La portada de mañana
Acceder
Aldama zarandea al PSOE a las puertas de su congreso más descafeinado
Corazonadas en la consulta: “Ves entrar a un paciente y sabes si está bien o mal”
OPINIÓN | Días de ruido y furia, por Enric González

Las tres edades de Takeshi Kitano

Ha sido actor, mimo, director, escritor, pintor y hasta diseñador de videojuegos. Hoy es reconocido como uno de los realizadores japoneses más importantes del cine contemporáneo. Pero durante muchos años, el nombre de Takeshi Kitano era uno de aquellos que solo sonaba a los aficionados a rebuscar en ese cajón de sastre llamado cine de culto.

Sin embargo, en el país del sol naciente la mayoría lo llama Beat Takeshi. Se trata de un seudónimo que él mismo sigue utilizando cuando actúa para otros directores, pues nunca ha renegado de los años en los que fue uno de los cómicos más conocidos de la televisión nipona. Él y su compañero Kiyoshi Kaneko formaban el mordaz dúo Two Beats, una suerte de sátiros que iban en contra de todo y de todos y que tuvieron un éxito enorme durante la década de los 80. De ahí, Kitano daría el salto a la televisión para hacer, entre otras cosas, programas como FÅ«un! Takeshi Jō. Este último llegó a España: se llamaba Humor amarillo y lo emitía Telecinco a mediados de los noventa. Lo retomaría después Cuatro, ya en 2006.

Ahora estamos de suerte: Mediatres Estudio ha editado en España, por primera vez en alta definición, El verano de Kikujiro y Hana-Bi (Flores de fuego), dos de sus mejores obras. La segunda, además, está de celebración pues hace veinte años que se hizo con el León de Oro en el Festival de Venecia de 1997. En cierta manera, aquel año fue un punto y aparte en la carrera de Takeshi Kitano ya que gracias al premio daría el salto al circuito internacional. Recordamos su irreverente figura a través de su carrera como director.

El bufón se convirtió en director

Decía Hayao Miyazaki que “existir aquí, ahora, significa perder la posibilidad de ser otras innumerables personalidades potenciales”. Una cita que Takeshi Kitano podría tener tatuada en lo más profundo de su ser. Nació el 18 de enero de 1947 en Adachi, un barrio obrero del área metropolitana de Tokio. Ya de joven, se ocupó de quitarse todas las cadenas que pudieran atarle a una profesión concreta, a un solo futuro. A perder la posibilidad de ser cualquier otra persona.

Por eso, tanteó la vida del artista dedicándose a la pintura, habilidad aprendida de su padre, la vida del delincuente, pues tuvo más de un encontronazo con la ley, y la del joven serio y profesional. Ésta última le llevó a empezar la carrera de ingeniería mecánica en la prestigiosa Universidad de Meiji. No acabó nunca la licenciatura porque hizo el petate y se fue de gira con una compañía de teatro amateur llamada France Theatre of Akasuka. Allí conoció al que sería su partenaire en el mundo del espectáculo: Kiyoshi Kaneko.

Juntos formaron el dúo Two Beats, una escueta compañía especializada en el manzai, consistente en hacer reír mediante un cruce dialéctico ácido y rápido. Desde mediados de los setenta hasta casi los noventa, la fama de Kitano no hizo más que aumentar, llegando a convertirse en la estrella de la pequeña pantalla con Humor amarillo. Nadie le tuvo que decir que se había atado a otra cadena, la del cómico funcional.

Kitano vio su oportunidad de asumir otra personalidad gracias a una casualidad del destino. Ya metido en la industria, se enteró de que un importante estudio nipón llamado Shochiku se había quedado sin director para una película de cine negro. Ni corto ni perezoso, el hasta entonces bufón se plantó delante del jefe de producción de la compañía y le dijo que él era la persona indicada para dirigir el filme. Y para protagonizarlo, ya puestos. Así nacería Violent Cop, la brutal opera prima de Takeshi Kitano.

Era un thriller criminal sobre policías corruptos contra los yakuzas que, sin embargo, ya suponía una vuelta de tuerca al género. En ella, el realizador combinaba con inusitada habilidad para un primerizo momentos de contemplación y calma con agresivas escenas de acción y sangre a raudales. La combinación de registros le valió la confianza de los estudios para filmar luego Boiling Point, Sonatine y Escenas en el mar. Las dos primeras son thrillers tocados de violencia turbadora pero también de un personalísimo humor negro. La tercera, un contemplativo drama romántico que perfila un talento especial para captar la belleza de su entorno.

Kitano había conseguido una firma propia: un director que se debatía entre el thriller de bajos fondos y violentos finales, y la delicadeza del drama romántico, social y contemplativo, en la línea del maestro Yasujirō Ozu. De repente, un accidente de tráfico estuvo a punto de alejar para siempre al incipiente genio de las cámaras.

