Antes de que las herramientas de edición, retoque y creación de imágenes digitales facilitasen las cosas, el realizador Brian De Palma era uno de los reyes del plano secuencia. Desde sus primeros thrillers rodados en los años setenta, su cámara ha recorrido con parsimonia el espacio cinematográfico, jugando a desvelar de manera dinámica los puntos de atención escondidos en la escena. La tensa previa del estallido violento mostrado en Carrie ha quedado grabada en el imaginario colectivo de parte de la cinefilia, junto con otros momentos memorables contenidos en estilizadísimos terrores psicológicos como Vestida para matar.
De Palma no era el único esteta del terror cinematográfico de su época: seguía las huellas de Hitchcock y, de alguna manera, trabajaba en paralelo a continuadores italianos como Mario Bava, autor de La muchacha que sabía demasiado, o Dario Argento. El estadounidense compartía con este último, responsable de Rojo oscuro o Suspiria, el gusto por los planos de larga duración y por la representación de diversos fetichismos, especialmente la pulsión voyeurística.
Si la saga Viernes 13 representaba la vertiente más formularia del thriller psicológico, el slasher de asesinatos seriados, De Palma defendía una narrativa visual mucho más cuidada. Y también aplicó sus recursos estilísticos al cine de gángsters en varios títulos de referencia: El precio del poder, Los intocables de Eliot Ness y Atrapado por su pasado.
Aunque haya sido acusado de ejercer un formalismo vacío, De Palma ha defendido su gusto por los planos de larga duración en términos algo inesperados. Para el autor ha sido, entre otras cosas, una manera de conseguir un trabajo actoral más apegado a la realidad, menos condicionado por los cortes.
Sea como sea, el efecto de sus técnicas en la audiencia ha llegado a ser imborrable. Las muertes de algunos protagonistas de Los intocables son ejemplos antológicos de empleo del tiempo cinematográfico, tanto en forma de imagen violenta que irrumpe de manera abrupta y chocante como de secuencia extendida donde se sostiene la mirada a una agonía.
El responsable de Fascinación ha sido un fiel de los géneros cinematográficos. Y aún así, tiene motivos para sentirse mucho más querido por la crítica de Cahiers du Cinéma que por una academia de Hollywood que le ha ignorado repetidamente. De Palma nunca ha sido nominado a un Oscar al mejor director, mientras acumula hasta cinco nominaciones al Razzie al peor realizador. Algunas de ellas, como las cosechadas por su trabajo en Vestida para matar o El precio del poder, son una muestra chocante de hasta qué punto resulta controvertido el trabajo de este clásico vivo, tan reivindicado como saludablemente cuestionado, del cine moderno.
Camino de la marginalidad
De Palma nunca ha alcanzado un estatus de autor (casi) unánimente reverenciado como ese Hitchcock entronizado por críticos y realizadores franceses de los años 60. Siempre ha sobrevolado sobre él la sospecha de que fuese un mero plagiario, un vampiro creativo, aunque él mismo le pusiese humor al parodiar la famosa escena de la ducha de Psicosis en su comedia de terror musical El fantasma del paraíso. Sus propuestas también han sido criticadas por incluir violencia hacia las mujeres, que ha justificado en términos estilísticos, como una adecuación entre contenido y forma: “Siempre me ha parecido la manera correcta de abordar el material”.
Por mucho que varias generaciones de cinéfilos hayamos disfrutado con obras como Hermanas, Impacto o Los intocables de Eliot Ness, en las últimas décadas podemos hablar de un De Palma repudiado por la industria y por el gran público desde que conoció uno de sus mayores éxitos de taquilla con Misión: Imposible. La más idiosincrática Snake eyes, un gozoso thriller conspiratorio con aires setenteros y un largo plano secuencia inicial, supuso un pequeño bache comercial. Y después llegó del gran batacazo: el encargo envenenado de Misión a Marte.
A partir de aquí, el realizador no ha vuelto a contar con la producción de un gran estudio de Hollywood. Su filmografía ha crecido en veinte años únicamente con las coproducciones multinacionales Femme fatale, La dalia negra, Passion o una Domino de la que se ha distanciado creativamente. Una sola vez ha retornado a la financiación exclusivamente estadounidense: para dirigir la controvertida Redacted, sufragada por el magnate de los deportes y el espectáculo Mark Cuban.
Los últimos veinte años del realizador podrían considerarse una expulsión a una cierta marginalidad. Redacted y Passion son películas malditas que no llegaron a recaudar ni un millón de dólares en todo el mundo, según la web especializada Box Office Mojo. Las cifras son sorprendentes, al tratarse de obras firmadas por un realizador que durante tres décadas fue una de las puntas de lanza del cine comercial con tintes autorales (o viceversa) durante tres décadas.
