La cuarta jornada de la 65 edición del festival de San Sebastián ha tenido nombre propio. Arnold Schwarzenegger era la cara más esperada en una alfombra roja pasada por agua y en las salas de prensa. El actor llegaba de la mano de una producción muy alejada de los alardes de músculo y testosterona a los que nos tiene acostumbrados: el documental Wonders of the Sea, al que ha cedido sus cuerdas vocales y varios fajos de billetes.
La prioridad mediática del austriaco es el cambio climático, y solo está dispuesto a regalar titulares si sirven para que “no os limpiéis las manos en esta cruzada que es la protección del medio ambiente”. Al republicano se le ha escapado algún dardo hacia la nefasta política medioambiental de Trump, aunque lo ha intentado disfrazar con la falsa equidistancia de que “el planeta no entiende de ideologías”.
Más directo ha sido el mensaje de la multipremiada en Cannes, 120 beats per minute. Como decía Francesc Miró el año pasado, no se puede dar por inaugurado el festival sin que haya un título al día que divida al público. En esta edición, la cinta de Robin Campillo ha cumplido aquella labor por las desorbitadas expectativas que arrastraba desde hacía meses. En lo que no hubo discusión fue en su efectividad al narrar la devastación del sida en los años noventa, aunque con sobrado afán aleccionador y poca capacidad de síntesis.
Las otras dos citas obligatorias fueron el regreso de Joaquin Phoenix en You Were Never Really Here y la película que presenta el ganador del Premio Donostia de este año, Ricardo Darín. Analizamos a modo de aperitivo -más disfrutable por estar libre de spoilers- las tres obras internacionales que han protagonizado una nueva y lluviosa semana en Euskadi.
You Were Never Really Here: tócala otra vez, Lynne
You Were Never Really Here
Volver a disfrutar de Joaquin Phoenix en la gran pantalla es un acontecimiento en sí mismo, y por eso la directora Lynne Ramsay se merecía encabezar lo más esperado del festival. El puertorriqueño tiene la habilidad de hacer suyos los papeles a un nivel que sobrepasa el manido título de camaleónico. Sus últimos títulos exploraban una vis romántica y bobalicona que jamás le habrían hecho parecer la opción idónea de cásting. Y sin embargo lo era. Pero parece que los papeles de alma atormentada están escritos con la sangre de sus propias venas, como este que nos ocupa.
Joe es un veterano de guerra reencarnado en sicario bonachón que rescata a niñas muy pequeñas de la trata de blancas. Vive con su madre anciana, adora jugar al azar sobre su piel con el filo de una navaja y, en momentos de crisis, mete la cabeza en una de esas bolsas transparentes de la tintorería y cuenta hacia atrás muy despacio. Siempre hasta cincuenta, justo antes de quedarse sin una sola molécula de oxígeno dentro del plástico.
La corrupción política es una bacteria que se extiende como la carcoma por las partes podridas de la sociedad, incluidos los negocios de la pedofilia. Joe tendrá que lidiar con ambos en una misión que pondrá a prueba sus recuerdos traumáticos y el repentino instinto protector que le despertará una de las crías.
Lynne Ramsay toma la cámara y experimenta a placer durante la totalidad de You Were Never Really Here. A veces lo hace para hacer más soportable la brutalidad al espectador, ahorrando el crujido de los cráneos o los rostros desfigurados a través de unas silenciosas cámaras de seguridad. Otras, quiere provocar los suspiros ahogados que se escucharon en la sala al acercar el objetivo a un ojo reventado por una bala o a unas articulaciones como alambres retorcidos. La acción rodada por Ramsay es una experiencia sensorial y llena de riesgos visuales, en ocasiones sensible y siempre original.
Otro cantar es el pulso narrativo, donde la directora de Tenemos que hablar de Kevin se pierde entre el surrealismo de algunas escenas y unos flashbacks confusos que no dan contexto al relato principal. La historia, llena de episodios pederastas, de malos tratos y corruptelas de poder, quiere abarcar tanta crueldad contemporánea que se queda en un relato lunático de lo peor de nuestra especie. Es un Winding Refn con conciencia social, y el resultado puede ser tan calamitoso como suena.
