La fuerza de Kiti Mánver es contagiosa. No es una fuerza que se base en la demostración y la exhibición, sino que está de forma tranquila en cada respuesta, en cada declaración. Con 70 años, vive un momento dulce en una industria donde no siempre se sintió a gusto y de la que incluso pensó retirarse varias veces. Menos mal que no lo hizo. Se hubiera perdido la carrera de una actriz que ha dejado papeles inolvidables con los mejores directores de la historia del cine español de las últimas décadas. Almodóvar, Urbizu, De la Iglesia, Gutiérrez Aragón…
Después de haber hecho todo, se podría pensar que a Kiti Mánver le apetecen los papeles cómodos, estar en eso que todo el mundo define como ‘zona de confort’. Y sin embargo, ahora protagoniza una película como Mamacruz, sobre la sexualidad femenina en las personas mayores y que llega las salas este viernes 27 de octubre. Si el año pasado era Emma Thompson la que rompía tabúes con su desnudo en Buena suerte, Leo Grande, y Petra Martínez con su discurso sobre la masturbación en los premios Feroz, esta temporada le toca a la española convertirse en un icono que clama por la diversidad de cuerpos, por el disfrute sexual a cualquier edad y por liberarnos del peso del catolicismo que reprime el deseo.
Para celebrar un momento tan rico, recoge la Espiga de Honor en Seminci. Un premio que reconoce una carrera a la que le quedan muchos tiros que pegar y muchas barreras que derribar.
Un premio como este obliga a pensar en su carrera…
Sí, me hace pensar que no lo he debido hacer tan mal. Aunque ha sido duro, de alguna manera estaba acertada en el camino. Digo que ha sido un poco más duro porque me he metido a productora también, y estar interpretando y a la vez llevando la furgoneta y hacer carga y descarga era durísimo, pero si tienes vocación, ese es el motor que tira de todo. Cuando un festival de este prestigio te da la Espiga de Honor pienso: ‘mira tú, algo has hecho bien’.
Ha dicho eso de la furgoneta y me ha recordado a la mítica imagen de los cómicos de pueblo en pueblo.
Sí, pero esto es una práctica que cada vez que alguien joven me pregunta por la profesión se lo digo. No os quedéis esperando el teléfono ni a ese representante que no se sabe cuándo va a surgir. Hay que estar siempre haciendo cosas, produciéndoos a vosotros mismos, aunque sea con cuatro trapos, porque ese camino siempre es rico, te enseña, y te hace conocer muy a fondo la profesión. Mucho más a fondo que si te dedicas solo a interpretar.
¿Ha cambiado mucho la profesión desde que empezó?
En cuanto a eso de buscarte tu propio trabajo, esto se ha hecho siempre. Cuando yo era jovencilla se llamaba teatro independiente, y afortunadamente, gracias a ellos podíamos ver montajes interesantísimos de cosas que la censura no nos dejaba casi nunca. Hicieron un trabajo magnífico. Yo llegué un poquito tarde a eso. Era una generación un poco más jovencilla, pero a partir de los 25 tuve la suerte de caer en manos de unos seres estupendos para mí, porque me arrastraron a eso y empecé produciendo El sueño de una noche de verano. Éramos cuatro personas y curramos… No te lo quiero ni contar. Y eso siempre lo ha habido y siempre lo habrá, porque habrá gente a la que su inquietud le lleve a moverse y a buscarse la manera. Es sangrante que no haya más apoyo al respecto, que haya tanta penuria. Pero bueno, cuando tienes vocación, buscas la manera de hacer textos que no vas a hacer nunca de otra forma.
He tenido ofertas cuando era más joven de cosas que yo no me veía con el peso específico para hacerlo y he dicho que no. Eso es lo que se llama vulgarmente cagarse de miedo
Le he leído decir varias veces que no decidió ser actriz, ¿actriz se nace o se hace?
Las dos cosas. Yo siempre cuento una imagen que tengo grabada totalmente en mi cabeza y sobre la que mi madre me decía: “¿Pero cómo te puedes acordar de eso si tenías tres años?”. Pues sí, me acuerdo de que pasamos frente a una academia de baile que estaba cerrada. Fíjate si era chiquitita que hice así [agacha la cabeza] y vi que estaba echado el cierre y me asomé. Oí una música y estaban allí dando una clase de flamenco y yo me quedé con los ojos abiertos. A esa imagen podríamos echarle la culpa de que sea actriz, pero es por echarle la culpa a algo, porque en realidad es una cosa que ha sido bastante natural. Luego, a los 16 pude acceder ya también a trabajos profesionales. Me hicieron unas pruebas, lo que se llamaba el meritoriaje y, a partir de ahí, cuando hice ya mi tercera película y ya había hecho dos obras de teatro y tres películas me dije: “Esto está muy bien, pero tú no vas a estar aquí”. Es como que inmediatamente noté que me faltaban herramientas y ya empecé a formarme de muchas formas, con muchas cosas. Hice muchas técnicas porque el aparato nuestro, tanto la voz como el cuerpo, hay que formarlo.
