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Cine Crítica

'Madres verdaderas', un fascinante retrato de los miedos de la adopción en el seno de una familia japonesa moderna

Francesc Miró

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Un día como otro cualquiera, una llamada de teléfono interrumpe a Satoko mientras realiza su trabajo doméstico: en el colegio una niña ha sufrido una aparatosa caída y se ha torcido el tobillo. Aseguran que su hijo, Asato, la ha empujado desde lo alto de un muro. “Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba”, diría Joan Didion

Asato defiende que él no hizo nada y la niña supuestamente agredida sostiene que sí. Satoko quiere creer a su hijo, pero lo que podría pasar por un insignificante drama escolar, de repente abre un agujero negro de dudas en su psique. Resulta ser que Asato es adoptado. A pesar de su educación y de no haber demostrado con anterioridad un carácter violento, Satoko no puede evitar preguntarse si existe algún rasgo oscuro de su personalidad que heredase de su madre biológica. 

Así arranca Madres verdaderas, la última película de la realizadora Naomi Kawase, de estreno este fin de semana, un año después de pasar por el Festival de San Sebastián. Un drama tocado de una sensibilidad bienintencionada, que no elude tratar algunos aspectos espinosos de las políticas afectivas en la familia contemporánea. Una cinta ambiciosa, que llega a las dos horas y media de duración, para recorrer con calma interesantes dilemas en torno a la consanguinidad, la maternidad y los cuidados. 

La duda que lo corrompe todo

Resulta realmente fascinante lo perspicaz que es el cine japonés actual a la hora de diseccionar relaciones familiares regidas por mantras en decadencia. Familias enfrentadas a una nueva forma de construir y comprender el tejido afectivo más allá de la consanguinidad. Se diría, de hecho, que es la filmografía más atenta a este hecho, y la que mejor ha sabido plasmarlo en pantalla en los últimos años. 

Basta mencionar títulos como Mother, de Tatsushi Ohmori, Harmonium de Kôji Fukada o el alcance de Mirai, mi hermana pequeña, de Mamoru Hosoda –nominada a Mejor largometraje de animación en los Oscar–. Si bien la palma de oro en Cannes para Un asunto de familia, de Hirozaku Koreeda, sería el ejemplo más célebre, aunque este realizador lleve años reflexionando sobre el asunto en títulos como Después de la tormenta o De tal padre, tal hijo

La misma Naomi Kawase también ha tratado el tema con anterioridad, ya fuere desde el respeto por la ancianidad en Una pastelería en Tokio o desde la lealtad y la complicidad de los protagonistas de Aguas tranquilas. Aquí la premisa siembra una semilla de inquietud, turbia y tensa, que abona una sensación de desasosiego que impide que se la etiquete como un melodrama al uso. 

De hecho, durante su arranque Madres verdaderas recuerda por momentos a la inoperancia del adulto para con el universo infantil que podemos reconocer en Un Dios salvaje de Polanski o La caza de Vinterberg. Pero lo cierto es que la premisa es la excusa: superada la primera media hora, Kawase despliega una estructura de flashbacks que ahonda en la maternidad y en las dudas que plantea, fuere buscada o socialmente impuesta. 

Ser madre y no cuidar, cuidar y no ser madre

A través de un inteligente desarrollo, Madres verdaderas crece en complejidad temática y formal ahondando en el pasado de una familia aparentemente normal. Kawase centra sus esfuerzos en ofrecer un complejo retrato de personajes a través de los problemas para quedarse embarazada de Satoko, cuya pareja sufría de azoospermia –ausencia de esperma en el semen–. 

Tras años de frustración, al borde del divorcio, la pareja decidió acudir a una particular agencia de adopción llamada Baby Baton. Allí, tras cumplir con unos duros requisitos, adoptaron a su hijo.

Pronto entra en escena Hikari, madre biológica del pequeño Asato. Una joven que se quedó embarazada a los catorce años, consecuencia de una relación adolescente en el instituto. Con el embarazo avanzado y descartado el aborto, sus padres la obligaron a dar al bebé en adopción en Baby Baton. Años después, cuando un asunto de deudas y turbias conexiones con la yakuza la deje sin blanca, Hikari llamará a Satoko para extorsionarla. 

Es entonces cuando Madres verdaderas plantea una colisión de valores y voluntades entre dos formas de entender la maternidad y los cuidados. Un choque –se diría que generacional–, que termina produciendo interesantes reflexiones sobre las decisiones parentales y la tremenda influencia que tienen en la vida de sus hijos. Y la siempre sorpresiva circunstancia de cómo querer lo mejor para alguien puede redundar, en ocasiones, en lo peor para ese alguien. 

Madres verdaderas es un drama familiar sinuoso, reflexivo, que esconde en su aparente belleza y suavidad formal, en su tono “buenista”, una historia de temores e inseguridades. Una obra mayor de una realizadora capaz de dar gato por liebre, y vestir de melodrama bienintencionado una dura reflexión sobre las maternidades contemporáneas.