Entrada a 3 euros y menú de palomitas por más del doble: todo lo que debes saber antes de meter tu propia comida en el cine

En ocasiones parecen la casa de Willy Wonka en miniatura y en otras se limitan a un recatado puesto a la entrada de la sala, pero hoy en día es prácticamente imposible encontrar un solo cine que no ofrezca viandas con las que aderezar el visionado de sus películas.

La idea se la debemos a Julia Braden, una ciudadana de Missouri que convenció en 1931 al dueño de los teatros Linwood de que le permitiera montar un carrito de palomitas en el interior de sus locales.

La precariedad que siguió al crack del 29 y la introducción del sonido en el cine cambió la forma en la que disfrutar del séptimo arte en Estados Unidos. Las salas se convirtieron de pronto en un oasis con olor a maíz donde desconectar de la miseria cotidiana, y las palomitas en una opción económica para engañar al estómago. Ahora, muchos maldicen la rentabilidad del negocio sobre ruedas que Julia introdujo en los Linwood y que han imitado casi todos los exhibidores del mundo 90 años más tarde.

De hecho, en algunas salas consumir lo que venden en su interior es casi una obligación. O, al menos, la única opción que contemplan si se quiere comer durante la proyección de una película.

Así ocurre en las cadenas españolas Yelmo y Cinesa, que prohíben entrar portando cualquier tipo de alimento comprado en el exterior. Esto último se hizo viral en octubre, cuando un usuario de Twitter denunció que Yelmo le había impedido el paso a su sesión del Joker por llevar un táper de uvas y una botella de agua.

Al solicitar una hoja de reclamación, el encargado le aseguró “que se actuaba de este modo debido a una nueva ley aprobada en agosto de este año”. Esta “ley”, en realidad, se trataba de un Real Decreto de 1982 que estipula que el público “no podrá entrar en el recinto sin cumplir los requisitos a los que la empresa tuviese condicionado el derecho de admisión a través de su publicidad o mediante carteles”.

Por eso, quien visite algún establecimiento de esta cadena en la Fiesta del Cine encontrará enormes carteles que, amparándose en otra normativa autonómica de 1997, alertan de que no se permite el acceso “con alimentos y/o bebidas adquiridas fuera de Yelmo”. Aunque, según las asociaciones de consumidores, se trate de una medida ilegal.

Facua lleva años denunciando una práctica que consideran abusiva e indefendible por parte de los exhibidores. “No pueden plantear esa limitación en el derecho de admisión porque es tan ilícita como si te prohibiesen entrar con un abrigo porque venden abrigos dentro. Suena a chorrada, pero legalmente es el mismo argumentario”, explica Rubén Sánchez, portavoz de la asociación, a eldiario.es.

La razón principal que arguyen los cines es que la hostelería es una actividad tan principal como la propia exhibición de películas. Pero con menús de palomitas que oscilan entre los 7 euros y los 10, muchos espectadores han reaccionado contra los precios prohibitivos que ofertan las que tienen más salas en el país.

Sin embargo, algunas han denunciado que, con lo que se quedan las distribuidoras, el dinero de las entradas apenas sirve para cubrir los gastos y que todo el beneficio procede de la venta de comida. “Este argumento es demagógico. Si quieres ganar muchísimo dinero monta otro tipo de negocio, como un banco. Pero si has montado un cine, donde la entrada no la regalas precisamente, no puedes incurrir en prácticas ilegales”, opinan en Facua.

De hecho, otra de las medidas virales tomadas por Cinesa fue la de colgar un cartel en sus pasillos que rezaba lo siguiente: “Si cuando vas a cenar no te llevas el vino de casa, ¿por qué cuando vas al cine te traes las palomitas?”.

El anuncio corrió como la pólvora por la red e incluso Javier, que en 2007 denunció a la cadena por negarle la entrada con un menú del Burguer King, recordó que les pueden caer “multitas desde 6.000 euros”. “La gente no va de tapas al cine. Su actividad principal es la venta de entradas y solo sería normal que no pudieses acceder a la sala sin haber pagado la tuya”, argumenta Sánchez.

