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El disco con el que Kiko Veneno cambió la música y salvó su carrera

Javier Zurro

23 de marzo de 2023 22:06 h

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En el 92 España vivía obsesionada con el sueño de la modernidad. El país había dejado ya atrás la Transición y gritaba a los cuatro vientos que los tiempos oscuros habían pasado. Aquel año fue el de los Juegos Olímpicos de Barcelona y el de la Expo de Sevilla. El de Cobi y Curro. Dos acontecimientos mundiales de relumbrón que colocaban al país en el punto de mira internacional. 1992 se vendió como el gran año. 30 años después, al mirar atrás queda claro que para que todo brillara había que esconder la basura debajo de la alfombra. Lo mostraron películas como Grupo 7, que contaba cómo se expulsó a los drogadictos a los márgenes para que nada manchara la construcción de la Expo; o el imprescindible documental El año del descubrimiento, donde Luis López Carrasco hablaba de la decepción de la izquierda ante las medidas neoliberales del partido socialista de Felipe González. 

Lo que está claro es que 1992 fue un punto de inflexión política, social… y musical. Fue también en ese momento cuando se publica Échate un cantecito, el disco con el que Kiko Veneno revolucionó el panorama musical con su mezcla de música popular, herencia del flamenco y su mezcla con el rock, el blues y las letras de Bob Dylan. Un cóctel que había intentado que calara desde hacía años, con su aparición en la industria con el grupo Veneno, pero que fue en ese momento donde logró convertirse en un éxito entre la gente y la crítica. Una mezcla explosiva con canciones que han pasado al imaginario popular español como Lobo López, Echo de menos o Superhéroes de barrio. Himnos que conectaban con la clase obrera, que se veían representadas por su letra, pero también por lo pegadizo de sus melodías.

Para Kiko Veneno aquel año 92 también fue muy importante. Era la última oportunidad que le daba a la música. Su estilo no terminaba de calar y vivir de sus canciones era cada vez más complicado. Tuvo que compaginar su labor creativa con un puesto en la administración pública y aquel Échate un cantecito era el órdago a la industria. Como en los grandes guiones, al final el bueno de la película ganó, y la gente pudo seguir disfrutando de su música mucho tiempo. Todo el proceso artístico del disco y el contexto histórico en el que se creó son la materia prima con la que Alejandro G. Salgado ha ensamblado Un día Lobo López, un estupendo documental que llega este viernes a las salas y donde el músico cede su archivo gráfico y habla a cámara para revivir aquellos momentos. Lo hace acompañado de amigos como Santiago Auserón, figura clave en ese álbum.

Veneno aparece en el documental y tira de su carisma. Le quita dramatismo a aquel momento en el que se jugó todo a una carta y lo acompaña de anécdotas personales hasta ahora desconocidas, como que compuso Lobo López gracias al efecto de un supositorio. Al cantante le costó un poco decir que sí a la propuesta de ser el centro de una película, pero fueron las “credenciales” del director lo que le hicieron convencerse. Sobre todo el documental que hizo sobre Lole y Manuel, donde el año 1975 y su disco Nuevo día centraban parte del filme.

Una propuesta similar a la de este Un día Lobo López. “A través de un año y de una canción mostraba lo que estaba pasando en la música y la trascendencia que tuvo, algo que yo siempre había intuido, porque ten en cuenta que en ese año yo ya estaba tocando mis canciones, y nuestros antecedentes eran Lole y Manuel, y Triana, que eran los que estaban llevando la imagen de Sevilla. Nosotros éramos los que estaban haciendo canciones poéticas y los que teníamos que dar más caña. Dar otra visión. Eran nuestros ídolos, pero creíamos que podíamos hacer algo más subversivo que eso”, explica Kiko Veneno.

Esa idea de viaje histórico y creativo que van de la mano es la que quiso trasladar el realizador y que confiesa que estuvo desde el inicio del guion, “que convivieran la historia de la creación del disco y lo que estaba atravesando Kiko personalmente con el momento de la ciudad y hacerlo dialogar en esa doble pantalla, un recurso estilístico al que recurre el documental”. Aunque las sombras de aquel año 92 sí que aparecen en el filme, con la presencia de la heroína, originalmente iba a estar más presente. A Salgado le sorprendió que mientras que los jóvenes ponen en jaque la mirada oficial de aquel año, los más veteranos siempre recuerdan las partes positivas. “Yo tenía diez años, y ahora es evidente que eso estaba idealizado, pero cuando estaba rodando yo intentaba buscar que me contaran esas partes malas que yo no las viví, pero la mayoría de ellos me decían ‘¿qué parte mala?’”, añade.

Hay dos tipos de personas en el mundo, los que trabajan y los que que ganan dinero. Además, claramente los que ganan dinero alardean de eso

Aunque en aquel momento vital Kiko Veneno se planteara aquel disco como una última oportunidad, su pareja durante décadas, Ana Fernández, confiesa ante cámara que cree que “los artistas siempre son artistas”, y que aunque hubiera ido mal nunca hubiera podido dejar la música. El propio artista confiesa que nunca llegó a pensar en dejarlo del todo. “No, no, no me lo llegué a plantear. Nunca me lo he planteado, no por nada, sino porque, como decía Carlos Marx, la humanidad no se plantea los problemas que no puede solucionar, siempre pensamos que ya veremos qué pasa en el futuro. Pero sí es verdad, sí que tenía claro que era como mi última oportunidad, que me iba a esmerar para que esta vez fuera la buena y había aprovechar esa oportunidad. Porque una cosa es tocar la guitarra en tu casa, o hacer un coplilla... no sé cómo lo hubiera hecho. La verdad es que no me lo planteé porque tendría que haberse dado esa situación para que yo me planteara cómo iba a ser mi vida. No tengo ni idea cómo hubiera sido mi relación con la música si me hubiera dedicado a otra cosa”, zanja.

Un día Lobo López también es un paseo por la filosofía de Kiko Veneno. Por su peculiar forma de ver las cosas. Con humor y una fina ironía el cantante deja perlas durante todo el documental, como cuando lanza una frase lapidaria asegurando que para triunfar en la música hay que tener muchas ganas de querer llevarte el dinero, algo con lo que él nunca ha conectado. Para Veneno “hay dos tipos de personas en el mundo, los que trabajan y los que que ganan dinero”. “Además, claramente los que ganan dinero alardean de eso, dicen, ‘oye, que yo no soy un trabajador, porque yo no trabajo, yo gano dinero, yo me dedico a ganar dinero'. También son muchas horas de concentración, de artimaña y de argucia, y tienes que estar muy preparado. Por eso trabajar no le gusta a los financieros, ni siquiera los de Segunda División. Ellos quieren tener bien claro que son el resto los que trabajan, y que ellos se dedican al dinero”.

Los documentales, los premios honoríficos y los homenajes obligan a mirar atrás. A aceptar que el tiempo pasa, pero Kiko Veneno tiene asumido que es así: “Ya estoy preparado para aceptar que soy un clásico desde hace tiempo, porque siempre ser un clásico parece que te limita, ¿no? Dices, hostia ya lo tengo hecho todo. Siempre he sido consciente de eso, porque para muchísima gente, ya de una cierta edad sobre todo, ha sido un disco importante”.