“La mujer fatal es, como el Diablo, una disidente”, dice Elena Gallen, autora de El Diablo es una mujer (Lunwerg, 2021), un libro que es mucho más que un ensayo: es un conjuro, es una osadía, es una obra de arte, es un secreto. Gallen, de la mano de las ilustraciones de Sara Herranz, dibuja un sendero por la figura de la femme fatale desde el inicio de los tiempos y sus mitos fundacionales (como Lilith o Salomé), pasando por las estrellas del primer Hollywood y llegando hasta la Sharon Stone de Instinto básico o la Charlotte Gainsbourg de Anticristo. Pero no es un libro de cine, o no solamente: “Trasciende lo didáctico, tiene algo de existencialista, de poético, de esotérico y, por supuesto, de político”, explica su autora.
Volviendo a la disidencia, la Helen interpretada por Marlene Dietrich en La venus rubia (1932) no se somete a su marido, ni a la ley, ni al millonario que la pretende ni a, llegado el caso, la maternidad. La Elena de Greta Garbo en La tierra de todos (1926) usa su belleza para manipular a los hombres. Gallen, una Elena más en esta historia, explica que la mujer fatal “quiere ser una igual y no se doblega ante la autoridad divina o, en su caso, patriarcal. Se la teme por el ejercicio que hace del poder y la libertad, por su falta de límites, pero sobre todo por la incapacidad del hombre de controlarla o someterla. Ella es, en realidad, el reflejo de los miedos masculinos de cada era, incluso de los miedos masculinos que las mujeres hemos asimilado”.
Elena Gallen (1984), también artista y directora de cine, videoclips y publicidad, en El Diablo es una mujer, su primer libro, entrelaza su vida con la de otras mujeres; su autodescubrimiento, con el de ellas. “Todos contamos las historias de otros para hablar de nosotros mismos y yo llevo años interesada en la redención de la figura de la mujer fatal. Por eso me cuelo a través de los personajes mitológicos y cinematográficos conforme el libro evoluciona y acabo convertida en uno. Creo que era inevitable porque, como escribo en el prólogo y no es un mero recurso poético, los espíritus de esas mujeres moran en mí. Estamos unas dentro de otras”, dice. “¿Cuántas mujeres me cabrán dentro?”, escribe en las primeras páginas.
Gallen emprende una tarea de restauración del estereotipo de mujer fatal, sobre el que se ha vertido una mirada tan masculinizada que ha perdido su significado original: la mujer que conquista su libertad con las herramientas que tiene a su alcance. Una bruja. “La mujer fatal en el cine no es la causa sino la consecuencia de la violencia estructural y espiritual que se ha ejercido contra las mujeres”, explica la autora a elDiario.es. “Al igual que ocurre con Lilith en el génesis de la humanidad, es cuando Adán intenta someterla que ella se revela y se convierte en diablesa. Lo que algunos ven como perversidad o monstruosidad es una reacción a un desequilibrio, una forma extrema de insurrección, de abrazar el poder personal y la fuerza propias que hasta entonces se encontraban reprimidas”. O, como escribe en el texto: la femme fatale es “un espejo mágico que refleja los miedos masculinos de cada era”.
“El retrato que se ha hecho de nosotras en el cine y la televisión lleva trascendiendo la pantalla desde hace más de un siglo e impacta en la sociedad”, advierte. “El cine de entretenimiento también es política. Y deconstruir a la mujer fatal e identificarnos abiertamente con ella es una forma de acabar con la demonización que se ha hecho durante años del poder, la ambición, el éxito o la libertad femenina”. Y ese es el objetivo que persigue y consigue su libro, cuya belleza y cuidado en la edición merece ser reseñado.
La autora demuestra preocupación por el desconocimiento del cine anterior al Código Hays que impuso en Hollywood, a partir de 1934, la censura sobre lo que consideró moralmente inaceptable. Aunque el estereotipo de la mujer fatal continúa a partir de esa fecha, lógicamente también se ve cercenado, domesticado, de manera que las producciones conocidas como pre-code (anteriores al Código) resultan un terreno fascinante y asombroso para encontrar personajes femeninos fuertes que pueden seguir siendo referentes hoy.
