Jonas Mekas, el cineasta lituano que pretendió acabar con Hollywood

Ángeles Oliva

28 de mayo de 2022 22:31 h

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Jonas Mekas llegó como exiliado de Lituania a Nueva York, huyendo de la persecución de soviéticos y nazis, y en cuanto pudo tener una cámara empezó a grabar su propia vida. Unos años después era el portavoz del cine underground, se codeaba con Warhol, John Lennon o Allen Ginsberg. Con sus películas y su trabajo como crítico visibilizó una nueva manera de hacer cine que quería acabar con el discurso de Hollywood: películas sin estrellas y casi siempre sin intérpretes, en las que no importaba la duración, ni la trama, hechas por creadores que no pertenecían a la industria del espectáculo, y que amaban el cine.

Su obra ha influido a toda la escena del cine independiente y al trabajo de otros artistas fuera de las pantallas: Mekas no solo hizo películas, fue crítico, programador, escritor y comisario, y apoyó y cuidó con mimo el trabajo de muchos creadores. Ahora se cumplen 100 años de su nacimiento y los festivales de todo el mundo le rinden homenaje, tres años después de su muerte. En España, DocumentaMadrid, el festival de cine de no ficción, muestra con Destellos de belleza una retrospectiva de Mekas y distintas actividades en torno a su obra. Una de ellas, a cargo de Orquestina de Pigmeos, el colectivo que impulsan el músico Nilo Gallego y el creador audiovisual Chus Domínguez que, esta vez, han hecho una intervención inspirada en el acercamiento amateur y popular de Mekas a la música. En Valencia, una exposición en el Espai d'Art Fotogràfic acerca su vida laboral y personal bajo el título Frozen light of Jonas Mekas.

Chus Domínguez, cineasta con películas que navegan entre el documental, la creación experimental o el cine de no ficción, bebe de la cinematografía de Mekas. “Su cine es una especie de etnografía de lo cotidiano, una captura de esos momentos fugaces de belleza que conforman nuestras pequeñas vidas. Para mí es el creador cuya obra se identifica más con eso tan grande y a la vez difícil de captar: la vida. Y es un cine del yo, en el mejor sentido, que aparte de poner en valor lo cotidiano también presta atención a las personas, al propio realizador, a su familia y a su red de amigos”, explica.

Jonas Mekas visitó Madrid en 2011 para participar en un ciclo de cine en La Casa Encendida. Allí, en conversación con esta periodista, explicó dónde elige poner su mirada: “Mi principal preocupación en el cine es grabar momentos reales de la vida real, momentos intensos, esenciales, como cuando la gente está contenta, haciendo algo que es importante para ellos, pero que quizás no es importante para nadie más. Es algo casi invisible, puede que yo sea una especie de antropólogo”, decía el cineasta cuando al llegar a Madrid, con casi 90 años, se fue directo a la Puerta del Sol a conocer de cerca el 15M.

El eterno exiliado

La vida de Jonas Mekas es una peripecia alucinante. Nació en 1922 en un pueblo de Lituania. En 1940 los soviéticos invadieron el país y un año después, lo hicieron los alemanes. En 1944, Mekas tuvo que dejar Lituania con su hermano y cruzar Europa casi caminando. Estuvo en campos de trabajo en la Alemania nazi, donde vió las primeras películas, y llegó a Nueva York, cinco años después de haber dejado su páís. Vagó por sus calles, trabajó en sus fábricas, y sufrió hambre y pobreza. Un día pidió dinero prestado para comprarse una cámara Bolex, y ya no dejó de grabar hasta su muerte.

Mekas se consideró siempre un eterno refugiado en el país de los refugiados, y se preguntaba si tenía que ver con haber sido arrancado de su hogar. Hasta el final de su vida atesoró uno de esos momentos de belleza que intentaba capturar con su cámara: “Tengo guardado uno de mis primeros recuerdos de infancia. Tenía dos años y medio, estaba en un campo de patatas, yo crecí en una granja. Estaba chupando una lata de miel, casi vacía, que todavía tenía algo de miel. Y recuerdo el olor de las flores blancas y amarillas de las patatas. Nunca sabes qué vas a recordar, yo he olvidado muchísimos hechos importantes, he vivido guerras, ocupaciones, cuatro campos de trabajo, y los he olvidado. Pero recuerdo el campo de patatas, el olor de las patatas en flor”, contaba Mekas en su visita a Madrid.

Jonas Mekas escribía una columna de cine en un medio popular, el Village Voice, fundó Film-Makers, una cooperativa para producir y difundir cine de vanguardia, y con su hermano montó la revista Film Culture, donde publicaba sus escritos a modo de diario y que sirvió de plataforma para otros artistas como Nico, John Lennon, Allen Gingsberg o Andy Warhol. En 1970 creó los Anthology Film Archives, uno de los archivos más importantes del mundo para preservar el cine experimental y de vanguardia.

