Lo que no se muestra no existe, y eso el cine siempre lo ha sabido. Las películas, y Hollywood como máximo productor de ellas, han configurado el imaginario popular. Las cosas son como dice el cine que son. Hay realidades que un espectador no ha conocido y cuyo primer acercamiento es a través de una ficción. Por eso es tan importante la presencia de referentes que ofrezcan un retrato plural, poliédrico y complejo de cada realidad, especialmente sobre las minorías.
Como decía el documental Disclosure en Netflix, el 80% de los ciudadanos de Estados Unidos nunca han conocido a una persona transexual. Por tanto, su imagen de cómo son e incluso cómo hay que comportarse hacia ellas está en las películas. Cuando títulos como Ace Ventura muestran un personaje que reacciona con asco o incluso vomita, eso configura en el público una respuesta tránsfoba. Y eso es lo que el cine mostró durante años.
Ocurre lo mismo con la representación de las lesbianas y bisexuales en Hollywood. Durante décadas estuvieron escondidas. No existían. Como mucho se veían en productos exploit, donde su condición sexual se usaba de forma gratuita como gancho erótico. O se intuía en la figura de esas femmes fatales del cine negro que se comportaban como hombres y les utilizaban a su antojo sin dejar nunca claro si les deseaban realmente o solo por el interés. De esas mujeres fatales se destiló la imagen que Hollywood mostró cuando abrió la lata en la década de los 90 para comenzar a colocar personajes lésbicos o bisexuales en su cine.
Siempre lo hizo desde la misma perspectiva. Eran asesinas, retorcidas, malas. Mujeres perversas que usaban a los hombres. Su condición sexual estaba intrínsecamente unida a sus actos delictivos, creando un cordón umbilical que decía que ambas cosas iban juntas. Esa fue la primera experiencia de muchos espectadores ante lo LGTB. Así pasaba en títulos clave y que son parte de la historia del cine como Instinto básico (1992), de Paul Verhoeven. Aunque ahora haya sido reapropiado como icono queer, el filme levantó polvareda por cómo mostraba a una mujer bisexual, la Catherine Tramell a la que Sharon Stone convirtió en símbolo, cruce de piernas incluido.
Por primera vez el cine mainstream enseñaba a una mujer bisexual, pero lo hacía categorizándola como una manipuladora asesina que, además, se redimía (o no) cuando terminaba con el hombre (cis) de la película, un Michael Douglas que siente celos y no soporta que Tramell se bese con mujeres, mostrando una fobia hacia lo bisexual. Los colectivos queer llegaron incluso a acudir a las proyecciones con carteles en los que contaban el final del filme para intentar que la gente no entrara a las salas.
Todo ello lo cuenta Francina Ribes Pericàs en su libro Ausencia y exceso: lesbianas y bisexuales asesinas en el cine de Hollywood (Dos Bigotes, 2022), un excelente análisis sobre la proliferación de títulos que incluían este tipo de personajes en los años 90, en unas películas que eran herederas del cine noir y que coqueteaban con el cine erótico que tan de moda se puso en aquella época. Obras como Mujer blanca soltera busca (1992), Juegos salvajes (1998) y alguna excepción como Lazos ardientes (1996), de las hermanas Wachowski que, por aquel entonces, no habían hecho su transición pero ya rompían las normas patriarcales o al menos lo intentaban.
Eran personajes que, claramente, tenían un origen misógino y homófobo, pero que a mí me fascinaban. Entonces quería buscar el porqué de esa fascinación
Una mirada profunda, que realiza una radiografía no solo a cómo se presentan esos personajes, sino a cómo la cámara de cada director los muestra, un análisis textual exhaustivo y académico que sirve para entender la importancia de la representación y cómo han sido los hombres los que han marcado cómo se capta un cuerpo femenino (como ya dijo Laura Mulvey en el ensayo Placer visual y cine narrativo, autora a la que Ribes menciona en varias ocasiones en su obra).
