Las princesas de los cuentos ya no viven encerradas. Ya no esperan la llegada del príncipe azul, ni las noticias de su amado en forma de carta. No visten corsés ni besan a sapos (o quizás a alguno sí). Las princesas de la actualidad son amigas que se ríen juntas, que lloran juntas. Que no necesitan un hombre a su lado. Para Itsaso Arana, actriz, parte del grupo teatral La Tristura y ahora directora de cine, las princesas del mundo moderno son sus amigas. Amigas que se han reunido para realizar una película ensayo y regalarle el mejor debut posible en el largometraje. Si además tus amigas son Bárbara Lennie, Irene Escolar, Helena Ezquerro e Itziar Manero, el resultado es un encuentro que uno desea mirar por un agujerito para ver qué ocurre.
Eso es, de alguna forma, lo que propone Itsaso Arana en Las chicas están bien, que compite este sábado en el festival de Karlovy Vary antes de llegar a las salas de cine el 25 de agosto. Las chicas están bien es una deconstrucción de los cuentos de princesas. Ellas visten sus trajes y los customizan a su gusto y hasta aparece en escena un sapo que se llama, casualmente, Felipe; pero estas princesas hablan de la vida, de la muerte, de la amistad, también del amor. Construyen un espacio seguro donde un grupo de actrices se quita la máscara para desvelar lo que hay detrás de lo que vemos en el escenario o la pantalla. Es, sobre todo, una defensa de la fragilidad. Del dudar. Un feminismo que no sustituye a las figuras masculinas por mujeres fuertes e indestructibles, sino por una sensibilidad que mira al mundo de otra manera.
Aunque suene grave, la película nació de una experiencia personal de la directora “bastante común y que tiene que ver con una familia de un montón de mujeres” que se enfrentan a la muerte de uno de los hombres de la familia. “Yo soy de un pueblo de Navarra. Estuvimos alrededor de la cama de mi padre mientras moría, esperando a que muriera. Y aunque suene muy dramático, de alguna forma aquella vivencia de acompañar a alguien a pasar a otra vida, o a lo que sea que venga, aquella imagen de todas las mujeres de mi familia esperando me hizo sentir que había comprendido algo superprofundo de la vida”, cuenta la directora horas antes de acudir a Karlovy Vary para presentar el filme.
Esa conversación sobre la muerte se tiene en el filme pero, como todo en Las chicas están bien, se aborda desde la cotidianeidad. Desde la charla en torno a una mesa de estas cuatro amigas. Su aprendizaje le hizo creer que esa imagen de la muerte “la deberían enseñar en los colegios”. Aquella imagen de las mujeres encerradas en torno a una cama le hizo pensar también en la literatura y en el imaginario artístico de mujeres que esperan, algo que “está en los cuentos victorianos, está en La casa de Bernarda Alba y en un montón de obras sobre mujeres encerradas esperando que ocurra algo”.
Arana deja las cartas bien marcadas y boca arriba desde el comienzo. Esto es una “película-ensayo” y lo es de una forma doble. Primero, porque no es del todo narrativa sino que es más una reflexión libre, sin ataduras formales ni a un género concreto, que bascula entre el documental -los personajes se llaman como las actrices que los interpretan- y la ficción. Segundo, porque lo que el espectador observa es un ensayo real de esas amigas y actrices que se desplazan a una casa rural a preparar una película. Estas cartas se muestran con la propia directora escribiendo a mano las normas que van a regir su filme, una decisión que ella misma considera que es una forma de entrar en su cabeza y su imaginario. Ella define su película como “un cuento de verano que ha salido ligero aunque se traten temas hondos”.
“Para mí era importante liberar la película de cierta corrección narrativa o de expectativa narrativa, y sentía que eso abría un poco la expectativa del espectador. Había algo como de decir ‘no te preocupes, te voy a llevar de la mano aunque pueda parecer un cajón desastre con temas que salen y entran’. De alguna forma, la película está dentro de mí. Es como venir conmigo unos días al campo”, explica sobre cómo concibe su propia película, que podría ser una revisión femenina y feminista del cine de Rohmer, al que Arana reconoce como clara influencia por la luz y el tempo narrativo.
Para mí es muy importante que no haya una mirada masculina y patriarcal que marque cómo tenemos que ser
También ha querido “confrontar” el relato tóxico de las princesas, y para ello juegan con los disfraces propios de esos personajes. “Para mí es muy importante que no haya una mirada masculina y patriarcal que marque cómo tenemos que ser. Que si nosotras queremos jugar a princesas tampoco pase nada. Hay algo de vivir nuestra feminidad, nuestra fragilidad, de vivir cualquier imaginario que esté asociado típicamente a lo femenino, y de hacerlo de una manera libre y juguetona. Para mí eso era importante. Había algo de girar el ojo hacia adentro, vernos encerradas todas nosotras y estar jugando a princesas y preguntarnos cuánto de tóxico era. Que obviamente lo es, pero también preguntarnos cuánto de eso también puede ser divertido, incluso ridículo”, opina.
Hay en Las chicas están bien una reivindicación de la fragilidad. De no tener que mostrarse siempre fuertes. Una imagen que choca con “la representación actual de la mujer que está mirada con tanto escrutinio que a veces incluso nos asusta porque no sabemos muy bien cómo representarnos”. “El día antes de rodar, hice un pequeño brindis con el equipo en la casa de campo donde rodamos. Estaba superasustada, y me emocioné y les dije, ‘mira, chicos, yo me emociono un poco, pero no os preocupéis porque esta peli está hecha desde la fragilidad, así que iros acostumbrando’. Lo fuerte es que después, el último día, cuando se acabó, hicimos un brindis y dije, ‘el primer día dije que esta película estaba hecha desde la fragilidad, pero no: está hecha desde la fuerza’. Fue algo que salió orgánicamente, vivencialmente, porque fue muy intenso el rodaje, pero me di cuenta de que esa fuerza salió desde la fragilidad, no era una fuerza autoimpuesta. Hay que integrar eso, y eso es una valentía que viene del miedo”, cuenta sobre la filosofía que impregna su filme y su forma de hacer las cosas.
Un debut fresco, ajeno a modas, que bebe del cine francés para remozarlo y ofrecerse de forma nueva y desprejuiciada. Un sello que viene también gracias a la producción de Los Ilusos, la compañía responsable de los trabajos de Jonás Trueba y que levanta un cine hecho en los márgenes que ahora suma una nueva voz al equipo que enseña que dudar y mostrarse frágil puede ser una virtud.