Schwarzenegger saca a flote a Cousteau
Dice Arnold Schwarzenegger que heredó la conciencia ecologista de su infancia en Austria, donde el diseño de las ciudades pone al ser humano y a la naturaleza al mismo nivel, no uno pisoteando a la otra. Por eso, hace unos meses, no tembló al criticar a un colega republicano su falta de criterio medioambiental. “Trump no puede ir atrás en el tiempo. Solo yo puedo hacerlo”, dijo el actor en un vídeo casero cuando el presidente de Estados Unidos dio carpetazo al Acuerdo de París. En San Sebastián también ha dedicado unas palabras al magnate, pero menos incendiarias para no anular el verdadero motivo de su paso por el festival.
“Si los republicanos, Trump y su equipo de la Casa Blanca fueran inteligentes, copiarían lo que hicimos con el medio ambiente en California y lo repetirían en todo EEUU”, respondió el actor ante la multitud de periodistas. Acto seguido, se refirió al documental Wonders of the Sea como “una fiesta visual maravillosa que debería ver todo el mundo”. Dirigida por el hijo de Jacques Cousteau, esta película hace un viaje por ese desconocido mundo que baña el 71% de nuestro planeta.
“Yo siempre digo que proteges lo que amas. Así que, si se enamoran de lo que ven en la pantalla, les será más fácil querer protegerlo en el futuro”, ha dicho el actor de Terminator en referencia a la cinta que produce y narra. En un intento de que su ataque a la Casa Blanca no sonase a puñetazo de acero, Schwarzenegger ha optado por un discurso político dibujado a medias.
“La pregunta que hay que hacerse todos los días es: ¿que haces tú para que el planeta sea más limpio? No vale decir que el Gobierno no se mueve o que Trump ha dicho tal cosa. Esa es una forma de limpiarse las manos”, ha añadido. Porque, según el actor, el medioambiente no tiene tanto de ideología política como de responsabilidad a título personal. “No hay un aire y agua demócrata o republicana”, apuntaba.
Sobre las elecciones de Alemania, donde el 12% de los votantes ha votado a la ultraderecha, el exgobernador de Sacramento ha preferido mantenerse al margen. “No voy a hablar sobre la política de otros países porque, diga lo que diga, mañana va a ser un titular. Prefiero que hoy el titular tenga que ver con la promoción de Maravillas del mar”, ha dicho burlesco. Y así, el que acapara todas las fotografías y preguntas, ha orbitado para no eclipsar a los que de verdad se mojaron -literalmente- por un proyecto comprometido y difícil de apadrinar.
La cordillera: lenta y oscura como la misma política
La cordillera
El joven Santiago Mitre ha vuelto después de su fantástica La Patota con algo tan ambicioso como una cumbre entre todos los presidentes latinoamericanos. La impoluta cordillera de los Andes fue el escenario elegido para dar paso a un desfile de fantásticos del cine argentino, encabezados por Ricardo Darín y su siempre favorita Dolores Fonzi.
Darín da vida al presidente de la República Argentina Hernán Blanco, un político de la calle, poco conflictivo y algo invisible entre los egos de sus compañeros de México y Brasil. En esas montañas van a forjar una alianza geopolítica definitiva para estrechar lazos entre los países “hermanos” y cortarlos con el “vecino” EEUU. Lo que empieza como un thriller político fantástico, lleno de matices y en las bambalinas de las altas esferas de poder, termina convertido en un fracaso psicológico encabezado por la hija del presidente.
Aunque tanto Fonzi, siempre comedida y muy resuelta en los planos cortos, como Darín salvan los muebles, la trama se resuelve abrupta y sin elegancia. A Mitre le perdonan los tres primeros cuartos de la película, pero no pasan desapercibidas sus prisas por cerrar un misterio familiar que deja volar la imaginación al espectador. Si se hubiese centrado en los álter ego de cada presidente (incluyendo a las mujeres de la mesa que no reciben ni un minuto de guion), en el emperador de Brasil, el viperino de México o el fantástico gabinete del argentino, La cordillera habría sido la cinta política del año.