“El desconocimiento del Hollywood pre-code es algo bastante universal” y no depende del país o de la generación, valora Gallen. “Mucha gente piensa que la mujer fatal en el cine empieza con Gilda y lo que intento es convencerles de lo contrario. Quiero que vean a Louise Brooks en los años 20 bailando un tango con otra mujer”.
El libro da un salto desde el Hollywood clásico hasta la “trilogía involuntaria” que reescribió a la mujer fatal en los 90, las tres con la participación de Michael Douglas: Atracción fatal (1987), Instinto básico (1992) y Acoso (1994), que la autora interpreta como un reflejo del terror del hombre ante la igualdad de género. De ahí, hacia el cine de terror, donde aparece la mujer como monstruo, como bestia “que debe dominarse para ser amada” y así desentrañar su misterio y desactivar su fuerza. En Anticristo (2009) de Lars Von Trier, Charlotte Gainsbourg simboliza el demoniaco femenino que desciende a los infiernos, la mujer que pasa de la aparente normalidad a la ultraviolencia. A ellas las llama Elena Gallen “anticristas”, “no porque lo sean, sino porque las películas ilustran de manera desgarradora la demonización que ha hecho el patriarcado de la fuerza y la independencia femeninas”, escribe en el libro.
“Mujeres satánicas del cine actual podrían ser el personaje de Isabel Adjani en Posession ,de Andrzej Å»uÅawski, el de Scarlett Johansson en Under the Skin, de Jonathan Glazer, el de Charlotte Gainsbourg en Anticristo o las 'brujas' del remake de Suspiria, de Luca Guadagnino. Todas estas son pelis contemporáneas que recomendaría porque abordan a la mujer de forma poética, transgresora y salvaje”.
El poder de la tinta
Elena Gallen y Sara Herranz solían verse en el gimnasio de su barrio. Allí, Elena atormentaba a Sara con sus crisis laborales. Sara acababa de publicar su edición ilustrada de La mujer rota (Lunwerg) de Simone de Beauvoir y buscaba volver a trabajar con otra escritora. “Ella fue consciente de que el tema de la mujer fatal era para mí una especie de cruzada personal y me dijo que podríamos publicar un libro con su editorial. Así que ella me escogió a mí y no a la inversa”, recuerda Elena.
Durante los primeros meses, quedaban para ver películas juntas y comentaban las escenas que más les gustaban, revela la ilustradora Sara Herranz. “A medida que Elena iba teniendo los borradores de los capítulos, yo iba creando los primeros bocetos”, explica Herranz, con un método muy diferente al de trabajar “directamente sobre un manuscrito cerrado”. “Ha sido un proceso arduo, de hacer y deshacer ilustraciones, pero muy enriquecedor”, señala.
La decisión de acompañar el texto con una obra propia generada a raíz de él y no con fotogramas de las películas, por ejemplo, es quizá la más esencial para convertir El Diablo es una mujer en un libro tan particular y diferente, tan alejado del ensayo ortodoxo. “A nivel gráfico lo más importante era liberarme de la idea que tenía de la representación clásica, y rancia, de la mujer fatal”, desarrolla Sara.
“Lo más estimulante en la creación del imaginario visual para el libro fue que Sara tenía que salir de su zona de confort, dejarse seducir por ese universo más conceptual y más oscuro que era el de mis textos” explica Elena Gallen sobre el trabajo de su compañera. “Mientras trabajaba en el libro”, replica Sara Herranz, “viví un momento de transformación. Quería ir un paso más en mi estilo, de ahí que haya guiños al universo de Aubrey Beardsley o al art noveau de Hans Christiansen, que se mezclan con influencias de la ilustración pulp. Había que huir de los tópicos para mostrar la dualidad que tienen estos personajes, reflejar la oscuridad de estas mujeres, pero también su luz”.