La sociedad nos dice que se celebran los comienzos y se guarda luto en los finales. Las relaciones se oficializan con una fiesta en forma de boda, y se lloran las separaciones, que suelen ser traumáticas y tristes. Quizás se le tendría que dar la vuelta, y aprender a desprenderse de las cosas. Fernando Trueba siempre le dijo a su hijo Jonás que las relaciones habría que concluirlas con una fiesta en la que invitar a amigos y familiares. Dar carpetazo de la mejor forma posible. Con música, comida y bebida. A Jonás Trueba se le quedó clavada esa boutade que decía su padre durante años hasta que ha dado forma a su nueva película.
Con Volveréis ha logrado llegar a la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes en un salto lógico en un cine que muchos describen como afrancesado âalgunos lo dicen incluso como algo despectivoâ y que desde La virgen de agosto ânominada al César a la Mejor película de habla no inglesaâ es muy apreciado aquí. Lo hace con su mejor película (junto a la descomunal Quién lo impide- Una comedia metacinematográfica que es una matrioshka llena de capas y capas. Empezando por la evidente, la que diluye las fronteras entre realidad y ficción, y en donde la propia historia del director e Itsaso Arana âpareja en la vida realâ, se transforma en material dramático.
En el filme Arana es directora âtambién lo es en la vida real y el año pasado estrenó Las chicas están bienâ y su pareja, Vito Sanz, actor (como lo es realmente). Ambos deciden hacer una fiesta de separación, como dice el padre de ella, al que interpreta el propio Fernando Trueba en un guiño hermoso, divertido y genial. Es uno de tantos. Los amigos reales y colaboradores en su cine como Francesco Carril o Miguel Ángel Trudu (su montador) se interpretan a sí mismos. Pero no conviene confundir su juego de cine dentro del cine con ligereza. Para nada. Hay en Volveréis una hermosa reflexión sobre el amor en tiempos del consumismo. Sobre dónde reside la esencia de una pareja, si en la novedad o en la hermosa rutina de no hacer nada y disfrutarlo junto a quien está al lado.
Jonás Trueba ha ido evolucionando de forma coherente como cineasta, pero también ha aprendido a tomarse menos en serio, y aquí todo se suma en una película madura, tierna y siempre sorprendente. Un filme que es capaz de beber de la comedia romántica clásica filtrada por los juegos referenciales modernos sin resultar nunca afectado ni efectista en la que también (y esto no es negativo) puede ser si filme más accesible.
Un acto colectivo
Volveréis nació de esa idea de Fernando Trueba y de las ganas de Jonás Trueba de seguir trabajando con Itsaso Arana y Vito Sanz. La película, de hecho, parece hasta una secuela espiritual de Tenéis que venir a verla, donde ambos daban vida también a una pareja. Siempre dice que cree que “una película lleva a la otra”, y en este caso se ha cumplido. “Me apetecía volver a trabajar con ellos, proponerles hacer algo con una premisa más de comedia. Y también yo estaba con el ánimo cambiado. Decía Billy Wilder que cuando estás triste, haces una comedia, y cuando estás alegre haces un drama”, dice desde el reservado para la Quincena de los Realizadores, frente a la playa, donde tiene lugar esta entrevista.
Parte de esa situación vino provocada por el proyecto sobre Los Planetas que ha terminado siendo Segundo premio y en donde Trueba estuvo involucrado antes de bajarse del filme. “Sí, esta película nace, por qué no decirlo, de un cierto sufrimiento que tuve con todo ese proceso de Granada que al final abandoné. Por suerte se ha hecho la película y es maravillosa y la ha hecho Isaki Lacuesta. Y estoy superorgulloso de que aquello no haya quedado en una especie de desastre”, confiesa.