O sea que con talento no vale. Hay que formarse.
En mi caso, desde luego, a mí no me bastaba. Notaba que me faltaban armas, que necesitaba crecer. Y eso te lo da el tener técnicas que tú vas adquiriendo y que van formando parte de ti. Nunca se me olvidará una anécdota. Yo tenía todavía un poco de acento andaluz porque, aunque vivo en Madrid desde los 13 años, tenía un poquito de acento y estaba dando clases de dicción. Llegó mi amigo Paquito Algora, un actor maravilloso que me hizo mucho bien, fue un angelito de la guarda para mí en mis comienzos, y me dijo, ‘se te nota un poco que estás pronunciando’. Pues eso era una técnica, y todas las técnicas terminan formando parte de ti y ya están incluidas, pero lo que hacen es hacerte crecer.
¿Hay un momento en el que pensó: 'Ahora sí que lo he logrado'?
Esa frase de “lo he logrado” yo no la he dicho nunca, porque me parece muy peligrosa. Lo que he dicho es “ah, por esto estoy yo aquí”. Yo me había retirado varias veces de la profesión, porque no encontraba mi sitio. Era una borrica. No entendía. No encontraba. Y me asustaba mucho. Y de pronto llegó Miguel Narros, me hizo una prueba y me contrató para hacer la hijastra de los Seis personajes en busca de autor de Pirandello, con una dirección que no te puedes imaginar lo buena que era. Él me sacó. Yo me tiré a la piscina definitivamente. Y entonces dije yo, 'sí señor, esto sí tiene sentido'. No es que lo lograra, sino que noté que eso era por lo que yo estaba aquí. Esa certeza de que era ese el camino.
Al revisar su carrera, ¿de quién ha aprendido más? Ya ha mencionado unos cuantos nombres.
En el discurso de la Espiga de Honor no voy a nombrar porque son nombres que la gente ni los va a reconocer. Diré que son un montón de personas. Además, ellos lo saben y se lo diré, porque es algo que hay que agradecer. Agradecer te hace tanto bien... Pero sí, hay gente como Luciano Berriatúa, historiador, director de cine, con el que he hecho dos películas, que es un sabio y que cuando le he pedido consejo enseguida ha sabido qué decirme. Y gente también que me ha criticado. Tengo un amigo en concreto, con el cual también he trabajado, que me ha hecho unas críticas muy duras. Y yo pensaba “menudo hijoputa”, pero no sabes cómo se lo agradezco, porque la gente que es capaz de decirte las cosas de verdad te está haciendo un favor. Si tú estás esperando a que te digan que eres estupenda, la has cagado totalmente.
No es fácil decir las cosas duras.
Es difícil, pero hay que decirlas porque. Porque si no, nunca te vas a dar cuenta. Además, esta es una profesión en la que nos encanta halagar a todo el mundo, y probablemente exageremos. Son cantos de sirenas y es muy peligroso, así que está bien tener gente que te haga crítica.
¿No hay ningún proyecto al que se arrepienta de haber dicho que no?
No, yo he sido muy prudente. De hecho, he tenido ofertas cuando era más joven de cosas que yo no me veía con el peso específico para hacerlas y he dicho que no. Eso es lo que se llama vulgarmente cagarse de miedo. Yo he ido poco a poco, he ido paso a paso, pero arrepentirse no sirve para nada. Mejor aprender de algo que no has hecho bien.
Yo pertenezco a la generación de los hippies, del amor libre. Los hippies trajeron mucha luz a España, sobre todo con respecto al amor y a desafiar esa mojigatería tremenda que había
Este premio llega en un momento muy bueno profesionalmente. Hizo El inconveniente, tuvo una nominación al Goya, está de gira con la versión teatral, y ahora estrena Mamacruz, ¿cómo valora este momento?
