Uno de los términos que se ha puesto de moda entre influencers, amantes del postureo y los hoteles de lujo con pulserita de todo incluido es el de infinity pool, o lo que se traduciría como ‘piscina infinita’, pero en castellano todo pierde glamour. Parece menos importante, más cutre. Aquí lo que se vende es la exclusividad. Al final, una infinity pool no es más que una piscina en la que los bordes parecen no existir y en la que el agua se desborda dando la impresión de que no hay fin. Ahora, los resorts de lujo que se precien tienen que tener una infinity pool. Da igual que mire al mar o tenga grandes vistas. Eso sí, nunca mirando a un barrio de clase obrera. Hay cosas que los ricos no quieren ver.
Ese concepto es el que da título a la nueva película de Brandon Cronenberg, hijo de David Croneberg, que demuestra que el refranero español se equivoca cuando asegura aquello que 'en casa del herrero, cuchillo de palo'. Aquí, Cronenberg Jr. demuestra que sus obsesiones e imaginario han traspasado de generación en generación. El título de Infinity Pool, misterioso pero acertado, hace referencia al resort de lujo donde se hospedan los protagonistas a los que interpretan Alexander Skarsgård y Cleopatra Coleman. Un escritor fracasado y su esposa riquísima, hija de un magnate de la comunicación con emporio editorial que fue quien le publicó el libro.
La acción se sitúa en un país imaginario, pero plantea un dilema que existe en todos aquellos viajes donde los ricos acuden a un resort de gran lujo a disfrutar de la ostentación, pero sin salir de los confines construidos por el grupo hotelero. El país que visitan no les importa. Fuera hay inseguridad, desigualdad e incluso gobiernos dictatoriales, pero ellos no miran más allá de su piscina infinita. Ir a un país para disfrutar del lujo construido por ellos mismos.
Un encuentro fortuito con una misteriosa mujer, a la que da vida Mia Goth, les hará salir del hotel y les introducirá en una espiral de perversión que, como buen Cronenberg, incluye sexo, sangre y otros muchos fluidos. Todos los fluidos imaginables: orina, semen, sudor, saliva… No conviene desvelar mucho de Infinity Pool, pero sí se puede decir que da la vuelta al mito del doppelganger, el gemelo malvado, de forma inteligente para construir una mirada cruel contra los ricos. Si Ruben Ostlund lo hacía en Triángulo de la tristeza desde la sátira, Cronenberg lo hace desde la ciencia ficción, el terror y el gore.
Digamos que este país imaginario da por hecho que sus famosos y lujuriosos visitantes van a desmadrarse y a cometer delitos. El país tiene como norma castigar con la pena de muerte, pero los turistas pueden salvarse... con dinero, ya que cuentan con una máquina que, previo pago de una cantidad ingente, crea un doble que es ajusticiado en vez del original. Carta blanca para que los que tienen más pasta se dediquen a dar rienda suelta a todas sus perversiones, y cuando digo todas es todas. Asesinatos, orgías, drogas. Pero como en todo, siempre hay clases. Y entre los millonarios también hay alguien de quien reírse y a quien humillar.
La imaginación de Brandon Cronenberg para crear muertes y escenas truculentas es fascinante y ofrece los mejores momentos, así como un estilo visual febril y alucinógeno que te pone en la mente de un cada vez más alejado de la realidad Alexander Skarsgård. Es una pena que la propuesta se agote pronto. Una vez disfrutados los dos primeros giros, todo da la sensación de estar estirado y la película ni siquiera es capaz de aprovechar la fuerza de la premisa y de la crítica para ir más allá. Al final, todo se queda en un ‘los ricos son muy malos’ contado con fuerza visual para construir imágenes enfermizas que se quedan grabadas.
Infinity Pool es un descenso a los infiernos para mostrar lo peor del ser humano, pero que se ensimisma demasiado. Es consciente de que tiene una idea brillante entre manos pero a la hora de rematarla, no sabe hacerlo.
A pesar de que pinche en el último tercio, Cronenberg demuestra una mente brillante para crear universos fascinantes con una puesta en escena personal. En esta película lo confía todo, además, a dos intérpretes que tienen que estar muy seguros de esta locura para entregarse como lo hacen. Alexander Skarsgård y Mia Goth son los cómplices perfectos para que esto no descarrile. Son dos actores a los que les gusta el riesgo y las propuestas extremas, y aquí van con todo en una propuesta estimulante que, finalmente, promete más de lo que termina dando.