Retrato de la España esperpéntica
El regreso de Juanma Bajo Ulloa (Vitoria, 1967) a la comedia negra no se produce mediante una secuela estricta de Airbag (1997). Dieciocho años después del éxito de aquella, un hito de los noventa, el director alavés repite temas y tono, aunque en un estilo más actualizado y con una pretensión todavía más irreverente.
Así, tras mucho pulir un guión que se ha ido alimentando de las noticias leídas u oídas en medios de comunicación, de realidades que superaban con creces la ficción, Bajo Ulloa ha alumbrado “un homenaje a la chapuza y al cachondeo”. Una película que hubiese sido del gusto del Berlanga más esperpéntico y que gustará también mucho a Francisco Ibáñez, el padre de Mortadelo y Filemón, cuyo humor es piedra de toque constante.
Reconoce el director que la idea de Rey Gitano se gestó durante el rodaje de Airbag. En concreto, de las escenas entre Manuel Manquiña y Karra Elejalde: “Eran dos energías tan poderosas y tan cómicas que hasta los eléctricos paraban de trabajar para ver qué hacían”, dijo Bajo Ulloa a EFE. Manquiña y Elejalde demuestran su química en este largometraje que protagonizan y que casi presiden. Brillan en un reparto de grandes nombres, copado por cómicos de rostros conocidos y de contrastada solvencia.
A Bajo Ulloa le fascinan los secundarios de las películas españolas de los años cincuenta. Procura que los suyos estén a la altura. Hay tres muy interesantes, justamente por todo lo que implican.
Arturo Valls es Gajo, el gitano que es fulcro de la historia. Su perfil es el del pícaro tradicional, el del artista del engaño que aspira a medrar. Otro artista del arribismo es el personaje de Rosa María Sardá. Varonil, con una sombra de bigote encima del labio y un traje que la convierte en la parodia de jefa de pista circense, es una mano ejecutora sin ideología que se arrima a quien gane las siguientes elecciones, sean “rojos o azules”. Charo López, radiante a sus 71 años, es la condesa de Segura, la mente criminal que pone y dispone a su antojo y capricho las piezas del ajedrez y que declara, como una verdad inquebrantable, que “España es una empresa”.
Una road movie sin escrúpulos
road movieRey Gitano, como su antecesora, es una road movie. Tiene como motivo la coronación de Felipe VI. Manquiña (Primitivo) y Elejalde (José María), viejas glorias de la investigación privada, llenos de deudas, recorren el país de norte (La Rioja alavesa, Cataluña) a sur (Málaga) siguiendo a todos los miembros de la familia real, para completar la misión que les ha encomendado Gajo, oculto bajo el traje impostor de miembro de los servicios de inteligencia. El gitano pretende demostrar que lleva sangre real en las venas, que él debe ser el nuevo rey de España. La rocambolesca tarea se llevará a cabo con dosis de improvisación y catástrofe.
Bajo Ulloa se ríe despiadadamente de temas considerados tabú, de aspectos sobre los que se ha construido una especie de omertá; su visión de los Borbones y de la clase política no es ni servil ni complaciente. “Está muy aburrido el panorama, sólo nos hacen reír los políticos y la monarquía. Y yo creo que los cineastas deberíamos colaborar”, sostiene.
Su aportación al humor nacional consiste en un ejercicio de valentía en el que se atreve a meterle el ojo a la corrupción endémica, entendida como un hábito, y al deseo obsesivo por querer ser alguien distinto, por triunfar con un tren de vida al margen de toda realidad. En mitad de ese erial casposo y rancio, el guionista, a la par que director, introduce a soñadores de quijotesca humildad y de humanidad extensa, cuyo deseo mayúsculo es el propósito de enmienda.
Primitivo y José Mari son entrañables por su humildad, por su sinceridad, porque en ellos no hay lugar para ese juego de tronos marciano que constituye la realidad de los drogadictos del poder.
Con todo, Primitivo y José Mari son caricaturas. Poseen los rasgos obsoletos y a la vez fáciles de representantes de las dos Españas fratricidas, las enfrentadas en la Guerra Civil. El cliché está totalmente fuera de lugar en una comedia negra que pretende hablar de los males de la España actual; queda desfasado y es cansino. Sigue siendo la constatación de que este país aún no ha encontrado una manera natural de reírse de su pasado, de lamerse sus heridas y afrentas sin tener que caer en el burdo tópico.
El cineasta alavés no sabe trazar las pinceladas de este retrato de la España contradictoria, sin incurrir en la escatología, en el chiste fácil, en los juegos de palabras banales, en el humor de 'aquí te pillo y aquí te mato'. Quizás no quiera hacerlo y su enfoque sea una cierta forma de hartazgo, una catarsis del asco que le produce tanta infamia.
Rey Gitano no resistirá un segundo visionado. Es como un producto con caducidad, una película con un contador de autodestrucción. Ha sido rodada para flagelar a tanto sinvergüenza que trasiega impune, y es tan visceral como para ser prisionera de sus muy precisas coordenadas temporales. El cine de Berlanga ha envejecido majestuosamente porque desgrana nuestro ADN nacional; el humor de Ibáñez más efectivo es aquel que se fusiona, sin pegotes, con la trama. Dieciocho años ha tardado Bajo Ulloa en encontrar una voz propia, irreverente pero no transgresora, muy explícita en sus deudas. La libertad creativa de la que ha gozado le ha permitido al menos ser honesto y genuino. Tanto como para hacer, y decir alto y claro, lo que le ha venido en gana.