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No fueron pocas las alabanzas que recibió la película La isla mínima (2014). La cinta de Alberto Rodríguez demostró que en España se podía estar a la altura de un género como el del drama policíaco, tan de moda hace cinco años tras la irrupción de True Detective (a pesar de que el filme español le llevaba ventaja). No estaba Matthew McConaughey, pero Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez supieron captar a la perfección esa esencia misteriosa y en ocasiones terrorífica que hizo triunfar a la serie norteamericana. Los cumplidos no solo se dirigieron hacia el apartado narrativo: también al fotográfico.
Las imágenes aéreas de las marismas del Guadalquivir, tomadas por el fotógrafo del CSIC Héctor Garrido, cautivaban al espectador desde los títulos de crédito iniciales con las formas y los colores propios de un paraje como Doñana. Estas capturas se realizaron desde una avioneta, pero los siguientes planos aéreos, donde se puede ver a los personajes transitando por diminutas carreteras rodeadas de vegetación, fueron posibles gracias a una herramienta que por entonces todavía estaba por explotar: el dron.
Desde entonces, han sido muchas las películas que se han sumado a la tendencia de utilizar estos vehículos no tripulados para conseguir un tipo de plano que, hasta ese momento, solo se podían permitir las grandes producciones. Ya no hacía falta ser Stanley Kubrick para grabar una intro como la de El Resplandor (1980), básicamente porque se podía realizar sin tener que contratar un helicóptero. “Es una técnica que antes estaba reservada a unos pocos y que daba empaque de calidad, de profesionalidad y de presupuesto. Significaba que se había alquilado un helicóptero… Ahora cualquiera puede hacer un plano vistoso que quede bien”, explica a eldiario.es Elisabet Prandi, profesora, directora de fotografía y realizadora de documentales.
En las películas de bajo presupuesto se solucionaban estos planos aéreos con panorámicas desde lugares elevados, algo que en la actualidad tiene fácil solución. Pero el fenómeno se extiende en todas direcciones, ya sea en estudiantes de cine o en en rodajes de alto nivel.
Es lo que ocurre en El lobo de Wall Street, donde Martin Scorsese decidió utilizar drones para grabar aquella escena en la que los protagonistas montan una fiesta en un yate. Pero también aparece en Narcos, Juego de tronos, Spectre e incluso In the Robot Skies: A drone Love Story, la primera película del mundo grabada en su totalidad con drones.
No es la primera vez que una herramienta audiovisual se convierte en tendencia. Ya ocurrió previamente con la steadicam, un sistema que va acoplado al operador con unos arneses y permite estabilizar la cámara mediante unos contrapesos. Este fue popularizado con la película de El Resplandor, con esas largas tomas siguiendo el triciclo de Danny, y demostraba que servía como sustituto para los caros travellings que requerían construir unas vías de desplazamiento. “Ocurre como con todas las modas cuando sale una óptica, una cámara o un artilugio: durante un tiempo hay una sobreexplotación de eso. Son herramientas revolucionarias que nos ofrecen un punto de vista innovador. Quizá el dilema es saber introducir bien estos diferentes aspectos en la historia sin que desentonen”, apunta Prandi.
Y es que es ahí donde radica el principal peligro de los drones: en controlar cuándo y por qué son necesarios para supeditar la narración a la imagen. “Cualquier cosa que hagas, ya sea un videoclip, un anuncio o una película, tienes que poner esos planos. Pero la gente se cansa, y hay que valorar muy bien en qué planos los utilizas para que concuerde con lo que se está explicando en pantalla”, considera la docente.
Añade que en “en las series se notan muchos más estas modas que en el cine clásico”, ya que “los realizadores suelen tener un lenguaje menos contemporáneo y van con más cuidado a la hora de usar estos nuevos recursos”. Las producciones españolas tampoco se quedan atrás. Es el caso de la reciente Hierro o Félix, la cual es destacada por Prandi por considerar que los drones “se integran muy bien en la historia”.
Los planos constantemente dinámicos y aludiendo al espectador no son gratuitos en una era dominada por las plataformas de streaming. Los nuevos soportes de visionado, a la vez, provocan la aparición de nuevas técnicas audiovisuales pensadas para estos espectadores.
“No es lo mismo ver un producto en un cine que verlo en una pantalla de un monitor o un móvil. Para estos últimos las imágenes tienen que moverse, que ser atractivas. Es todo un cambio de paradigma, de visión, de formato, de dónde lo vemos… Y todo eso repercute de forma diferente dependiendo de las generaciones”, asegura la directora de fotografía.
Otro aspecto a tener en cuenta es la educación cinematográfica del que mira, ya que no es lo mismo alguien criado con películas de los 70 que con Stranger Things. “Los más jóvenes ya están acostumbrados a esa mirada desde el aire que dan los drones, ya que es una perspectiva muy habitual en los videojuegos. Por el contrario, los adultos se quedan con la espectacularidad de ver un paisaje de una forma diferente a la que no estaban acostumbrados”, observa la realizadora.
Netflix, HBO o Amazon no solo son reconocidos por sus series. También son expertos en campañas de marketing y en estudiar sus usuarios, tanto reales como potenciales, para mantenerles enganchados a sus productos. La imagen va en consonancia a esta filosofía. Hay que estar a la vanguardia para sorprender a quien se encuentra al otro lado de la pantalla y, por supuesto, los drones forman parte de ello.
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