Unos interpretan a políticos y otros han ejercido como políticos, pero de política no quieren oír ni hablar. Saben que darían un titular jugoso a la prensa y sus películas quedarían relegadas a un segundo plano, y eso es algo que en un festival como San Sebastián se permiten evitar.
Ayer fue Arnold Schwarzenegger, en la presentación de Wonders of the Sea, al rechazar cortésmente pronunciarse sobre la ultraderecha en Alemania. Hoy le ha tocado el turno a Darín, aunque en petit comité algo ha caído.
“Me gustaría que no dejen de lado la opinión de la gente, del ciudadano, y que tengan oportunidad de expresarse y decir lo que sienten por el bien común, que es un bien del que no se habla tanto”, ha dicho el argentino ante un grupo reducido de medios sobre el referéndum catalán. El actor presentaba ayer La cordillera, un thriller sobre la conchabanza de los estados a cambio de varios miles de millones, y hoy recogía el Premio Donostia por su trayectoria en un cine “sobre cuestiones sociales e interés público”, como él mismo define.
Darín ha sido el gran esperado en una jornada poco salpimentada en la capital donostiarra, tanto en la alfombra roja como en las salas de cine. La primera en ofrecer un entretenimiento neutro ha sido Borg/McEnroe, una de las Perlas sobre el partido de tenis más mítico del siglo. Shia Labeouf y Sverrir Gudnason cumplen con su reflejo del par de titanes, pero el guion obvia la psicología de sus personajes más allá de un superficial pavor al fracaso, y eso no ha convencido al público.
En la misma línea han caminado Wonderstruck y Marrowbone, dos cintas que han dividido a los espectadores pero en ningún caso han superado el notable bajo. Cada una en su estilo, una como fábula infantil y otra como terror psicológico, han dejado una sensación agridulce en el patio de butacas. A continuación (y de nuevo sin spoilers), desgranamos los aciertos y errores de dos apuestas concebidas para encabezar los grandes taquillazos del año que viene.
Wonderstruck: una valiente caída al vacío
Wonderstruck:
Todd Haynes es un maestro de la estética añeja. Ya sea con esas navidades pasadas por el filtro Valencia de Carol, el colorido del Queens de los años setenta o con un homenaje al pulso nervioso del cine en blanco y negro, el director mima como pocos su montaje final.
En Wonderstruck ha elegido los dos últimos escenarios para diseñar una fábula de niños que es además una lección de cine mudo, de ciencia y de lengua de signos. Sobre el papel suena sugerente, pero en la práctica su falta de cohesión demuestra que quizá Haynes debería haber rodado dos películas distintas.
La primera trama nos sitúa en 1973 con Ben, un niño de doce años que acaba de perder a su madre y que se queda sordo por un accidente algo gratuito con un rayo. El chico es un coleccionista nato y llena su cuarto de cachibaches sin ningún tipo de jerarquía ni predilección aparente. Al otro lado, cinco décadas antes, aparece Rose, una niña sorda de nacimiento que está obsesionada con una actriz de cine mudo representada por Julianne Moore. Ambos chavales, cada uno en su época, huyen a Nueva York y se refugian en el Museo de Historia Natural de la Gran Manzana, en el que descubriremos que tienen muchas más cosas en común que su dificultad auditiva.
Haynes apela a la nostalgia y adapta otra aventura con héroes menudos del autor de La invención de Hugo. El problema es que lo hace con menos tino que Scorsese. Al usar dos estéticas antagónicas como el retro de los setenta y el blanco y negro con orquesta de fondo de los años veinte, las historias de los niños no se empastan en ningún momento. Ni siquiera en el forzado final, donde el buenismo contagia cada escena con familiares sordos reencontrados, amistades interraciales abruptas y un flashback rodado en animación stop motion que termina de rematar la faena.
Sin embargo, muchos han encontrado en Wonderstruck su oasis de dulzura entre la violencia física y psicológica que suele reinar en las demás proyecciones. Debemos concederle su buen trato a las personas sordas, haciendo de ellos los protagonistas sin tener que recurrir a un género aparte. Es una normalización valiente y necesaria en el mainstream. El sordo debería ser un personaje más en el plantel, no una rara avis en películas con subtítulos o tramas transgresoras como La Tribu. Esto tampoco le salva los muebles a Haynes, pero nos deja tomar un respiro y confiar en que el cine infantil es tan digno de competición como el más cruento de los dramas.
Marrowbone: ¿un terror que da risa?
Marrowbone
Se escucharon carcajadas durante el pase de la nueva película apadrinada por Mediaset en San Sebastián que, por cierto, es un thriller de terror psicológico. El guionista de piezas míticas de nuestro cine como Lo imposible y El orfanato, Sergio G. Sánchez, se atreve por primera vez detrás de las cámaras con Marrowbone. Al igual que su colega J.A Bayona, que produce la cinta, el director se ha decantado por un plantel internacional en su primera aventura, pero lo ha hecho sin grandes estrellas de rock millennial.
No es el único elemento común con el cineasta barcelonés, puesto que Sánchez sitúa también su ópera prima en la intimidad terrorífica de una casa. Los Marrowbone son una familia formada por una madre y cuatro hijos que huyen a Estados Unidos desde Inglaterra con la intención de empezar de cero para que “nada, nadie, nunca les separe”. Pero su pasado arrastra con ellos una sombra de maldición que se manifiesta a través de los espejos y con una presencia extraña en la buhardilla de la vivienda.
La cinta cumple su misión tirando de clichés del género como los grandes sobresaltos de orquesta, el niño pequeño que se aventura más de lo que debe o una subtrama de violaciones y violencia doméstica nada original. Pero asusta. Y también sorprende con un final inesperado, quizá un poco sobreactuado por el actor Joe MacKay, pero que está muy lejos de ser hilarante. Es una gozada ver a un reparto formado por caras conocidas del indie inglés en los parajes asturianos, incluida la protagonista de La Bruja, Anya Taylor Joy, y Charlie Heaton, unas auténticas estrellas en formación.
En definitiva, Marrowbone posiblemente se tenga que conformar con el apartado técnico en este festival y sufra la humillación de algunos críticos risueños, pero está destinada desde su borrador a ser uno de los taquillazos de la temporada nacional. Y eso no hay carcajada que se lo arrebate.