A pesar de que se conmemore el centenario de su inicio, la Gran Guerra es un recuerdo lejano. En los años veinte, en cambio, el mundo vivía sus trágicas consecuencias y los Estados Unidos no eran una excepción. Aunque sus costes humanos no fueron equiparables a los millones de muertos sufridos por las potencias europeas, se superaron los 100.000 fallecidos y desaparecidos. La inversión económica realizada, además, se estimó como la tercera mayor de entre todas las fuerzas en conflicto.
Según historiadores como Nicholas J. Cull, la ciudadanía se sentía decepcionada tras la guerra. Las encuestas reflejaban que la intervención en la contienda se consideraba un error. Esta opinión mayoritaria reforzó a los sectores políticos aislacionistas, que impidieron la entrada de EEUU en la Sociedad de las Naciones, el antecedente de la ONU creado en 1919. Todo ello favoreció que el Hollywood de entreguerras destacase por algunas miradas más realistas, y humanistas, al conflicto armado.
Antibelicismo... y fascinación por la tecnología
Obras propagandísticas como Corazones del mundo (1918) habían justificado la intervención militar estadounidense, dibujando a un enemigo deshumanizado y terrible. Pero en el nuevo contexto se abrieron camino otro tipo de proyectos. El gran desfile (1925), por ejemplo, fue un gran éxito comercial que contribuyó a modernizar la visión de la guerra en la gran pantalla.
Sin novedad en el frente (1930) fue aún más allá al mostrar la brutalidad de la lucha, los miembros seccionados y cuerpos volatilizados por el uso de armamento pesado. Lo hacía, como Cuatro hijos (1928), asumiendo el punto de vista alemán. Una y otra proyectaban con mayor o menor rotundidad el rechazo a la guerra, vista como un fenómeno destructor que destrozaba las vidas de los movilizados y de sus seres queridos.
Poco después se filmó la primera adaptación cinematográfica de Adiós a las armas (1932), una novela donde Ernest Hemingway volcaba su desencanto hacia un conflicto que había vivido como voluntario de la Cruz Roja. Con todo, el antibelicismo era una tendencia apreciable pero no hegemónica. Sin novedad en el frente recibió el galardón a la mejor película otorgado por la Academia. Pero Alas (1927), que mostraba a los pilotos prácticamente como caballeros que se batían en duelo, recibió el mismo galardón.
Ambos filmes, como El gran desfile o Adiós a las armas, se situaron entre las tres producciones más taquilleras de sus respectivos años de estreno. También lo consiguió la beligerante Ángeles del infierno (1930), otra superproducción sobre aviadores fascinada por la tecnología armamentística. En ella, los únicos discursos pacifistas eran pronunciados por un cobarde y un anarquista callejero. Cuando el campo de batalla era el cielo, lejos del barro y la sangre de las trincheras, resultaba más fácil idealizarlo.
Hacia una era de propaganda
En unos años, el mundo del cine comenzaría a reorientarse hacia el intervencionismo. Algunos cineastas llamaron a la defensa de la España republicana, generando incomodidad en una industria con vocación exportadora. Bloqueo (1938), por ejemplo, terminaba con un monólogo desesperado del personaje protagonista pidiendo ayuda internacional.
Posteriormente, llegarían las primeras muestras de cine antinazi, con Warner Brothers como productora destacada. Algunas obras transcurrirían de nuevo en la Primera Guerra Mundial, ya sin ánimo reconciliador: The fighting 69th (1940) o El sargento York (1940) pretendía justificar una nueva confrontación con Alemania. Los responsables de esta última incluso afrontaron una comisión del Senado, que les investigó por difusión de propaganda probélica. El gran dictador (1940), de Charles Chaplin, también despertó controversias. Pero el ataque japonés a la base norteamericana de Pearl Harbor provocó que el país virase hacia el intervencionismo.
Con el apoyo gubernamental, Hollywood vendió lucha y patriotismo para todos los públicos y en todos los géneros cinematográficos. Los relatos sobre sus costes humanos quedaron en suspenso, y la deriva antibelicista del cine de entreguerras se convirtió en un raro oasis. Las décadas posteriores vendrían marcadas por el anticomunismo, la Guerra Fría y sus ramificaciones en Corea y Vietnam.
Cuatro películas de entreguerras
El gran desfile (1925)
Un joven de familia rica se alista irreflexivamente en el ejército, empujado por los amigos y por la euforia colectiva de un desfile. Después de un periodo de instrucción retratado de manera más bien cómica, y tras flirtear con una campesina en la retaguardia francesa, descubre la vida en el frente.
La guerra tarda en aparecer en esta larga película muda que aún conserva algunas telarañas melodramáticas de la era victoriana. Pero cuando lo hace, envuelve en una atmósfera de miedo, amenaza y sacrificios estériles. El protagonista y sus allegados representan a un país inconsciente de las consecuencias perdurables, físicas y psicológicas, de la guerra.
Cuatro hijos (1928)
El maestro del western John Ford usó la vida de una familia como símbolo de la Alemania de preguerra, que idealizó y convirtió en un paraíso perdido a causa de sus ambiciones imperialistas. Caracterizó al antiguo enemigo bélico como un pueblo encantador... conducido a la perdición por una élite militar.
Cuatro hijos apenas pisa durante unos segundos el campo de batalla. Se aleja de lo épico y se acerca a lo sentimental. La curiosidad es que, tras las penurias vividas por los Bernle, el tramo final de la obra se convierte en un elogio de los Estados Unidos como tierra de acogida.
Sin novedad en el frente (1930)
Un grupo de estudiantes alemanes se alistan tras una arenga militarista de su profesor; rápidamente descubrirán la sinrazón del adiestramiento militar y el horror de la guerra de desgaste. La de Sin novedad en el frente es una lucha entre barro y ratas: “La muerte no es un espectáculo”, reza un rótulo al inicio del filme.
Los responsables de la obra no sólo reflejaron con inusual crudeza la brutalidad de la contienda, sino que rompieron con la dictadura del final feliz en un desenlace sin concesiones. En reestrenos posteriores, Universal Studios le añadiría música para mitigar la contundencia de su silencio.
Adiós a las armas (1932)
Una enfermera y un conductor de ambulancias se conocen en el frente italiano. Ernest Hemingway rechazó esta adaptación de su novela homónima; entre otros motivos, por incluir cambios significativos en el comportamiento de los personajes, introducidos para satisfacer a una censura con poder creciente.
El talante antibélico del original literario quedó parcialmente diluido en una propuesta orientada a lo romántico. Pero la película ofrece algunos minutos de extraordinaria ambición estética que, según el director de fotografía José Luis Alcaine, inspiraron el Guernica de Picasso.