Francina Ribes confiesa que este interés por la representación de lesbianas y bisexuales en el cine nace como una intuición que tiene como “consumidora de cine y particularmente de cine LGTB”. “Me di cuenta de que era bastante recurrente que cuando aparecían lesbianas o bisexuales en el cine comercial era muy, muy común que cometieran un asesinato. A raíz de esto me di cuenta de que era sobre todo en los años 90 con las películas neo-noir, donde había personajes que eran herederas de las femme fatales clásicas pero llevadas al extremo, y ese era un momento en el que yo detecté por primera vez en el cine comercial imágenes explícitas de lesbianismo”.
Misoginia y subversión
En su análisis muestra las dos caras de esas películas, que por un lado enseñan por primera vez una lesbiana o mujer bisexual como protagonista, pero las unía a connotaciones siempre negativas, una contradicción que fue lo que la “fascinó y atrapó para investigar”. “Por una parte veía que eran personajes que, claramente, tenían un origen misógino y homófobo, pero que a mí me fascinaban. Entonces quería buscar el porqué de esa fascinación, un poco justificar esa fascinación, y yo creo que el libro parte de esta pregunta sobre si es posible que un arquetipo fruto de la misoginia y la homofobia sea subversivo. Y la respuesta acaba siendo que sí”, concluye.
Dentro de las películas analizadas también hay ejemplos que rompen, como Lazos ardientes que dirigieron las hermanas Wachowski, que ya mostraban “una voluntad por recrear esa subjetividad femenina y lésbica”, mientras que “en las demás el punto de vista está claramente siempre de parte del héroe masculino y además suele tener esta actitud de voyeur respecto a las dos mujeres mientras que aquí el personaje que tiene la subjetividad es Corky, que es un héroe noir convertido en lesbiana”.
Otra de las revoluciones que trajo Lazos ardientes fue el final feliz. Hasta entonces las lesbianas y bisexuales sufrían el castigo del narrador o se redimían al lado de un hombre. Algo que un filme como Carol (2015) llevó a otro nivel, demostrando que el optimismo y el final feliz era, de alguna forma, revolucionario. “Estas ficciones han estado del lado de lo heteropatriarcal y entonces los personajes lésbicos y LGTB en general se han presentado muchas veces como una amenaza al orden establecido y casi siempre esta amenaza se resolvía positivamente para el orden. Por eso lo que es transgresor es que esto no sea así, que haya una alternativa, un orden alternativo posible. En Carol también me parece muy importante el tema de la subjetividad y del punto de vista y de cómo usa los mecanismos del cine clásico que nunca habían estado al servicio de un relato lésbico como lo están en esta película”.
El deseo de una mujer por otra mujer se muestra desde la erotización que se hace de los personajes lésbicos, algo que está relacionado con una tradición que viene de la pornografía
En comparación, Hollywood ha mostrado históricamente muchos menos personajes de lesbianas que de gays, ya que estas tienen una doble penalización, por ser mujer y por su condición sexual, como afirma Francina Ribes: “En el cine ya ha sido difícil históricamente que las mujeres aparezcan como personajes con subjetividad. En el caso de las de las lesbianas históricamente no ha habido mujeres con deseo en el cine, sino que han sido siempre las deseadas y cuando representaban ese deseo de una mujer por otra mujer la diferencia estaba en la erotización que se hace de los personajes lésbicos, algo que está relacionado con una tradición que viene de la pornografía y que erotiza el lesbianismo desde un punto de vista masculino”.
Ribes cree que sí que hay un cambio en la representación del colectivo LGTB en Hollywood, pero como dice Pilar Pedraza en el prólogo de su libro, también se corre el riesgo de que la industria fagocite todo y se aproveche económicamente con personajes que son solo un maquillaje “para blanquear algunas películas”. El cambio está en cómo hay “cada vez más autores y autoras LGTB que tienen otro punto de vista”. Solo así se conseguirá que haya más películas como Carol.