Pequeña reivindicación del cineasta otoñal
En el documental-entrevista De Palma, el realizador cargó reiteradamente contra el funcionamiento de Hollywood. Y explicó que, tras la larga posproducción de Misión a Marte, se dijo a sí mismo: “No quiero hacer películas como esta nunca más”. Los deseos de libertad creativa del realizador colisionan con el uso de presupuestos mínimamente elevados en el actual Hollywood de los ejecutivos y las franquicias. Y las discusiones repetidas y públicas con los productores (incluidos los de Domino, en una entrevista en la que revela que sí culminó el montaje visual del filme, pero no su posproducción sonora) y distribuidores tampoco ayudan a que encuentre su lugar.
Seguramente estas polémicas explican la caída del cineasta, más que los resultados creativos de sus filmes. Porque Femme fatale fue un festín para los admiradores del autor: un juego irracionalista con dobles, sueños y casualidades imposibles que llevaba al Hitchcock de Vértigo a terrenos lindantes con el surrealismo pop de Carretera perdida o Mulholland Drive, añadiéndole dosis de thriller calenturiento proclive a la exposición de epidermis femenina. La dalia negra, por otra parte, fue un noir revivalístico quizá menos intenso que otros filmes de su responsable, pero incluía escenas apreciables y una dinámica crítica de los secretos de los poderosos.
Estrenado en 2007, el collage bélico Redacted supuso el retorno del viejo De Palma atento a la contracultura y fascinado por el cine político del Jean-Luc Godard sesentayochísta, ahora inmerso en la era de YouTube. El resultado puede despertar dudas legítimas: a pesar de que se juegue con el lenguaje documental y las imágenes ficticiamente testimoniales, algunas escenas tienen una extraña apariencia de falsedad (intencionada o no). Con todo, la propuesta parecía necesaria porque se alejaba de la habitual representación autocompasiva de la guerra contra el terror.
A diferencia de El valle de Elah o Regreso del infierno, muy centradas en los efectos de la guerra en los soldados estadounidenses, Redacted subrayaba el sufrimiento de la población iraquí. El esteticista constructor de emociones fuertes cinematográficas dio una pequeña lección al Hollywood presuntamente progresista, más apegado a las historias con moraleja pero poco proclive a ensayar un choque frontal con el patriotismo y con el complaciente autorretrato del país como una nación libertadora.
El documental-entrevista De Palma terminaba con el perfilado afirmando que la mayoría de directores ruedan sus películas más memorables cuando tienen 30, 40 o 50 años, y apuntaba a la exigencia física y mental de la dirección cinematográfica como un motivo de ello. El visionado de su último largometraje sugiere que el cineasta, ya casi octogenario, opta por darse la razón a sí mismo: parece aportar su competencia y profesionalidad, de una manera que proyecta un cierto desapasionamiento y falta de ambición, a un filme de encargo.
Domino es un thriller policial de producción, aspecto e incluso star system europeos. Nikolaj Coster-Waldau y Carice van Houten, ambos vistos en Juego de tronos, son los protagonistas de la función. La película trata de unos agentes daneses que se ven involucrados por azar en una trama de violencia fundamentalista islámica, venganzas personales... y operaciones encubiertas de los servicios de inteligencia estadounidenses. La investigación de la muerte de un compañero les llevará hasta Bruselas y Almería.
A lo largo del filme podemos ver ecos del viejo De Palma: tenemos algún largo (y malvado) acercamiento de cámara que nos anticipa qué puede pasar a continuación, tenemos una escena en escaleras que puede recordar a la coreografiada en La dalia negra. Con todo, resulta difícil hallar demasiados destellos de brillantez estética o de astucia narrativa. En cambio, parece más fácil detectar un cierto aspecto de desarraigo e impersonalidad propio de tantas coproducciones multinacionales.
Los mas optimistas podemos detectar una sobriedad que remite a ese Brian De Palma reciente con el freno de mano estilístico puesto, sea por elección o por limitaciones presupuestarias, que había comenzado a aparecer en algunas escenas de la ciclotímica Passion. Aunque esa sobriedad, aplicada a un desenlace menos espectacular de lo prometido y a un final chocantemente abrupto y anticlimático, pueda leerse como una decisión radical... o como una muestra de indiferencia inhabitual en un autor que en otras ocasiones ha combinado la mirada distante con algún arrebato de furia.