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Director de cine

Jonás Trueba: “No somos tan tontos como para quedarnos solo con las plataformas”

Jonás Trueba estrena su sexta película, 'Quién lo impide'

Laura García Higueras

21 de octubre de 2021 22:05 h

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Richard Linklater dedicó 12 años a filmar la descomunal y conmovedora Boyhood. Una hazaña con la que consiguió plasmar sin artificios la vida, la convulsa irrupción en la edad adulta y el peso del paso del tiempo. Jonás Trueba ha precisado de cuatro, de 2016 a 2020, para armar Quién lo impide, un poliédrico, generoso y honesto retrato de una adolescencia a la que se toma muy en serio. Le da voz, le pregunta cómo querría verse representada, se sienta con ella sin deformarla para que se abra, exprese, contradiga e inquiete.

El nuevo largometraje del autor de La virgen de agosto y La reconquista llega este viernes 22 de octubre a las salas tras su paso por el Festival de San Sebastián, que encumbró a su elenco con la Concha de Plata a la Mejor interpretación de Reparto. La cinta se enmarca dentro de la esencia “idealista” que atraviesa la filmografía del cineasta. Un 'apellido' con el que a menudo se ha “acusado” a su cine, y que sin embargo para él es motivo de orgullo. “Siempre me ha gustado la idea de que las películas que hacemos no son exactamente realistas”, defiende.

En Quién lo impide propone una experiencia cinematográfica con creces que se prolonga durante tres horas y media, incluyendo dos intermedios de cinco minutos. Trueba ha concebido el largometraje como “un contenedor donde podría caber todo”. Un espacio que ha permitido que sus generosos protagonistas se hayan abierto en canal, discutido sobre política, acudido a una manifestación, sufrido en silencio, pensado en voz alta, enamorado, soñado, frustrado y tenido miedo. El resultado es un poderoso mosaico generacional que embauca porque se ancla en la realidad más espontánea y erradica cualquier atisbo de trampa.

¿Cómo se estructura una película que bebe tanto de la realidad y se prolonga tanto en el tiempo?

A golpe de intuición. En 2016 surgió el impulso muy desde la amistad, de forma muy poco pretenciosa. Si hubiéramos dicho “estamos haciendo una película que se va a estrenar en salas de cine”, no lo hubiéramos conseguido. Lo que sí había era ambición de hacer una película río a lo largo de mucho tiempo. Una especie de película libre donde cabe todo. Para mí es muy importante trabajar sin presión, que en el cine es una cosa prácticamente imposible. El manejo de los tiempos es casi siempre histérico y muy constreñido. Aquí, milagrosamente, conseguimos sortear todo eso. No teníamos que rendir cuentas a nadie ni había la obligación de hacer un largometraje. Quedábamos para charlar y si acaso rodar.

En 2016 era imposible prever que habría una pandemia mundial y que esta generación tendría tan mala prensa ahora. Que Quién lo impide les dé voz, ¿convierte su estreno en aún más oportuno?

Todo lo que ha pasado ha sido un factor clave para terminar la película. La estigmatización y mala prensa que han tenido los jóvenes en los últimos meses ha sido brutal. Tras trabajar con ellos todo el tiempo anterior, me parecía muy injusto y que lo mínimo que debía hacer era dar forma al trabajo que habíamos estado haciendo todos estos años, a modo de homenaje.

Me gusta pensar en las películas como espacios privilegiados para compartir

En sus conversaciones emerge un fuerte componente político. ¿Quería que eso estuviera ahí, que se posicionaran?

Sí había una necesidad de que la película tuviera una parte más reflexiva, pero he tratado siempre de no imponerlo ni forzarlo. Cuando entran en cuestiones más políticas es realmente porque a base de estar ahí con la cámara con ellos, aparecen. Los temas no estaban prefijados. No fue “como estamos haciendo una película de los jóvenes, vamos a meter la política, la educación o el bullying”. Entran porque están en su día a día de manera natural y la película es un espacio privilegiado que hemos creado para que ellos puedan estar de la manera más tranquila, libre y respetuosa posible. Es un contenedor donde podría caber todo. En general, me gusta pensar en las películas como espacios privilegiados para compartir.

No había pretensión pero, ¿hasta qué punto le preocupa cómo vaya a apelar ahora al espectador?

Sé que es una película un poco reto, un desafío para el espectador, pero me gusta que sea larga porque el proceso ha sido largo. Hay un destilado enorme de material y miles de horas de montaje [a cargo de Marta Velasco]. Me gusta que el público sienta que estamos compartiendo el proceso con él, que perciba también los titubeos y las contradicciones que la propia película tiene. Dudamos mil veces de lo que estábamos haciendo y eso tenía que estar, no he intentado disimularlo.

Los adolescentes son también un potente target, ¿se plantea esta película más al joven como sujeto que merece ser representado que al joven como posible suscriptor de una plataforma?

Es algo que hemos hablado porque existe una contradicción en ellos que también se ve. Por un lado, reclaman que se les represente como personas normales y sin tanto drama, y minutos antes están hablando de equis película que han visto y que les trata así. Es verdad que para ellos, como en general para el resto de la sociedad, no es evidente el acceso a otro tipo de cine. Hay una escena en la que [la actriz del filme] Candela dice que “ya casi nadie va al cine”. Algo que ella realmente piensa porque cuando va con su madre rara vez se encuentra con alguien de su generación. Eso también se cuela en la peli porque es verdad.

