Antes de ser actor, el recientemente fallecido Jean-Paul Belmondo fue boxeador, ciclista y jugador de fútbol. Cualquier deporte era bueno para escaquearse del instituto e intentar rebelarse contra el deseo de sus padres de que sentara la cabeza y se aplicase en sus estudios.
Siendo boxeador le rompieron la nariz y su rostro adquirió una característica dureza que, acompañada de una actitud beligerante con cualquier tipo de autoridad, le complicaron la vida cuando quiso ser actor. Tras años de castings que salían mal y papeles de poca monta en obras de teatro de provincias, consiguió dar sus primeros pasos en el cine de la mano de algunos conocidos de su padre, el escultor Paul Belmondo, como Marc Allégret (Una rubia peligrosa, 1958) o Marcel Carné (Les tricheurs, 1958).
En 1959, Claude Chabrol –una de las voces más cínicas y mordaces de la nouvelle vague–, lo quiso en el reparto de su película Una doble vida. Belmondo pensaba que con esta cinta daría la campanada y se convertiría en una estrella de pleno derecho del cine francés, pero se equivocaba. No fue Chabrol quien le otorgó el papel de su vida, fue Jean-Luc Godard, en una película y un rol que cambiarían la historia del cine.
Un ladrón en 'Al final de la escapada' (1960)
A los 27 años, Jean-Paul Belmondo interpretó al elegantemente trágico Michel Poiccard en Al final de la escapada (1960). Figurante de cine a tiempo parcial y ladrón de poca monta a tiempo completo, Poiccard se esconde de la policía en el París de los sesenta, donde conoce a Patricia (Jean Seaberg), una joven americana que reparte el New York Herald Tribune por los Campos Elíseos.
“Concebido a imitación del Jean Gabin de El muelle de las brumas (1938), aunque en sus tics abunden las referencias explícitas a Humphrey Bogart, Poiccard es el mejor representante del joven de su tiempo”, escribía Javier Memba en su libro Nouvelle Vague (TB Editores, 2009). Y lo cierto es que la arrogancia y el nihilismo con el que Belmondo interpretó a este personaje irreverente, de expresión altiva, sintonizaron sobremanera con toda una generación que poco después descubriría que bajo los adoquines no había arena de playa.
Un aprendiz de partisano en 'Dos mujeres' (1960)
Tras el éxito sin precedentes de Al final de la escapada, que con el tiempo se significaría sobre todo como un pulso a las normas de la gramática cinematográfica tradicional, Belmondo gozaría de la mejor y más fructífera década de su carrera: unos sesenta marcados por una fama que le llevó a trabajar en casi cincuenta películas.
Años después de haber filmado para la historia clásicos como Umberto D., Milagro en Milán o Ladrón de bicicletas, el realizador Vittorio De Sica confió en Belmondo para dar vida a un idealista joven que quería ser partisano: Michele Di Libero en Dos mujeres. Un papel que, sin renunciar a su rebeldía connatural, sacaba a relucir la faceta más cándida y menos hostil del actor. Sophia Loren ganaría el Oscar a mejor actriz por su papel de Cesira en este filme, y Belmondo empezaría a conocerse en el mercado francófono con el apelativo coloquial de Bébel. Dos mujeres, es la tremenda adaptación de la novela de Alberto Moravia La campesina.
Un cura en 'Léon Morin, sacerdote' (1961)
Poco después de ponerse en la piel de un idealista partisano, Belmondo actuó por primera vez para el gran Jean-Pierre Melville. Volvería a hacerlo en dos ocasiones más en El confidente (1962) y El guardaespaldas (1963), pero su mejor actuación nacería de la menos noir de sus colaboraciones, dando vida al inteligente cura protagonista de Léon Morin, sacerdote.
La premisa: una joven viuda, militante comunista y atea confesa, decide entrar en una iglesia para poder decir todo lo que tiene que decir dentro de un confesionario. Pero cuando el sacerdote que ponga la oreja no reaccione como ella espera, entre los dos nacerá una química singular.
Sucedáneo de Tintín en 'El hombre de Río' (1964)
Siendo ya una estrella de fama mundial, Belmondo protagonizó algunos conatos de cine de acción antes de El hombre de Río, pero fue esta película de Philippe de Broca la que le confirmó como un increíble actor de lo físico. Un intérprete capaz de entregarse a la acción y la aventura sin perder un ápice de encanto, sin que cierto deje de bon vivant ensombreciese unas cristalinas buenas intenciones.
Su papel como el soldado Adrien Dufourquet en El hombre de Río, fue esencial para asentarle en la industria como un solvente rostro del cine de comercial, que luego se prodigaría en los setenta con películas como Pánico en la ciudad (1975), El cazador de hombres (1976) o El animal (1977). El actor interpreta a una suerte de soldado, inspirado en el Tintín de Hergé, que en lo que iba a ser una pacífica semana de permiso debe recuperar una estatuilla robada de origen amazónico y salvar a su novia y a un científico. El hombre de Río es una de las películas favoritas de Steven Spielberg según él mismo ha declarado.
Un disparatado enamorado en 'Pierrot el loco' (1965)
Bébel volvería a colaborar con Godard tras Al final de la escapada (y el cortometraje Charlotte et son Jules) en una enfebrecida e inclasificable película, otro hito de la nouvelle vague a la que el festival de Cannes dedicó su edición en 2018.
En Pierrot el loco interpreta a un hombre de mediana edad que abandona a su familia para escaparse con la niñera de sus hijos, solo que a ella (mitiquísima Anna Karina) la persigue la mafia argelina. “Su absoluta falta de retórica, radicalmente opuesta a la interpretación al uso en el cine de qualité, le convierten en la mejor imagen masculina de la nueva pantalla”, escribiría sobre esta interpretación el ya mencionado Javier Memba.
Un rico terrateniente en 'La sirena del Mississipi' (1969)
La primera y única colaboración de Jean-Paul Belmondo con otro peso pesado de la nouvelle vague, François Truffaut, llegó a finales de los sesenta. La sirena del Mississipi fue la segunda adaptación de una novela de Cornell Woolrich que dirigía Truffaut, tras la magnifica La novía vestía de negro; que por cierto serviría de inspiración a Tarantino para Kill Bill.
En esta película, Belmondo interpreta a un terrateniente, dueño de una explotación de tabaco, enamorado de una mujer (Catherine Deneuve) con la que ha mantenido una relación epistolar. Suerte de versión exótica, y algo menos desapasionada, de su interpretación en Pierrot el loco que le confirmaba como sex symbol de una generación.
Otro ladrón en 'Borsalino' (1970)
Y como si se cerrase una suerte de círculo, Belmondo se despidió de su década dorada con la interpretación de otro ladrón de poca monta, esta vez uno muy distinto al que había dado vida en Al final de la escapada. Hablamos de François Capella en Borsalino, una película que daba paso a otra etapa, en la que el actor encadenaría taquillazos ya lejos de realizadores como Truffaut o Godard.
En Borsalino, Bebel se las vió y se las deseó con otro rostro dorado del firmamento francés, Alain Delon, con quien tuvo sus encontronazos. Pero le confirmó como un valor seguro en la taquilla gracias a una presencia envidiable –célebre su sexy salida del agua junto a Delon–, y convirtió este filme de Deray en una de las películas de culto de la década.