Aunque Facua está ojo avizor ante este tipo de denuncias públicas, reconoce que la única que se llegó a tramitar fue la de unos cines extremeños en junio de este año. El instituto de consumo de Extremadura sancionó con 3.000 euros a los Multicines España, en Zafra, por impedir el acceso con comida y bebida de fuera. “Si otras administraciones de consumo imitaran a la extremeña se podría frenar esta práctica ilícita, pero no está habiendo mucha actividad en este sentido”, admite Sánchez.

Defienden que existe una base jurídica contra este tipo de abuso y que no solo Facua se hace eco de ella, sino también la Agencia Española de Consumo, que depende del Ministerio de Sanidad, pero que “no sirve de nada si no aplican las leyes con sanciones”.

Ante esto, Rubén Sánchez recomienda tres cosas de cara a introducir nuestra propia comida a la sala de cine en los próximos días. “De entrada, si la metes en tu bolso o mochila, no pueden registrarte. El hecho de que intentaran forzarte a abrir el bolso es una práctica denunciable”, advierte. Si se percatan, aboga por pedir “una hoja de reclamaciones y tramitarla ante la autoridad de consumo de tu comunidad autónoma”.

Sin embargo, su favorita es “evitar este tipo de cadenas” donde sabemos de antemano que el acceso con nuestra comida será un inconveniente. “No tenemos que renunciar a pedir a las administraciones que hagan su trabajo, pero también está la opción en paralelo de actuar por nuestra cuenta. Si no vamos, les trasladamos a ese cine la idea de que no nos interesa su forma de negocio y que perderían clientela si muchos consumidores hiciésemos lo mismo”, defiende.

Cines libres de crujidos y sorbidos

Aunque hay decenas y decenas de salas que incurren en esta práctica en nuestro país, existen alternativas para los que quieran evitar una banda sonora de sorbidos y crujidos durante el pase de la película. Son pocas, pero existen.

Algunas abogan directamente por impedir la entrada de comida y bebida, como los cines Golem en Madrid o los Babel en Valencia. Otros, como los cines Renoir, han decidido dividir su programación para dar en el gusto tanto a los palomiteros como al reducto que se resiste a inhalar salsas y a escuchar al vecino devorar su perrito caliente.

“Depende del tipo de títulos porque históricamente ha sido así y porque hay películas que tienen unos silencios que no son compatibles con el consumo de comida”, explica una fuente de los cines Renoir a eldiario.es. Los que se encuentran en Plaza España avisan en la misma taquilla de que cualquier alimento o bebida está terminantemente prohibida. Sin embargo, un poco más arriba, en los Princesa, hay una pequeña barra con algunos artículos para engañar al estómago.

“Si viene alguien con su refresco o con su bolsa de chucherías, no habría ningún problema. Otra cosa es que entren con trozos de pizza o con bolsas del McDonalds porque eso no es lo que se vende dentro”, dicen tranquilizadores. Los Renoir, por su parte, abogan por la hostelería dentro del cine para mejorar el margen de beneficios.

“Es cierto que en el cine independiente es más alto porque el distribuidor se queda con un porcentaje menor, pero en los que ofertan títulos más comerciales, ayudan mucho las palomitas y los refrescos a mejorar las ganancias”, defienden. En su caso lo están viviendo gracias al Joker, que ha arrastrado a un tipo de espectador que no es el habitual “porque se ha corrido la voz de que es mejor verla en versión original”. “Esa película tiene asociado un consumo de comida y bebida muy grande, lo que nos viene fenomenal”, admiten.

Si deberíamos convertir las sesiones de cine en un festival de olores y sabores, o si el “boom de los cines restaurante está matando a las salas tradicionales”, es un debate diferente. Por lo pronto, la ley defiende que nadie debería impedirle disfrutar de un táper de uvas ni de un menú BigMac si así lo desea. Otra cosa es que lo desee.