Me suelo cuestionar mucho todo. También para hacer estas películas que hacemos, que son aparentemente muy sencillas hay mucho cuestionamiento y hay mucho de renunciar a cosas
Fue él quien llamó a Isaki Lacuesta para sustituirle, y ambos proyectos han acabado siendo las dos mejores películas españolas de lo que va de 2024, pero “hubo un momento en el que no estaba claro que fueran a salir adelante”. Aquella renuncia es la prueba de fuego de la coherencia de la carrera de Jonás Trueba, que apuesta por el cine casi como acto colectivo, entre amigos, y siempre en salas: “Efectivamente esta película también nace de cómo yo me cuestioné mucho todo. Me suelo cuestionar mucho todo. También para hacer estas películas que hacemos, que son aparentemente muy sencillas hay mucho cuestionamiento y hay mucho de renunciar a cosas y de estar poniendo en duda todo el rato. Quizá incluso demasiado”.
A su lado, Itsaso Arana apunta que cree que “parte del misterio de la película” es cómo acaba convirtiéndose en una reflexión sobre el amor, aunque siempre supieron que ese era “el corazón de la película”. “Es algo de lo que no hablamos tanto mientras estábamos haciendo la película, pero que claramente sabíamos que era la razón por la que la estábamos haciendo, que fuera un alegato a favor de un amor quizá más maduro. Tan lejos de los tiempos que corren, que es todo tan de usar y tirar, como de reciclaje, como si una pareja fuera algo que se tiene que reciclar. Es superdifícil convivir en pareja, el mundo va superrápido. Ahora parece que todo lo puedes elegir, que siempre hay otra cosa, algo mejor. Hay una ansiedad, eso de ‘vive tu vida al máximo’. Esta película era nuestra forma de explicarnos y de hacernos preguntas”, añade.
De alguna forma Volveréis está unida a Las novias del sur, el mediometraje de Elena López Riera, en ese pensar en los ritos que han sobrevivido y de los que no podemos escapar. Quizás es el cine la mejor forma de crear nuevos ritos y de cambiar las cosas. “El cine puede probar o retratar estas corrientes de pensamiento y comportamiento que no son las habituales, que abren un poco la cabeza, que oxigenan también las posibilidades”, dice Arana que aspira a hacer películas que “inviten a que el mundo sea un lugar un poco más habitable”. Trueba es más optimista, o iluso, y es de los que cree que “el cine nos hace mejores de una manera humilde y modesta”.
Un actor llamado Fernando Trueba
Si la idea inicial fue de Fernando Trueba, parecía lógico que en un ejercicio en donde realidad y ficción se mezclan y dan la mano apareciera el propio director. Lo hace en una escena hilarante, pero también hermosa donde Jonás detiene la acción y simplemente observa a su padre con su cámara de una forma delicada, como siendo consciente de que ese recuerdo ya ha quedado retenido para siempre.
El cómo iba a filmar a mi padre y cómo me iba a sentir yo, cómo se iba a sentir él, cómo iba a ser esa situación, era lo que me generaba mayor inquietud
Una escena que para Jonás Trueba fue “la gran preocupación”. “Fíjate que había muchas, pero quizás el cómo iba a filmar a mi padre y cómo me iba a sentir yo, cómo se iba a sentir él, cómo iba a ser esa situación, era lo que me generaba mayor inquietud. Ese momento surgió y creo que recoge y restituye bastante bien lo que fue para mí la sensación de filmarlo. Una emoción bastante grande”, cuenta del momento que define como “el centro de la película” y en donde quiso retratarlo en su “hábitat natural”. “En una sobremesa hablando de filosofía con una copa de vino, es que ese es tu padre”, añade Itsaso Arana.
No es solo un capricho, sino que tiene el sentido en cuanto a tropo de comida romántica, como recueda el director, que apela a esas “comedias clásicas de parejas donde el padre de la novia siempre es un personaje muy importante”. Por si fuera poco, fue Fernando Trueba el que le hizo amar esa comedia clásica, ese cine americano de los años 30 y 40 que él tanto ama y a las que, con su sello personal, ha terminado homenajeando Jonás con el propio Fernando como un personaje más.