Invocando la demencia de J.G. Ballard

En la sección oficial de este Festival de San Sebastián necesitaba una película como High-Rise. Durante la proyección de esta perturbadora adaptación de la novela de J.G. Ballard algunos se tapaban los ojos, otros sufrían arcadas, fruncían el ceño, se reían a carcajadas y unos pocos abandonaban la sala. La propuesta es radical, o la amas, o la odias y estas son precisamente las películas que hacen crecer a un festival. También se ha presentado otro de los filmes más esperados de esta edición, la película de anime japonés Bakemono No Ko (El niño y la bestia).

Ballard bajo la mirada de Ben Wheatley

La desquiciada novela de J.G. Ballard ha estado manoseándose desde hace 30 años en los despachos de productores británicos. David Cronenberg fue uno de los ilustres candidatos. Finalmente la lotería le ha tocado a Ben Wheatley y no, actualmente no hay muchos directores tan desagradables, perturbadores y en definitiva estimulantes como él. Demostró su potencia visual con el thriller de terror Kill List, y después con Turistas firmó una comedia negra extrema, donde convertía los actos más desagradables en perfectos gags. Era el director perfecto para el libro de Ballard.

Premiar en San Sebastián a Ben Wheatley le daría al festival la oportunidad de dar a conocer al mundo un autor con un potencial tremendo. Ojalá ocurra. Mientras tanto, daremos los motivos de tales alabanzas. El texto de Ballard es complicadísimo de adaptar. En un rascacielos de lujo, de una recia pero exaltada modernidad, conviven un número gigantesco de vecinos en una aparente armonía. El edificio está dividido por clases, los primeros pisos son ocupados por pobres, más arriba la clase media y en los pisos más altos están las elites. Unos fallos en los sistemas de luz son el detonante para una lucha de clases que desemboca en un festín de sexo, violencia, destrucción y un auténtico cataclismo moral. Los huéspedes dejan de tirar la basura, de ir a trabajar, se suicidan, hay masacres, hambre y tendencias caníbales y la policía nunca aparece en esta especie de colmena aislada del mundo. Todo ocurre bajo la mirada de un nuevo inquilino, el doctor Robert Laing (Tom Hiddleston).

Con este material Wheatley filma con exquisitez y estilo su criatura más salvaje, más ambiciosa y más compleja. Utiliza las figuras kafkianas que ya tenía la obra de Ballard y las convierte en desagradables criaturas que se mueven con una desorbitada anarquía por este monolito. Y hablando de monolito, hay mucho Kubrick aquí, sobre todo en la fascinación visual que hay detrás de los espacios, en las habitaciones, terrazas, supermercados, piscinas y pasillos de este microcomos social. Y cuando todo se desmadra es fácil pensar en el Terry Gilliam de Brazil por lo deprimente del universo de Wheatley. Hay muchas lecturas y todas aplastantes: La lucha de clases, el implacable capitalismo, el feroz instinto humano, la vacuidad del sexo… Y todo cabe dentro de esta magnífica (y demente) invocación de J.G. Ballard.

La animación se estrena en San Sebastián

El niño y la Bestia es la primera película de animación que entra en la sección oficial del Festival de San Sebastián en toda su historia. Mamoru Hosoda es autor de un par de obras clave en la tradición del anime japonés, como La chica que saltaba a través del tiempo o Los niños lobo, pero aún no tiene el prestigio internacional de Hayao Miyazaki. La apuesta del Festival ha sido valiente aunque el filme no pase de una bonita y muy entretenida historia de iniciación con toques fantásticos, artes marciales y constantes referencias a Moby Dick.

La historia comienza cuando un niño (Ren) se escapa de su casa, y en un callejón de Tokio conoce a Kumatetsu, una criatura de un mundo paralelo donde las bestias conviven entre dioses y espadas sin desenvainar. La criatura adopta a Ren como aprendiz dando comienzo un viaje fantástico y lleno de aventuras. La película no tiene ni la profundidad ni el preciosismo de las cintas de Miyazaki, pero sí consigue transportarnos a este universo mágico donde la lealtad y el respeto son los valores más importantes. Lo que sí comparte con el maestro japonés esa mirada melancólica que lo impregna todo.

Las secuencias de batallas se agolpan en el metraje y esto solo lo disfrutará quien se haya dejado seducir alguna vez por las series anime de acción. Ahí es donde se nota que Mamoru Hosoda ha dirigido tres películas basadas en el universo de la serie Digimon. Solo cuando Ren está en Tokio el filme se torna en un melodrama en el que Moby Dick y las luchas internas de sus personajes conducen al protagonista hacia una espectacular batalla final donde confluyen ambos mundos.