El director se hizo genio

Una noche de agosto de 1994, el realizador conducía su moto borracho por las calles de Tokio. Llevaba el casco mal abrochado y superaba la velocidad permitida cuando chocó brutalmente contra un poste telefónico. Sobrevivió de milagro, aunque se había fracturado el cráneo, y roto la mandíbula y varios huesos por todo el cuerpo. Cuatro meses después, salía por su propio pie del Tokyo Medical College Hospital, aunque nunca volvería a ser el mismo. Quedó con la mitad del rostro paralizada, cicatrices en toda la cara y un extraño tic en el ojo derecho.

Su encuentro con la muerte le hizo dejar la bebida, repensar su vida y, cómo no, su arte. Si antes la autodestrucción y la ira eran formas primigenias de su cine, ahora cabe una luz de esperanza al final del túnel. Una posible redención. Así nace la veladamente autobiográfica Kids Return, en la que dos jóvenes dejan sus estudios para intentar ganarse la vida. Uno termina siendo boxeador y otro, asesino para la yakuza.

Apenas un año después, el realizador estrena su primera obra maestra. Hana-bi (Flores de fuego) le catapulta a la fama internacional por distintas razones. Por un lado le abre las puerta de Occidente gracias al León de Oro en el Festival de Venecia, y por otro le granjea la etiqueta de auteur con una unanimidad crítica que hará que sus futuros proyectos sean seguidos con lupa. La película narra la historia de un policía corrupto obligado a afrontar la enfermedad terminal de su esposa. Aún cargada de un tono pesimista, el amor y el arte como vehículo de liberación se presentan por fin en su obra.

El cambio de tono llegaría a expresarse de manera sincera y abierta en 1999 con El verano de Kikujiro. La película se estrena en el festival de Rotterdam dejando con la boca abierta a gran parte de la crítica especializada por su capacidad de abrazar una historia tan abiertamente vitalista. Una auténtica joya dentro de su cine y tal vez la última gran obra del siglo XX en la cinematografía nipona.

En El verano de Kikujiro, Takeshi Kitano interpreta a un yakuza de pocas luces que curiosamente lleva el nombre de su padre más allá de la ficción. Un día este personaje conoce a Masao, un niño de nueve años que se ha escapado de casa de su abuela para ir en busca de su madre. Ambos iniciarán una road movie a medio camino entre El chico, de Chaplin, y Marco, de los Apeninos a los Andes. Una comedia reflexiva y pausada, tocada además de un realismo mágico poco habitual en su cine.

La era posterior al accidente del por fin reconocido maestro japonés cayó de pie en el cine en el nuevo milenio. Desde aquel agosto de 1994 hasta 2007, el director estrenó todos los grandes títulos de su carrera. Primero fue Brother, una vuelta de tuerca a la temática de la mafia japonesa. Después Dolls, la máxima representación del esteticismo kitaniano al servicio del melodrama más abierto. Y por último Zatoichi, una interpretación sui géneris del chambara: las historias de samuráis clásicas. Una obra que, de alguna manera, marca el ocaso de su carrera.

El genio se hizo viejo

En 2005 Kitano estrena una película que marcará el tono de una tercera etapa: la del artista que se mira al espejo y no le gusta lo que ve. Takeshis’ inicia una fase de reflexión sobre la figura del artista y su obra que se ampliará con Glory to the Filmmaker! y Aquiles y la tortuga. Una trilogía en el sentido temático, extremadamente autorreferencial y en la que se desnuda ante el espectador como Fellini en Ocho y medio.

La epopeya artística se complementa con Outrage 1 y 2. Una especie de acelerador hacia ninguna parte en su carrera: dos películas de gángsteres, yakuzas y tríadas en las que Kitano vuelve al cine que le vio nacer. Apuesta por relajar su nivel de contemplación y reflexión, pero multiplica la acción, la sangre y la violencia con la que debutó en Violent Cop.

Son películas en las que el director decide sacrificar la emoción y la calidad en pos de la introspección primero y del espectáculo después. Pero como bien reza el famoso bushido: solo aquellos que cometen errores están preparados para acometer grandes tareas.

Así, como si la vida se tratara de un círculo que hay que cerrar, Kitano estrenó en 2015 Ryuzo and his Seven Henchmen, una comedia que pasó por el Festival de Sitges pero que sigue aún inédita en España sobre un clan de yakuzas viejos y retirados que vuelve al ruedo después de ser víctima de una estafa de phishing en internet.

Con los setenta años cumplidos, el realizador se sigue riendo de sí mismo como en Two Beats, y de los demás como en Humor amarillo. Así que si le quedan fuerzas para seguir riendo, esperemos que también para seguir rodando.