Lars Von Trier revolucionó el cine europeo en los años 90. Creó, junto a Thomas Vinterberg, el Dogma, un movimiento que quería revolcar el cine moderno como lo hizo la Nouvelle Vague décadas antes. Construyó una filmografía en la que siempre ofrecía lo contrario de lo que esperaban de él. Siempre provocador, radical y salvaje. Capaz de emocionar hasta lo más profundo con un musical contra la pena de muerte como Dancer in the dark y de jugar con los límites de la representación cinematográfica y teatral en Dogville, nunca ha dejado de sorprender.
En 1994 Von Trier ya había sacudido la televisión danesa con The Kingdom, una serie de terror ambientada en un hospital que se convirtió en un fenómeno que hasta tuvo remake americano auspiciado por Stephen King. Ahora, casi 30 años después, el director regresa a aquel hospital para cerrar la serie con una tercera temporada —The Kingdom: Exodus, que estrenará Filmin próximamente— que ha presentado en el Festival de Venecia. Lo ha hecho a distancia, desde su casa y poco después de anunciar que padece Parkinson, algo que no le ha impedido atender a la prensa. El aspecto de Von Trier impresiona. De aquel portento físico que se comía a los periodistas en las ruedas de prensa de Cannes queda poco. Los síntomas de su enfermedad son evidentes, y por ello afronta el asunto ante un pequeño grupo de periodistas con la misma franqueza con la que se ha metido siempre en todos los jardines en sus entrevistas.
De momento descarta el retiro, aunque sabe que bien podría llegar de forma forzosa. “Difícilmente podría dejar de hacerlo… Por supuesto que me puedo morir de forma repentina, lo que haría difícil seguir rodando, pero creo que seguiré haciéndolo. Mi idea es hacer más películas porque es lo que puedo hacer”, asegura con un gorro de paja calado y una vistosa camisa de flores.
Habla de la muerte sin tapujos, de forma directa. Lleva hablando de ella en sus películas desde hace años, y The Kingdom: Exodus, aborda también las líneas que se desdibujan entre los vivos y los muertos. Von Trier desarma con su franqueza y asegura que el miedo a morir no solo no ha crecido, sino todo lo contrario: “Creo que mi miedo a la muerte se ha desvanecido un poco porque me siento contento. No hay nada que tenga que hacer. Me gustaría hacer algo más, pero no es que tenga algo que hacer que no haya hecho todavía”.
Lo que sí le asusta es la Guerra en Ucrania. “Tengo mucho miedo. Creo que hemos vivido la época dorada de la democracia y hemos pensado que seguiría siendo así para siempre. Pero, en realidad, ahora estamos cuesta abajo desde hace diez años. Creo que los occidentales han subestimado a Putin. Es un inquilino de la KGB y ha dicho cada año en sus discursos que el peor día de su vida fue cuando la Unión Soviética se resquebrajó. Si escucharas eso de otra persona, creo que dirías, bueno, este hombre es un peligro, pero ahí está”, zanja.
Humor frente al miedo
La nueva temporada de The Kingdom juega a las metarreferencias para resucitar su propio universo televisivo. En estos nuevos episodios la serie que él rodó existe dentro de la propia ficción, y la protagonista decide que no se cerró bien, que todavía quedan lazos por cerrar entre los vivos y los muertos, por lo que vuelve al hospital. Hay mucha ironía, mala leche y hasta autoinsultos. Los personajes no paran de decir barbaridades sobre el director. Una experiencia que es tan terrorífica como divertida, con los trabajadores del hospital diciendo que por culpa de Von Trier todos creen que suceden cosas paranormales allí.
Me puedo morir de forma repentina, lo que haría difícil seguir rodando, pero creo que seguiré haciéndolo. Mi idea es hacer más películas porque es lo que puedo hacer
Un juego de espejos entre realidad y ficción que le ha permitido sortear uno de los retos de esta continuación, ya que muchos de los actores de los primeros episodios han fallecido ya, algo que durante la escritura del guion le provocó bastantes quebraderos de cabeza, por eso empezó “con este truco de poner a alguien en la serie que viera los episodios antiguos”. Pero el humor no es algo puntual en su nueva criatura, sino que atraviesa toda la serie, que se ríe de lo que uno no debería.
Lejos queda aquel enfant terrible que fue declarado persona non grata en el Festival de Cannes por bromear y decir que entendía lo que había hecho Hitler. Pidió perdón y sabe que fue una tontería, pero sigue pensando que debería haber prevalecido su derecho a decir lo que le diera la gana, porque eso es para él su bien más preciado. Por eso le encanta “la ironía y la sátira, porque tienen que ver con la libertad de expresión”. “Yo tuve problemas en Cannes, como sabéis, por decir unas estupideces, pero aun así, lo principal es que lo que necesitamos para este mundo es libertad de expresión”.
Una libertad de expresión que ha permitido que el director danés realice películas tan provocadoras como Ninphomaniac, donde el sexo explícito era la constante; o Anticristo, donde, de nuevo, el sexo se mezclaba con lo terrorífico y con el drama de la pérdida de un hijo. Un kamikaze que quiere seguir deslumbrando con sus historias aunque la enfermedad se lo ponga complicado.