativa a la edad que tenía el espectador objetivo. Toy Story hizo creer a toda una generación que los juguetes tenían vida propia cuando no se jugaba con ellos, porque la gran mayoría de los espectadores tenían la edad de Andy. Pero resultó ser que el dueño de los juguetes creció, fue adolescente, y luego un adulto que se marchaba a la universidad y dejaba de jugar con juguetes. Por eso el final de Toy Story 3, en el que el joven le legaba sus muñecos a Bonnie, nueva dueña de toda la tropa, resultaba tan contundente: conjugaba pasado, presente y futuro con sorprendente habilidad.
Sin embargo, el tiempo no pasa en vano ya estés hecho de carne y hueso, de plástico o de porcelana. Los juguetes también envejecen, pasan de moda y ahora, el escenario en el que se desarrollan la gran mayoría de sus aventuras es una tienda de antigüedades. Los juguetes con los que creció una generación, son ahora reliquias de una época pasada.
De hecho, parte del valor de lo que propone Toy Story 4 consiste en un salto de fe más o menos afortunado: los dilemas emocionales con los que lidiamos no son, esta vez, humanos sino exclusivamente 'muñequiles'. Esta nueva entrega se centra en el distanciamento del núcleo familiar, la tirantez entre el crecimiento personal y las relaciones de grupo, y el afecto más allá de la red de complicidades marcada por las amistades 'de toda la vida'.
Narra, en definitiva, el abandono de Woody como líder y centro neurálgico del grupo de juguetes protagonistas. Uno que no significa un distanciamiento emocional, pues esta nueva entrega se preocupa por resignificar una de las frases más célebres de Toy Story: ahora “Hasta el infinito y más allá” no significa “cree en ti mismo y tus capacidades” sino “los amigos no se olvidan nunca”.
Luke, Tony y Woody: adiós a los hombres que fuimos
Así se completa el ambicioso relevo generacional que Disney ha llevado a cabo delante de nuestros ojos. Sin mucho aspaviento y, sin embargo, vendiendo exactamente las mismas marcas que funcionaban en taquilla hace dos décadas.
En dos años hemos visto marchar a Luke Skywalker y lo que significaba. Hemos enterrado, entre lágrimas y un chasquido, a Iron Man, el héroe con el que empezó un universo de 22 películas superheroicas. Y hemos dicho adiós a Woody, el vaquero con el que creció toda una generación, pero al que siempre guardaremos afecto.
Con todo, en este relevo ha mediado un cambio determinante, por sutil que fuese. Los sucesores designados para configurar nuestra nueva nostalgia no parecen seguir el patrón marcado durante décadas: no serán hombres blancos heterosexuales.
Luke le ha pasado el testigo a la joven Rey. La voz del viejo Jedi aún suena en el tráiler de la nueva entrega susurrando: “Hemos transmitido todo cuanto sabíamos. Ahora mil generaciones viven en ti”. El Capitán América le ha dado su escudo a un joven racializado, nueva esperanza para tiempos aciagos. Iron Man le ha dicho a su hija “Te quiero 3.000”, al tiempo que ha delegado el liderazgo en Capitana Marvel y sus saberes a un joven Spider-Man que –por suerte–, está lejos de ser el ricachón machista que él fue.
Y, por último, Woody le ha dado su placa de Sheriff a Jessie, la joven vaquera que deberá ser para Bonnie todo lo que él fue para Andy. Nuevos protagonistas para viejas franquicias. Nuevos nombres para las mismas marcas. Nuevos proveedores de una nostalgia que puede durar hasta el infinito y más allá.