Pues muy dulce. Lo que estoy haciendo ahora es aprender a estar un poco más conmigo, con mi huerto, con mis cosas supersencillas que las necesito para equilibrar un poco mi hiperactividad. Yo he hecho mucha producción y se quiere todo para hoy, o para ayer, y ahora estoy buscando una cierta tranquilidad y viviendo con muchísimo gozo todo esto que me viene, pero también sabiendo que esta es una profesión en la que de pronto estás arriba y de repente desapareces. Por eso no hay que creérselo nunca. Los premios son maravillosos porque dan mucha vidilla, mucha energía, sirven para promocionar durante unos días el trabajo que estás haciendo… Pero hay que tener mucho cuidado porque como te lo creas… Hay que buscar siempre el equilibrio para salir al escenario. Hay que creérselo un poco, tener el ego un poquito subidito y luego que no se te pegue.
Mamacruz es una película valiente sobre la sexualidad en personas mayores, ¿le costó decir que sí?
No me costó nada. Solamente por el hecho de que Patricia Ortega quisiera contar y visibilizar esto que le pasa a montones de mujeres, que están sepultadas, que llevan toda su vida de cuidados, primero al marido, luego a los hijos, luego los nietos, la casa, la administración… que están dando y ofreciendo toda su vida para dar y que van sepultando sus propios deseos y todo el potencial que tienen para, además de ser madre, ser mujer, ser persona, ser profesional de algo a cierto nivel.
Pero es verdad que la sexualidad femenina, por desgracia, sigue siendo un tabú, y a partir de una edad, más tabú.
Claro, porque no te olvides que en España la Iglesia siempre ha tenido mucho poder, y una mujer que dijera que quería disfrutar o que se supiera que disfrutaba era una guarra directamente. Ese era el calificativo. Y ya una mujer mayor… ya eso era una endemoniada total. Lo hermoso de esta aventura preciosa de Patricia Ortega, a la cual nunca le agradeceré lo suficiente en toda la vida, es que es una mujer creyente que sigue siendo creyente, que no tiene conflictos con el marido, le quiere, y con el primero que quiere satisfacer sus deseos es con su marido. Pero también es religiosa, y se le empiezan a plantear un montón de dudas y conflictos internos. Y todo con un estilo muy elegante, muy comedido y muy minimalista pero que está lleno de cosas, de bombitas que van explotando. Creo que está conectando con la gente y con la gente joven, porque nos toca a todos.
Ha mencionado que nosotros venimos de un país donde el catolicismo estaba muy presente. ¿Usted como mujer ha vivido esa represión que, sobre todo en el franquismo era muy presente, o era un poco un verso suelto?
Yo pertenezco, aunque ya soy vieja, a una generación que eran los hippies, y eso era el amor libre. Los hippies trajeron mucha luz a España. También trajeron otras cosas que no molaban tanto, pero con respecto al amor y desafiar esa mojigatería tremenda que había, fue maravilloso, fue una época preciosa. En mi casa nunca ha habido esa represión, han sido bastante más abiertos. Por supuesto te decían eso de ten cuidado, con quién vas… lo típico, pero no había represión.
Yo cada vez que oigo esas barbaridades de ‘ni feminista ni machista’… pero por favor, si es que no comprendéis que no puedes comparar los ismos, que uno persigue la igualdad y el otro es la hegemonía, es ponerte el pie y retorcerte el pescuezo
Quienes están tratando estos temas en la ficción son las mujeres, las directoras, ¿se nota ese cambio en los temas y en cómo abordarlos?
Claro. Mira este año, que está la cosa calentita con pelis preciosísimas de mujeres y estamos empezando a ver cosas que antes no veíamos, porque la perspectiva de una mujer es muy necesaria. Pero no solo en el cine, sino en todo, en la política, porque la visión de la mujer es la que es necesaria. Es una evidencia, no se puede seguir confiando en ese modelo de patriarcado que ya sabemos hasta dónde nos está llevando. Y hay muchísimos hombres y muy importantes que están de acuerdo. Hace unos años Kofi Annan dijo que era absolutamente necesario y urgente que la mujer tomara puestos de responsabilidad en los gobiernos. Porque es otra manera de concebir el mundo. La mujer está muy acostumbrada a administrar muy bien, a repartir más solidariamente. El reparto sería más justo. Y claro que hay locas y psicópatas también, pero en general la presencia de la mujer nos va a hacer bien a todos. Yo cada vez que oigo esas barbaridades de “ni feminista ni machista”… pero por favor, si es que no comprendéis que no puedes comparar los ismos, que uno persigue la igualdad y el otro es la hegemonía, es ponerte el pie y retorcerte el pescuezo.