“Fue un creador total”, dice el realizador Chus Domínguez, “ y lo que es importante es que una parte esencial de su obra consistió en descubrir y dar a conocer las obras de otras personas. Su libro Ningún lugar a donde ir, sobre su propio exilio, es una obra maestra. Hacia el final del libro, en el 55, antes de que pudiera despegar en un Nueva York que todavía sentía hostil, escribe: 'Sé muy bien que todo el dinero que consigamos vamos a tener que hundirlo en nuestras películas. Caminar con el estómago vacío. Esa es nuestra naturaleza. O nuestro destino. No somos hombres de negocios, somos poetas'. Creo que cuando nombra 'nuestras películas' está haciendo toda una declaración, las películas de todos, de todas las que estaban apostando por otra forma de hacer cine, y ahí estaba él, con el estómago vacío pero luchando por ellas”, cuenta Domínguez.

Diarios fílmicos

Mekas era una cámara andante, grababa su día a día, y después de un tiempo montaba esas imágenes para formar diarios fílmicos de su propia vida, en los que su voz en off acompaña imágenes cotidianas.

De ese material están hechas sus películas, como Lost, lost, lost o Reminiscencias de un viaje a Lituania, un diario sobre su regreso a su país, 25 años después de haber tenido que marcharse, y donde muestra cómo ya nada es igual, y no quedan pueblos granjeros ni pequeños campos de patatas. La película En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza, que se estrenó en el año 2000, está montada a partir de grabaciones acumuladas a lo largo de 30 años de su vida.

El realizador Chus Domínguez explica como, en principio, Mekas se planteó hacer películas en la línea del cine independiente norteamericano, con actores y un pequeño equipo de grabación. “Hizo así un par de largometrajes pero debió de parecerle una experiencia exhaustiva. Cada vez se iba implicando más en archivar, crear red y escribir sobre el cine de otras personas, y no tenía tiempo para desarrollar proyectos propios. Pero él siempre grabó sus momentos de ocio compartido y sus viajes con su cámara Bolex, y con los años fue acumulando un archivo propio que fue dando lugar a las películas diarísticas por las que se le conoce”, cuenta el cineasta.

Mekas siguió rodando hasta el fin de su vida, y adaptándose a los cambios tecnológicos del medio. “Desde el cambio de siglo le acompañaba ya a diario una cámara de vídeo, y llegó a hacer proyectos como el 365 Day Project, en 2007, en el que se comprometió a grabar y publicar todos los días durante un año”, explica Domínguez.

Mekas en Madrid

Orquestina de pigmeos preparaba una obra para inaugurar la programación del Matadero, de Madrid, en 2017. Nilo Gallego y Chus Domínguez quisieron inspirarse, una vez más, en Mekas. “La obra trataba sobre el desplazamiento y el exilio, y estaba inspirada por el libro de Mekas Ningún lugar a donde ir. Él estaba de visita en España para participar en el festival Filmadrid, y le escribimos hablándole de nuestro proyecto. Nos sorprendió viniendo a uno de nuestros ensayos. En un momento dado, sacó su cámara de vídeo y comenzó a grabar un baile que estaban ensayando las mujeres rumanas que participan en la obra, con Julián Mayorga tocando en directo. Publicó después esa grabación en su diario, lo que nos emocionó. Ver cómo disfrutaba del ensayo de una compañía amateur y cómo lo valoraba me recuerda a esa labor que había estado haciendo toda su vida, difundir las obras que le emocionaban”, recuerda Chus Domínguez.

En 1997, con motivo del centenario del cine, Mekas publicó un manifiesto que sigue teniendo una actualidad apabullante. “En estos tiempos de las películas para el gran espectáculo, de producciones de cientos de millones de dólares, quiero tomar la palabra a favor de lo pequeño, de los actos invisibles del espíritu humano, tan sutiles, tan pequeños que mueren en cuanto se les coloca bajo la luz solar. En estos tiempos en los que todo el mundo ansía tener éxito y vender, yo quiero brindar por aquellos que sacrifican el éxito social por la búsqueda de lo invisible, de lo personal, cosas que no reportan dinero ni pan, y que tampoco te hacen entrar en la Historia Contemporánea, en la Historia del Arte o en cualquier otra Historia. La verdadera historia del cine es invisible, la historia de amigos que se encuentran, que hacen lo que aman”, escribía Mekas.

Chus Domínguez reflexiona sobre la enorme influencia del legado de Mekas, que él considera un maestro. “Creo que Mekas más que en mi trabajo ha influido en mi vida, he vivido con su cine y sus textos algunos de mis mejores momentos, y he aprendido con él y su obra a apreciar lo pequeño y lo cotidiano, y eso es mucho, porque es lo que tenemos siempre con nosotros”.

“Necesitamos películas menos perfectas, pero más libres”, decía Mekas, abriendo la puerta a otras “a otras formas de entender el cine, la creación, incluso la vida”. “Trato de recordarme esa frase siempre”, añade Domínguez.