El 13 de septiembre de este año el cine se quedó huérfano. Jean-Luc Godard, uno de los directores más importantes de la historia del cine, fallecía en su casa de Rolle, Suiza. Lo hacía mediante suicidio asistido. Hasta en sus últimos días, Godard decidió desafiar el orden establecido como lo hizo mediante sus películas durante décadas. Sus obras rompieron las normas, dinamitaron el cine académico tal como se entendía y hasta llegaron a crear un lenguaje propio lejos de cualquier canon o definición.
Cine en donde lo artístico, lo provocador y lo iconoclasta iban de la mano de lo político. Eran indivisibles. Una forma de hacer cine que parece casi imposible en una industria donde se produce, con escuadra y cartabón, productos manufacturados. Pero hay algo de esperanza, y esa esperanza llega también de las reflexiones que Godard deja en A vendredi, Robinson, un documental que significa una especie de testamento cinematográfico del autor de la Nouvelle Vague. Lo dirige su colaboradora Mitra Farahani y se presenta en el Festival de Cine de Gijón, donde su autora ha acudido a defenderlo.
Aclara que Godard tenía varias cosas en proceso que cree que verán la luz, por lo que su película no es la última creación del director, pero sí la última vez que le vemos de forma física. Una película que capta el intercambio de correo (electrónico) entre el director de Al final de la escapada y Ebrahim Golestan, escritor y director iraní. Durante un tiempo, cada viernes se citaron enviándose mensajes que para Godard eran una posibilidad de desplegar sus reflexiones sobre el cine, la vida o el paso del tiempo. En su casa austera, con su botella de vino, con su puro en su sillón… en su vida cotidiana le vemos moverse en un duelo dialéctico que es pura inspiración para las próximas generaciones.
Farahani cree que la muerte de Godard “no ha cambiado absolutamente nada”, y explica su afirmación. “Lo que sí ha cambiado es nuestro sentimiento de pena por saber que su mirada, esa mirada cinematográfica, ya no nos va a acompañar. Es muy bonito, porque creo que los jóvenes de hoy en día siguen teniendo esa conciencia política y tanto como Golestan como él, los dos nos han dejado esta herencia, una herencia de pensamiento”.
Por eso cree que no es “tan necesario pensar en si tenía herederos, sino pensar en la conciencia, en seguir pensando en algo desde dentro, pensar en lo que nos está pasando desde el intelectualismo”. “Aunque él ya no está, lo que sigue estando es su mirada. Es algo que jamás perderemos. Ahora mismo no tenemos a Godard, pero lo que sí podemos hacer es mirar desde su punto de vista”, afirma la directora, que pone el ejemplo de lo que está ocurriendo en Irán, país donde nació y de donde tuvo que huir hace años: “Podemos mirar el conflicto de Irán desde su punto de vista, no solo desde la idea de libertad, sino también, y eso es muy importante, desde la idea de revuelta”.
La directora cree que “no existe ningún iraní que no sea optimista con lo que está pasando” en su país. Una revolución que califica como “triste”, porque “es una revolución con sangre”. “Ahora mismo hay sangre mientras usted y yo estamos hablando. Entonces, me atrevería a decir que se trata de un triste optimismo, pero a la vez es un milagro lo que está sucediendo. Gracias, sobre todo, a una juventud despierta. Esto me recuerda una de las frases que dice a lo largo de la película: no hay nada que pueda ocurrir que la generación siguiente no pueda arreglar. Y esto es lo que está sucediendo ahora, la generación actual está arreglando todo lo que las generaciones pasadas han hecho fatal”, zanja.
Un encuentro con retraso
Mitra Farahani cree que este encuentro debería haber tenido lugar hace mucho tiempo, y cuanto más piensa en su película más cree que “es un milagro que Godard aceptara”. Lo califica como poeta, y explica que este diálogo “se tendría que haber hecho en los años 60, de hecho Golestan estaba en contacto con uno de los críticos de Cahiers du Cinema y podrían haber tenido este debate con la Nouvelle Vague en su momento, pero nunca se produjo. Fue ahí cuando pensó que podría recuperarlo. Le preguntó a Golestan con quién le gustaría mantener ese intercambio y lo tuvo claro, con Godard. La directora se lo propuso a su amigo y aceptó pronto.
Aunque él ya no está, lo que sigue estando es su mirada. Es algo que jamás perderemos. Ahora mismo no tenemos a Godard, pero lo que sí podemos hacer es mirar desde su punto de vista
De esa proposición nació un compromiso, el de escribirse el uno al otro cada viernes, “y se impuso casi como un juego, el juego de los viernes”. Un juego que “se ha respetado hasta el final”. En esa partida son importantes los tableros, que aquí son las casas de ambos, radicalmente diferentes. El palacete de Golestan contrasta con la casa de campo de Godard. Ese marco lo aprovecha la realizadora para entender a ambos. “Me interesaba pensar cómo puede vivir un pensador. Es decir, qué significado hay en todo el entorno que rodea a la persona”, asegura. Todo ello hace que el encuentro, aunque haya tenido lugar seis décadas más tarde, tenga un resultado que no hubiera sido así “si se hubiera producido en otra época o hace unos años. Todo ha coincidido para que el proyecto final sea el que es, con la edad de los personajes y su propio entorno”.
Godard “utiliza, de alguna forma, la figura de Golestan para hablar al público”. Ambos escriben a la oscuridad, nunca se ven los rostros, y por tanto la directora cree que Godard realmente habla a una audiencia, “a quien le quiera escuchar de una forma inteligente”. Una película que mezcla lenguajes y formas de expresión, dando rienda suelta a ese Adiós al lenguaje que promulgaba Godard. “El material que aparece en la película no es mi material, sino que es el material de Godard, y Godard decide destruir el lenguaje. Él decide cargárselo completamente. Y Golestan lo tiene que percibir de la manera que él considera. De esta forma, Godard no solo mata el lenguaje, sino que consigue crear uno nuevo propio a partir de esa destrucción”, explica la autora sobre este juego.
Reflexiones que espeta mediante aforismos, juegos de palabras y en los que incide en “preocupaciones que repite una y otra vez, como ya lo hacía desde su cine y que ahora vuelve a repetir”. Frases como “Nunca somos lo suficientemente tristes para hacer del mundo un lugar mejor”, que se escuchan en esta película y que ahora adquieren, con el paso del tiempo, un nuevo significado.