A España siempre le cuesta hacer memoria. Mirar atrás siempre provoca que algunos, los de siempre, digan que es mejor no reabrir heridas. Que mejor olvidar. Si pasa con un suceso como la Guerra Civil, provocado por un golpe de Estado y ocurrido hace más de 80 años, cómo no iba a pasar con el 11M. El mayor atentado de la historia del país vino acompañado de mentiras de Estado y teorías de la conspiración auspiciadas por medios de comunicación. Quizás por ello hay gente que prefiere que tampoco se mire ahí.
Que el 11M sigue dando pudor, o incluso asustando, se nota cuando uno mira a la producción audiovisual en torno al tema. Hasta ahora, cuando se cumplen 20 años, solo dos ficciones se han atrevido a tratar lo ocurrido. Fueron Ilusiones rotas, de Álex Quiroga, que quizás llegó demasiado pronto, en 2005, y la miniserie de Telecinco 11-M, para que nadie lo olvide, que en 2011 contó cómo se fraguó la historia del atentado. Desde entonces, unos cuantos documentales y especiales periodísticos para televisión, pero el cine y las series seguían buscando la gran producción que se acercara sin miedo al tema y que provocara un deshielo para que los creadores se atrevan a contar historias sobre lo que ocurrió en aquel momento, porque no solo fue una herida trágica, sino que allí nació parte de lo que somos ahora.
Se acercan bastante los hermanos Alberto y Jorge Sánchez-Cabezudo en Nos vemos en otra vida, la inteligente y brillante adaptación (recién estrenada en Disney+) del libro de Manuel Jabois en el que el periodista entrevistaba al primer condenado por el atentado del 11M, un chaval asturiano de nombre Gabriel Montoya, al que todos llamaban Baby, y que en 2004 apenas tenía 16 años. En su camino se cruzó Emilio Trashorras y acabó ayudándole a llevar la dinamita de Asturias a Madrid. Los Cabezudo ya abrieron otra caja de los truenos en la ficción. Fueron de los primeros, sino los primeros, en hablar de corrupción y especulación urbanística en Crematorio, la excelente adaptación de la novela de Rafael Chirbes que en 2011 demostró que en España se podía hacer ficción adulta y que abordara temas políticos.
Llevaban detrás de la novela desde que fue publicada. “Nos parecía que es una historia que hay que contar desde la ficción, por los personajes, por la cantidad de veces que pudo haberse evitado, y porque es todo tan cutre y tan chapucero, que pensamos que teníamos que hacer una serie. Tardamos mucho en ver el enfoque, porque pensamos que era un tema muy delicado y pensamos primero en hacer una película”, cuenta Alberto Sánchez-Cabezudo, que aporta una de las claves de la función de la ficción: no olvidar. “Creo que es una historia que está olvidada, está oculta en medio de teorías. Teníamos la sensación de que había que fijarla de alguna manera, que había que contarla. Que estábamos haciendo algo de memoria histórica. Cuando nos pusimos en contacto con las víctimas nos dimos cuenta de que efectivamente nosotros teníamos mucho miedo, pero lo que vimos es que les interesó mucho la serie. Justamente por eso, por poder plasmar el relato de lo que sí sucedió”.
Su hermano Jorge da un dato que hace ver la importancia de contárnoslo a través de la ficción. Su hijo no vivió el atentado y apenas conocía nada en torno a lo ocurrido. Primero aclara que “le ha gustado muchísimo” como buen fan del cine negro, pero también “le ha impactado muchísimo porque lo desconocía, desconocía la trama como muchos de nosotros, pero también desconocía el 11M como tal”.
Es una historia que está olvidada, está oculta en medio de teorías, y teníamos también la sensación de que había que fijarla. Que estábamos haciendo algo de memoria histórica
“Es como cuando hablabas con tus abuelos y te hablaban de la Guerra Civil. Ellos la vivieron, a ti te la cuentan y tú te haces una idea y sabes que vienes de ahí. Hemos vivido una fractura, una herida que arrastran las siguientes generaciones aunque no lo hayas vivido, porque tienes esa carga emocional de cuando te lo contaba tu abuelo. Mi hijo lo ha visto como alguien al que le han contado algo que no ha vivido, pero que aun así forma parte de su pasado y le sirve para entender lo que le está pasando ahora”, añade.
Aunque desde Disney+ se interesaron pronto por el proyecto, los creadores estuvieron con los derechos del libro “tres turnos”. Antes pasó por la mano de dos productoras y estuvieron otro año solo pensando en cómo lo adaptarían sin que escribieran ni una sola línea. “Era delicado elegir desde dónde lo íbamos a contar, con un protagonista al que no queríamos victimizar, pero tampoco blanquear. Además había 192 víctimas con nombres y apellidos. Víctimas que iban a ver la serie, y eso generaba una responsabilidad muy grande, pero a partir de ahí fue todo bastante rodado”, dicen ambos.
Otro riesgos pasaban por convertir a Trashorras âinterpretado de forma colosal por Pol Lópezâ en un antihéroe demasiado atractivo, y no pensar en cómo desde lo visual no reforzar dichos mensajes. Por ello planificaron su puesta en escena para evitar deslices. Por ejemplo, en el tratamiento de los yihadistas. “Ellos nunca tienen punto de vista ni tienen plano corto. Se les trata en grupo. Hay un trabajo de cámara muy pensado para generar una distancia. Otro ejemplo, nunca llevan movimiento de cámara vinculado. Cuando ellos se mueven, la cámara está parada, tú no les sigues a ellos, sino que estás generalmente desde el punto de vista de Baby y ellos aparecen en grupo”, explican de su apuesta que, al no tener referentes temáticos ni tonales en España, estuvo más cerca de películas como “Los miserables, de Ladj Ly, Gomorra, Un profeta o La cabeza alta, ese tipo de cine social francés”, desvelan.
La serie se ha estrenado el 6 de marzo porque siempre tuvieron la fecha clara, el 20 aniversario del atentado que ahora se aproxima, pero “no por oportunismo, sino por ser pertinentes”. “Nos pasó también con Crematorio, que vimos que era una serie pertinente, más que oportunista. Yo creo que las cosas hay que contarlas en el momento en que hay que contarlas”.