Algo hay en el ingenioso hidalgo Don Quijote que contagia su chifladura a grandes eminencias de la cinematografía internacional. Directores y actores de la talla de Gary Cooper, Terry Gilliam y Orson Welles han visto frustrados durante décadas sus planes de adaptación del Caballero de la Triste Figura. Especialmente los dos últimos han convertido el proyecto en una aspiración vital y los intentos, en una extraña maldición. La versión inconclusa del director de Ciudadano Kane ha inspirado al exMonty Phyton en su peculiar e infortunada correría por La Mancha. A sus 72 años, el maestro del humor británico se adentra en la séptima –pero no necesariamente definitiva– versión de El hombre que mató a Don Quijote.
Profundizamos en la obsesión, la persecución y los primitivos bocetos que lograron producir los dos testarudos realizadores. Y en las dispares razones que les llevaron a arriesgarse y a batallar contra una industria que no les proporcionaba financiación ni respaldo comercial. También recordamos las extrañas circunstancias que sacrificaron los programas de estos dos cineastas, tal y como escribía Miguel de Cervantes de su hidalgo: Del buen suceso que los valerosos Welles y Gilliam tuvieron en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación.
La voz de Orson para doblar a Cervantes
Es conocida por muchos la miríada de películas que Orson Welles dejó incompleta en sus más de cinco décadas de producción cinematográfica. Con el tiempo, se ha recuperado una parte de este patrimonio inédito que dejó el director natural de Wisconsin. Un ejemplo de ello son su Sed de mal, cuya versión original con el sello del propio Welles –sin adulteración de la productora– se ha podido disfrutar solo y cuando el tiempo le ha clasificado como intocable; y su experimental primera obra Hearts of Age.
Pero no hay duda de que Don Quijote fue su inquietud más perdurable. Welles continuó con sus planes de adaptación, iniciados en 1955, hasta los meses previos a su muerte y canalizó su frustración a través del placer que le provocaba la expectación que levantaba su estreno. “Lo voy a lograr porque no costará mucho dinero y será un gran placer hacerlo. ¿Sabe cuál será el título? ¿Cuándo va a terminar Don Quijote? Así se llamará” decía Orson en una entrevista. Mientras, convirtiendo la elaboración en su patio de recreo, proliferaba imágenes y bosquejos del guión que se transformaron en kilómetros de metraje sin ordenar.
La versión que se conoce es un espurio montaje que realizó su asistente Jess Franco y que muestra pobremente las intenciones del director con su personaje más maldito. En ella no se refleja el verdadero designio de Welles como narrador, ya que lo que quería el estadounidense era un Don Quijote casi mudo con su voz en off comentando los lances del caballero. Por lo tanto, no se puede limitar la comparación del tesón de Orson con el idealismo loco del protagonista ya que sus aspiraciones eran mucho mayores; quería encarnar a Cervantes.
Lo único que nos queda es la pasión que convirtió a esta cinta en un fin en sí misma y los sacrificios que le llevaron a aceptar proyectos mediocres como medio para financiar su presuntuoso filme.
¿Quién mató al Don Quijote de Gilliam?
El delirio ha sido heredado por Terry Gilliam que, sin embargo, encuentra su inspiración en el ficticio personaje tal y como él asegura: “Es un tipo que no logra ver las cosas como las ven los otros. Exactamente como yo. Don Quijote soy yo”. Siete veces lo ha intentado y siete veces los elementos naturales y financieros se han conjurado contra su película The man who killed Don Quixote. Un esfuerzo ímprobo que, lejos de aminorar el ánimo del cineasta, le empuja obstinadamente a la consecución de su meta.
Es un proyecto que se niega a morir entre apocalípticas tormentas que destrozan los decorados, aviones que sobrevuelan de forma escandalosa los exteriores del rodaje, enfermedades que impiden al protagonista subirse al esencial Rocinante y presupuestos que se volatilizan en plena realización.
Eso es lo que le ha ocurrido al director de Doce Monos desde que en 1999 inició esta adaptación con una perenne nube negra sobre su posibilidad de éxito. En esta primera versión, Gilliam reunió a Jean Rochefort, Vanessa Paradis y Johnny Depp, que terminaron convirtiéndose únicamente en los protagonistas de un hilarante documental sobre el no-making of llamado Perdido en la Mancha.
Poco se conoce de esta nueva entrega, solo que se rodará en suelo canario y que quizá recupere el plantel de su sexto intento en 2008, con Robert Duvall como Don Quijote y Ewan McGregor como Sancho. Gilliam espera no correr la misma suerte que su predecesor en el intento, Orson Welles, y quitarse de encima el lastre que siempre ha influido en una filmografía lograda a empujones.