Durante el proceso hemos sometido la película a visionados con jóvenes en centros escolares que nos servían para testarnos. Casi siempre decían que a nivel cinematográfico “no habían visto algo así” porque están acostumbrados a ver un tipo de contenido que está en las antípodas. Y a la vez, reconocían que era muy real y estaba muy cerca de lo que ellos son.

¿Es cada vez más complicado levantar las películas?

Me gusta pensar que no. La situación es muy complicada, pero siempre lo ha sido. Nunca lo he conocido de otra forma. Quizás en los 90 el cine español vivió una época dorada en cuanto a financiación, aunque no sé si en cuanto a creatividad. A mí me tocó empezar en el inicio de la crisis anterior. Tengo la sensación de que llueve sobre mojado. A la vez, me siento afortunado porque siempre he podido hacer las películas que he querido y confío en poder seguir haciéndolo, pero no sé dar un diagnóstico. También veo cosas positivas y que sí cambian. Nos podemos poner muy chungos, pero el mundo en general vamos aprendiendo e inventando cosas mejores. Es raro que seamos tan tontos como para perder algo que está muy bien. Que nos quedemos solo con las plataformas y en casa dándole a botones. ¿En serio? Ahí vamos a reaccionar suficiente gente como para decir 'no'.

En mis películas siempre me han acusado de idealista y me parece bien

El título, Quién lo impide, hace referencia a la canción de Rafael Berrio y Candela lo grita a su generación en la película. ¿Es una afirmación optimista, realista o idealista?

En mis películas siempre me han acusado, y me ha parecido bien, de idealista. Siempre me ha gustado la idea de que las películas que hacemos no son exactamente realistas. Esta es optimista también, incluso tranquilizadora. Da ánimo a los padres que tienen hijos jóvenes hoy. Y es idealista porque creo que necesariamente el cine tiene que serlo. Todavía no me he visto en el momento de hacer esas películas de las que sales hundido y sin ganas de vivir, aunque algunas me gusten. Agradezco cuando me dan vida y salgo con ganas de hacer cosas, de sentir que a pesar de todo merece la pena seguir en el mundo.

Como la propia cinta plantea al hablar de sentimientos y emociones, ¿nos estamos volviendo cada vez más inhumanos porque no nos damos tiempo para compartirlos?

Es que esa es la clave, el estar, el que puedes equivocarte, reflexionar y escuchar. Es algo que hemos visto que se ha puesto en riesgo con esta crisis, pero que venía de antes. Vamos tan acelerados y preocupados que no llegamos. Quién lo impide va de eso, de que entres y veas a un montón de personas que se despliegan, que te dan una sensación de apertura y te ensanchan un poquito el mundo, el alma y la vida. Hay una prisa para todo delirante.

[El actor de la película] Pablo Gavira me llamó para decirme que estaba muy agobiado porque iba tarde. Decía “la gente de mi generación que ha sacado discos a los 16-17 ya lo ha petado, se ha viralizado y ha triunfado”. Respondí algo muy de viejuno total, pero básicamente fue “no tengas tanta prisa”. Es mejor que no te pase a los 17 porque a los 19 vas a estar quemado. Deja que las cosas pasen despacio y que si de pronto tienes fama, sea un accidente. No la busques.

Pero parar es muy complicado.

Claro. Yo lo verbalizo más o menos, pero soy el primero que sufro con esa ansiedad y me veo avasallado por la vida que tengo muchas veces.

¿Le preocupa el reconocimiento?

No, porque haber podido hacer las películas que he querido y que hayan encontrado a sus espectadores lo considero ya un reconocimiento muy grande. Ojalá pueda mantenerlo. No siento que necesite más. De hecho, muchas veces pienso que en general nos sobra espacio en los medios de comunicación. Se nos da demasiado. Me da hasta vergüenza la cantidad de entrevistas que hago con cada película. Yo y casi todos los que hacen pelis y obras de creación. Me parece exageradísimo y que no se corresponde con la verdadera importancia que tiene en el mundo. Somos muy pequeños, cualquier película que hago es muy pequeña, insignificante. Me encanta que encuentren público, pero también veo eso.

Igual que hay obsesión con la prisa y la ansiedad, también la hay con el éxito. Y no hace falta

¿Quién sí merecería ese espacio?

Es que todo lo que sale del cine de los festivales, las alfombras rojas y el glamour es exagerado y falso. Yo me he tomado un tiempo de trabajo con una película muy larga que tú has visto y te interesa, y me encanta tener esta charla contigo. Pero luego hay toda una cuestión inflada. El cine ya no tiene la importancia que tenía antes en la sociedad y, por herencia, sigue ocupando un espacio que a veces no se corresponde con la realidad de la gente que trabaja en un bar, un taxi o que va en autobús y están muy ajenos a esta parafernalia que hemos montado nosotros, que es casi una burbuja. Es una contradicción, porque a la vez parece que lo necesitamos. Idealmente, me gustaría no tener que venir a un festival. Poder hacer la película, estrenarla y que fuera gente a verla. Pero claro, no funciona así.

¿No se estaría perdiendo así un espacio para compartir las propias películas?

Sí, sí. Hay toda una parte buena, pero yo ya sé que una película como esta va a tener una distribución pequeña. Es difícil que vaya a verla mucha gente y no pasa nada. Igual que la obsesión con la prisa y la ansiedad, también hay obsesión con el éxito y que todo tiene que estar lleno, lo máximo, agotado, lo más vendido. Y no hace falta tampoco.

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