Es verdaderamente complicado destacar en el género de zombies, ese donde las pandemias o los virus exterminadores desencadenan el fin del mundo. El de los paisajes postapocalípticos -ciudades desiertas, bosques o carreteras abandonadas- que están poblados de criaturas violentas. Las películas en las que los pocos supervivientes humanos se vuelven egoístas, traicionan, son incluso peor que las criaturas a las que se enfrentan. Y en el que los coches con gasolina o el último Twinkie se consideran bienes muy preciados. Todos son lugares comunes y el director español Miguel Ángel Vivas (Secuestrados) no se ha querido privar de ninguno para su tercera película, Extinction, en la que se cuentan muchas cosas importantes y donde al final los muertos vivientes son lo de menos. Una excusa para jugar con el drama.
Pero eso sí, Extinction comienza como un tiro gracias a un prólogo compuesto por una escena muy tensa y muy sangrienta en un autobús en el que están los dos protagonistas del filme, Matthew Fox y Jeffrey Donovan. En la novela de Juan de Dios Garduño en la que está basada la película este momento es casi icónico para los fans y en su adaptación a imágenes reales Miguel Ángel Vivas no decepciona al espectador ávido de carne y terror. Y aquí acaba la comida rápida.
“Son dos películas en una, primero un prólogo al estilo de las películas que los espectadores están acostumbrados a ver ahora, inmediatas y donde la adrenalina se concentra en el ahora. Lo hice muy marcado para potenciar la otra parte de la película”, nos contó Miguel Ángel Vivas cuando se paseó con Matthew Fox (Jack en Perdidos) por Madrid. La otra parte de la película es, efectivamente, muy distinta, una historia de amor paternal rota por una invasión zombie. El ritmo frena, el drama familiar se construye lentamente ante unos personajes que se mueven incómodos en un universo vacío, enorme pero tremendamente claustrofóbico.
“En el mundo congelado que se devela después del prólogo todo es más contemplativo y es en esta parte de la película donde está ese cine que me gusta tanto y que se está perdiendo, el cine clásico de John Ford o Howard Hawks en el que el espectador tiene que pensar, participar, ser parte de la experiencia audiovisual”, así define el director español la mayor parte del metraje que forma Extinction. Su película recuerda a La carretera, la adaptación cinematográfica de la novela de Cormac McCarthy, y también (y mucho) al videojuego The Last of us, en sus partes apocalípticas o de ese suspense que inunda las escenas con los zombies.
El filme bebe irremediablemente de la personal visión de esta obra maestra de los videojuegos. En la cultura audiovisual se ha llegado a un punto clave en el que la jugabilidad de un título para PS3 puede marcar el ritmo de una película. Sin embargo lo relevante del filme de Vivas está en el drama de sus personajes y ahí hay referencias mucho más alejadas del género, títulos como Kramer contra Kramer.
La familia desestructurada contra el ataque zombie
Cuando Ethan Edwards llega a casa de su hermano al principio de Centauros del desierto, su cuñada interpretada por Vera Miles recoge su chaqueta y la dobla, lo hace con delicadeza, lentamente, la mira y vuelve al salón para celebrar la llegada de este vaquero solitario. En esta brevísima secuencia sin un solo diálogo John Ford nos está contando una amarga historia de amor. El cine debería ser eso y de ese cine se nutre precisamente Extinction.
Vivas alimenta la película de imágenes con una terrible carga dramática. Un hombre y su hija viven atrincherados en una casa donde antes también vivía la esposa y madre. Intuimos que los zombies tienen algo que ver con esa desaparición, pero tampoco importa mucho mostrarlo. En frente hay un vecino, el otro padre desterrado e incapaz de vivir con el pasado, ahogado en alcohol, que no puede separarse de su hija a pesar de casi no conocerla. Dos padres, una madre y una hija, ya es hora de que la familia tradicional deje sitio para otras familias.
En el grueso del filme los zombies son lo de menos. Todo gira en torno a una lucha parental en la que Fox y Donovan hacen muy bien de Dustin Hoffman y Meryl Streep en Kramer contra Kramer. En el caso de Extinction el personaje de Donovan se ve forzado a criar a esa niña, la hija biológica de Fox, cuando este comienza a beber descontroladamente. Aquí no se trata de quién sea el que haya puesto la semilla a mamá, ni de quién tenga un trabajo mejor para criar a la menor, sino de cuál es el más apto para proteger a la pequeña en un universo sumamente hostil, lleno de monstruos, hielo, naves vacías y algún superviviente malparado como la joven que interpreta Clara Lago, que sirve como trampolín al clímax del filme, al sentimental y también al adrenalínico.
La atmósfera del filme es extraña, las casas que conforman el paisaje principal en el que ocurren todas las cosas parecen formar parte de una bola de de nieve de cristal con una mezcla de claustrofobia y melancolía. Este director español que un día quiso ser dibujante de cómics explica la clave de su personal forma de entender los decorados: “Todo lo que rodea las casas tenía que estar a caballo entre lo más realista posible y un lienzo de una película de Meliés”. De esta forma, lo contemplativo, el drama familiar, está encuadrado en una atmósfera muy cerrada, en unas cuantas pinturas inspiradas en el western que más admira Miguel Ángel Vivas, el de Ford y el de Hawks, y sobre todo en Río Bravo, la película del buen rollo, como él dice, con unos colores brillantes y vivos.
También hay sitio para el Moebius de El Teniente BlueBerry en algún paraje de este drama crepuscular que consigue destacar entre toda la morralla zombie que no para de producirse en los grandes estudios. Son sus colores, las interpretaciones y el ritmo pausado del filme lo que evita que nos fijemos en sus defectos. Vivas no revoluciona nada ni lo pretende dentro del género, es más, hace apología de los clichés, sin embargo, lo dota de su propia mirada, la de un director criado en el cómic y en los clásicos, cuya película favorita es Tiburón y cuyos cuentos infantiles fueron E.T. o cualquiera de John Carpenter.