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'Siete deseos': la lucha de clases se asoma al cine de terror 'teen'

La ficción fantástica nos ha sugerido repetidamente que tengamos cuidado con lo que deseamos. Por poner solo dos ejemplos, La piel de zapa, escrita por Balzac, o La pata de mono, de W. W. Jacobs, son cuentos clásicos que nos advierten de las repercusiones posibles e indeseadas del cumplimiento de nuestros sueños. Un objeto mágico sirve de mediador entre los protagonistas y un más allá que se dedica a castigar al deseante.

El filme Siete deseos desarrolla nuevamente esta premisa en un escenario ya cotidianizado por Hollywood: el de unos Estados Unidos en crisis estructural. Tras el crack financiero, parece más común ver historias de género donde la exclusión social llega más allá de los guetos étnicos o a zonas recónditas de la América profunda. Las recientes It follows y No respires se localizaron en un símbolo de la decadencia industrial, las zonas más fantasmagóricas de la ciudad de Detroit.

Especialmente en el segundo de los filmes, el contexto de crisis económica es evidente. No respires trataba de unos jóvenes veinteañeros que solo se ven capaces de mejorar su vida a través del robo. Como ficción sobre adolescentes, Siete deseos resulta más políticamente correcta. Se nos presenta a Clare, una chica huérfana de madre, con un padre que ha caído en una depresión y se gana la vida rebuscando en contenedores de basura. De esos mismos contenedores saldrá un caramelo envenenado: una caja de música que cumple los deseos de su poseedora. Y Clare quiere, por supuesto, salir de la pobreza relativa de una aparente clase media muy venida a menos.

El realizador John R. Leonetti, autor de una precuela quizá insípida de Expediente Warren (Annabelle), firma un filme modesto pero cumplidor. Ofrece terror y deseo adolescente, espolvoreado de tentaciones arribistas y angustias teen sobre el encaje y el reconocimiento social. Se trata de un cuento sobrenatural de formas pulcras, que contiene la deriva posible de humor negro cruel con los personajes y se rinde a la corrección timorata, algo habitual en tanto cine de miedo orientado a un público mainstream.

Siete deseos hace un uso moderado del gore. Tampoco abusa de los sustos porque explota las expectativas de la audiencia de otra manera, más en sintonía con Destino final y sus protagonistas perseguidos implacablemente por una muerte invisible que provocaba todo tipo de accidentes: no se trata de sorprender, sino de recrearse en lo esperado y jugar con las expectativas.

¿Una fábula de resignación?

Las películas fantásticas sobre genios de la lámpara suelen dejar una duda: ¿critican la avaricia y el egoísmo o difunden mensajes conservadores de resignación respecto al estado de las cosas? Películas como Wishmaster dejaba poco lugar para el debate, con una protagonista inocente que intenta renunciar a desear y un demonio obviamente malvado que la presiona para ello.

The box, en cambio, usaba un planteamiento mucho más sutil y menos maniqueo. El realizador Richard Kelly (Donnie Darko) adaptó un cuento del mítico Richard Matheson (el escritor que estaba detrás de El diablo sobre ruedas o Soy leyenda) . Este quizá bebía de un fragmento de El tío Goriot de Balzac, que a su vez podía basarse en fuentes previas. “Si con el solo deseo pudieses matar a un hombre en la China y heredar sus bienes, con certeza sobrenatural de que nunca se sabrá, ¿consentirías en dar forma a este deseo?”, escribió François-René Chauteabriand en su apología El genio del cristianismo.

A diferencia de La piel de zapa, La mano del mono o Siete deseos, The box incorporaba los dos elementos de este pasaje de Chauteaubriand al dilema ético: la impunidad del sujeto que pide un deseo, y el hecho de que no vea el sufrimiento que causa con ello. En el filme de Kelly, un vendedor hace una oferta a un matrimonio de clase media: si apretan un botón, alguien que no conocen morirá en algún lugar del mundo y ellos recibirán un millón de dólares.

El inicio de The box puede impulsar a la reflexión sobre la ética personal dentro del capitalismo, pero la película acaba tomando la forma de experimento sobre la condición humana con tintes sci-fi. Siete deseos puede lanzar algún dardo a las historias de cenicientas o al mismo amor romántico, pero acaba pareciendo un cuento de resignación, especialmente en unos minutos finales con connotaciones de pensamiento positivo hasta el absurdo y aceptación sumisa de las desigualdades.

La vida de Clare no estaba tan mal, parecen decir los responsables, a pesar del bullying de las compañeras pijas y las disfunciones familiares. De paso, se lanzan hilos de culpabilización de la víctima muy propios de la cosmovisión neoliberal: ella no estaba aprovechando las oportunidades que le daba la vida, empecinada en anhelar un novio de alto copete en lugar de dar vía libre a un compañero 'a su altura'. Las pérdidas que sufre la protagonista podrían verse como un castigo por su voluntad de ascender socialmente.

Con todo, Siete deseos puede leerse más allá de la convencionalidad de un terror adolescente quizá moralista, algo vulgar y basado en la escenificación de muertes periódicas. Puede leerse, de hecho, en sintonía con una famosa frase del empresario Warren Buffett: la lucha de clases existe y la ganan los ricos. El filme de Leonetti funciona como una fábula fatalista sobre la avería (o la falsedad) del ascensor social: Clare hace y deshace deseos de prosperidad condenados al fracaso. Bajo este prisma interpretativo, su desenlace resulta irónico y acertado.

Lo más curioso de la narración es que algunos de sus personajes hacen bromas sobre la teoría de los multiversos, la posibilidad que distintas versiones de uno mismo vivan vidas distintas en universos paralelos. Y aquí Leonetti y compañía solo prueban tímidamente las posibilidades de su relato. Pierden una oportunidad de distinguirse de obras similares con una propuesta más libre: Siete deseos podría haberse convertido en un laberinto de variantes temporales en el que los estratos sociales seguirían siendo una jaula. Y donde, al final, siempre ganan los mismos, sea por las reglas de la magia o de la acumulación de capitales. Los resultados comerciales de la producción están siendo muy discretos, así que probablemente no veremos nunca esta película que pudo ser y no fue, tampoco en forma de secuela.