El Festival de Venecia trae suerte a Yorgos Lanthimos. El director griego, que sorprendió a todos con Canino, comenzó aquí la carrera de premios de La favorita en 2018. Ganó el Gran Premio del Jurado (el segundo en importancia el año que Roma se llevó el León de Oro); y además la Copa Volpi a la Mejor actriz para Olivia Colman, un galardón que luego repetiría en los Oscar, donde el filme obtuvo 10 nominaciones. También fue el comienzo de todo para Emma Stone, ganadora de la Volpi a la Mejor actriz por La La Land en 2016 y del premio de la Academia de Hollywood unos cuantos meses más tarde.
Quizás por ello parece lógico que sea en el Lido donde presenten Pobres criaturas su nueva colaboración juntos tras La favorita (y con otra nueva ya rodada). Ambos quieren que este sea el comienzo de una nueva temporada de premios para ambos, y puede que así sea. Puede que esta adaptación de la novela Alasdair Gray (¡Pobres criaturas! Episodios de la juventud del Dr. Archibald McCandless, funcionario de Salud Pública. Anagrama 1996) no sea tan redonda como su revisión de la figura de Ana Estuardo, pero Pobres criaturas tiene muchos elementos que pueden hacerla desarrollar una carrera igual de satisfactoria: una forma visual tan brillante como efectista; una interpretación principal soberbia y una mirada al feminismo original y con un punto provocador.
Si en La favorita, que también tenía en el guion a Tony McNamara, analizaba las relaciones de poder usando como trampantojo a la reina Ana; aquí se sirve del clásico Frankenstein para entregar una visión desde el punto de vista de una mujer. Sí, ya sabemos que realmente Frankenstein era el doctor y no la criatura, pero en el imaginario colectivo ocurre al revés, cuando uno menciona ‘Frankenstein’ es el monstruo el que aparece en el cerebro. Si no, que se lo digan al PP, que lleva años diciendo ‘Gobierno Frankenstein’ para referirse al de coalición y sigue empeñado en el error.
Aquí ese Frankenstein es una Emma Stone renacida gracias a la figura de un científico loco con gases (literalmente) interpretado con humanidad por Willem Dafoe. Es una niña en el cuerpo de una mujer y vive encerrada para no enfrentarla con el mundo real. Cuando su creador le conceda el deseo de salir fuera tendrá que integrarse en un mundo del que no conoce las reglas. El personaje de Stone no tiene habilidades sociales, y su edad mental no coincide con su cuerpo, lo que hace que se comporte de forma imprevista.
Ahí radica parte del ‘chiste’ de Lanthimos, en colocar a un personaje que pueda decir lo que quiere, actuar sin ataduras morales ni sociales y resultar a la vez provocador e hilarante. Lo consigue, pero el chiste se acaba pronto. Pobres criaturas comienza maravillando, pero poco a poco pierde todo su fuste y se convierte en una experiencia llena de momentos brillantes, pero también en una obra irregular. El guion se empeña en repetir la estrategia una y otra vez hasta agotarla.
En el aprendizaje del personaje aparece la sexualidad. A Emma Stone las hormonas se le desatan pronto, y comienza un arsenal de escenas en la que su personaje se masturba con lo primero que pilla, porque, por si no había quedado claro hasta ese momento, como no tiene ninguna norma social que rija su comportamiento, no sabe que eso está moralmente mal visto. Ella habla de sexo, lo practica y se libera de una forma salvaje, lo que en pantalla resulta algo novedoso durante un rato, pero que vuelve a saber a chicle mascado cuando el recurso se repite.
Eso sí, hay que agradecer que haya al frente de un personaje así una actriz como Emma Stone, que se arriesga en un papel complicado que podía haber caído en la parodia y en el que se pasa desnuda y diciendo salvajadas casi todo el tiempo de la película. Se ve que disfruta y que está comprometida al 100% con el proyecto. Consigue pillar un tono complicado, algo que no hace Mark Ruffalo como el hombre que le enseña el mundo, excesivamente caricaturesco y paródico.
De la actriz y de las escenas de sexo habló el propio Lanthimos en la rueda de prensa del filme, que no contó con la actriz por la huelga de intérpretes, pero sí con todo el equipo técnico. El director griego dijo que para él “era muy importante no hacer una película que fuera mojigata, porque sería como traicionar completamente al personaje principal”. “Teníamos que estar seguros de que Emma no debía avergonzarse de su cuerpo, de su desnudez o de participar en esas escenas, y ella lo entendió de inmediato”, añadió.
Lanthimos repite aquí las obsesiones visuales de La favorita, y ocurre igual que con su apuesta narrativa. Uno acaba también cansado de su barroquismo visual. Ahí están los ojos de pez, la música disonante, los planos aberrantes, la dirección artística recargada y la fotografía saturada. Una artificialidad buscada y tan pendiente de epatar en cada fotograma que también acaba cansando. Quizás a Lanthimos se le juzga con una vara demasiado estricta, y es cierto que hay en Pobres criaturas talento y genio, pero empieza a sonar a algo ya visto que pide a gritos avanzar hacia algún lado.
Donde Pobres criaturas resulta más satisfactoria es en su retrato de todos los tipos de machismo que sufre una mujer en su vida. Desde el paternalismo de su creador, el romanticismo tóxico del aliado, la violencia explícita del maltratador, la supuesta indiferencia del canallita controlador… y así una innumerable lista. Algo que se reafirma en ese maravilloso plano final donde imagina un nuevo mundo mejor en forma de matriarcado y donde Lanthimos sí apunta, por fin, a algo nuevo en su carrera (y que ya se deja ver en la reveladora conversación de Emma Stone con el personaje de Jerod Carmichael): en este mundo toca dejar de lado el nihilismo y el cinismo y apostar por el optimismo para cambiar las cosas.