La portada de mañana
Acceder
INVESTIGACIÓN | La pareja de Ayuso pagó medio millón a un alto cargo de Quirón
El Gobierno solo ha puesto una sanción desde que entró en vigor la ley de Memoria Democrática
OPINIÓN | Adelantar elecciones no es tan buena idea, por Antón Losada

Estreno de Cine

Felipe Gálvez revisa la historia de Chile en 'Los Colonos': “El wéstern es un género que fue cómplice de los genocidios”

Javier Zurro

0

El wéstern es el género cinematográfico americano por excelencia. A través de él, configuraron un imaginario y lo trasladaron a la gente. La fundación de EEUU como país se contó gracias a un género en el que se idealizó lo que, históricamente, fue un genocidio. El de las comunidades nativas que fueron aplastadas por aquellos que les colonizaron. En el cine de Hollywood los vaqueros eran los buenos y los indios eran los villanos. Había que cazarles y aniquilarles. Se justificaba, en forma de retrato mitológico, la aniquilación de una población.

Los niños juegan desde entonces a indios y vaqueros. Los indios siempre pierden, son los malos. Es lo que han mamado y es lo que han aprendido. Sin embargo, algo está cambiando. También desde el cine, donde se vive un revisionismo de aquellos mitos fundacionales de los países. Es lo que hace Martin Scorsese en la próxima Killers of the flower Moon, donde cuenta la masacre contra la comunidad Osage, y es lo que hace Felipe Gálvez en su imponente debut Los colonos que, tras presentarse con éxito en Cannes se ha estrenado en las salas españolas.

Una película que cuenta cómo Chile también nació sobre la sangre derramada de múltiples comunidades nativas. Gálvez lo cuenta desde Tierra de Fuego a finales del siglo XIX, donde el colono español José Menéndez contrata a un inglés, un mercenario americano y un mestizo chileno para limpiar de nativos el camino en el que pasean sus ovejas. A través de esta historia construye un wéstern que es, realmente, la deconstrucción del wéstern. Si en cine del oeste perpetuaba el imaginario del indio como villano, aquí lo que se cuenta son las barrabasadas que hicieron contra ellos. Lo hace con un estilo pictórico, hermoso, con una fotografía de colores brillantes y un formato que huye del clásico scope del wéstern para encerrar a sus protagonistas.

Una ópera prima “ambiciosa”, pero que no fue más complicada de levantar por el tema que trata, sino “porque en Chile es muy difícil hacer cine”. “Creo que el tema generó interés, por algo es una coproducción entre nueve países. El tema hace eco de una historia universal. Para mí es una película producida entre países que fueron víctimas del colonialismo y países colonialistas. Tengo socios involucrados de los dos lados. Están los que quieren hacer esa autocrítica y están los que empatizan con la historia porque la vivieron de forma igual en otro lugar del mundo”, cuenta Felipe Gálvez.

No cree que en esa actitud de los países colonialistas haya “culpa, sino conciencia”. “La conciencia de ver qué lugar ocupó el cine en todo esto. El wéstern es un género que fue cómplice de los genocidios, un género de propaganda que propagó la idea de que los nuevos países, los países americanos, eran países que estaban civilizando, que estaban logrando el desarrollo, la tecnología y, en ese relato, los indígenas eran los malos y había que matarlos y el cowboy era el héroe. Estamos teniendo una mirada crítica al wéstern. El wéstern revisionista siempre existió, y es un género que se ha ido deconstruyendo en los últimos 50, 70, 80 años, pero ahora llega un punto en donde viene otra deconstrucción, ya no solamente a los personajes que atravesaban esta historia, sino la manera en la que contamos la historia”, apunta el director.

Yo no creo que la máquina de cine sea una máquina que tenga la capacidad de representar la realidad, sino más bien tiene la capacidad de manipularla y distorsionarla

Esa deconstrucción viene también desde lo estético, apostando por no usar el clásico scope del cine del oeste, y por una fotografía preciosista que nada tiene que ver con el realismo y con la que Gálvez abre otra ventana a reflexionar: “Me interesaba mostrar que esto era una película, que era un artificio, y mostrar todos los elementos que tiene el cine para distorsionar y manipular la realidad. Yo no creo que la máquina de cine sea una máquina que tenga la capacidad de representar la realidad, sino más bien tiene la capacidad de manipularla y distorsionarla. Entonces quería usar todas las herramientas que existen para generar esas distorsiones y esas manipulaciones”.

En Chile, como en España, hay gente a la que no le gusta revisar la historia. No quieren que se hable de masacres y genocidio. Prefieren quedarse con la versión del blanco salvador que se perpetúe cada 12 de octubre. “Creo que ocurre igual en ambos países. Chile es un país que desprecia la historia. Le cuesta mucho escribir su historia oficial. De hecho, no está escrita la historia oficial sobre los genocidios. No está escrita la historia oficial sobre la dictadura. No se ha escrito todavía esa historia oficial y estamos conmemorando los 50 años y los intentos de la extrema derecha por cambiar y manipular la historia. Ya ni siquiera se dice ‘dictadura militar’, sino que muchos hablan de ‘pronunciamiento’. A mí me interesa saber qué va a pensar la gente de José Menéndez cuando vean mi película. Quizás hay gente que lo quiera defender. No me cabe duda que hay gente que lo querrá defender en un contexto donde el 40% de la población chilena apoya a Pinochet. Hay gente que defiende lo que pasó, que cree que fue en vías de la civilización. Y justamente eso me parece interesante, porque mi película no es un panfleto, no es una propaganda; es una reflexión artística sobre el cine, sobre un género, y permite que el espectador tome la decisión”, apunta.

Los colonos también habla de las fronteras, de cómo se mueven por intereses y cómo son conceptos creados para dividir, algo que cree que hace que el filme entronque con el presente: “El wéstern habla del nacimiento de una nación. Chile era un país joven, apenas tenía 100 años y nos construimos un poco en torno al absurdo de estas fronteras, de estas líneas imaginarias por las cuales se pelean y hay guerras. Me parecía importante encontrar en una historia de hace 120 años la mayor cantidad de cosas que están vigentes, quería que todo el tiempo hiciera eco con conflictos del presente, y el tema de la frontera lo es”.

Si para Felipe Gálvez el cine es distorsión, ¿cómo puede ser también memoria histórica? Para el chileno, el arte debe abrir reflexiones: “Esto no es una investigación, yo no soy historiador, soy cineasta. Creo que ese rol es muy grande para el cine, esa idea de creer que estamos restituyendo. Una película es una ficción que aporta a un montón información sobre estos temas y que aporta, desde una mirada cinematográfica, algo a una discusión, pero yo no soy un justiciero, no soy Batman. Tampoco estoy en busca de hacer justicia ni memoria. La película no se pone en el punto de vista de los indígenas, yo nunca trato de hablar por ellos. Yo estoy haciendo un cuestionamiento a nosotros, al hombre blanco, a cómo hemos escrito nuestra historia. Y la película lo que en lo que no cree mucho es en cómo se escribe la historia ni en quiénes escribieron la historia”. De momento, seguirá mirando a esa parte de la historia de su país, y avanza que su segunda película será una historia “arrancada” de las hojas de los libros de historia.