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'Algo pasa con Mary': 20 años de un hito del humor faltón y la grima romántica

A mediados de la década de los noventa, dos hermanos de Rhode Island arrancaban las carcajadas de millones de espectadores a través de comedias de amor, música, coches y humor grosero. Bobby y Peter Farrelly, cuya receta cómica buscaba más la risotada que la sonrisa, no eran precisamente sutiles. Empleaban el feísmo, la escatología y el humor ofensivo sin renunciar a unas tramas románticas más o menos al uso, más o menos centrales en sus obras.

Los dos realizadores habían debutado en el campo del largometraje con Dos tontos muy tontos, uno de los primeros papeles como protagonista de Jim Carrey. Mediante Vaya par de idiotas afianzaron su propuesta con otra película de colegas con pícaros, personajes idiotizados y otras figuras en los márgenes de las autovías del sueño americano.

Pero su tercer largometraje ha sido, de momento, su mayor éxito. Algo pasa con Mary fue un taquillazo con salpicones de semen, electrochoques a perros narcotizados y gags a costa de personas discapacitadas.

El clima podía considerarse algo adverso: ya eran tiempos de debate sobre la corrección política. A la vez, la etiqueta se usaba como una arma arrojadiza de la derecha estadounidense contra presuntas afrentas a la libertad de expresión. Las películas de los Farrelly despertaron críticas conservadoras por sus bromas sexuales, pero a la vez podían ofrecer un placer reaccionario en ciertos sectores del público: sentir que podías volver a reírte de todo, incluidos colectivos sociales históricamente discriminados.

Algo pasa con Mary trata sobre Ted, un hombre en crisis. Pensando en cómo renovar sus ilusiones, empieza a anhelar un reencuentro con su sujeto de deseo adolescente, Mary, con quien nunca mantuvo una cita romántica a causa de un aparatoso accidente genital que les separó (y que despertó el interés del vecindario).

A instancias de un amigo, contrata un detective privado para que localice su paradero y la investigue. Las cosas comenzarán a complicarse cuando aparezcan cada vez más y más hombres que dicen amar a Mary... mientras la espían, mienten y manipulan.

El amor y la grima

El tercer largometraje de los Farrelly supuso una especie de cuadratura del círculo. Por una parte, podía verse como una sátira de la comedia romántica más inquietante y sus tramas de fingimientos, manipulaciones y acosos de intensidad variable (Mientras dormías, Tienes un e-mail, La novia de mi mejor amigo, Un mar de líos...). A la vez, acababa siendo una afirmación de los pilares del género: el romance y la familia son el eje de nuestras vidas. La broma de mal gusto incluía el correspondiente final feliz.

La mezcla era de riesgo. Las prácticas de acecho y acoso sexual sobrevolaban todo el filme. Pueden discutirse las intenciones de los realizadores o su uso del humor, pero estos retrataron bajo un prisma cáustico y negativo todo un carrusel de comportamientos tóxicos. Véase, por ejemplo, como un personaje empuja a un excompañero a recaer en sus antiguas adicciones. Todo por la causa del macho cuya virilidad estaría amenazada si bebiese agua durante una celebración.

Ted encarna al romántico bienintencionado que acepta consejos bastante siniestros de un amigo. Aprende de ese error y lo transmite a través de un discurso final de respeto y renuncia, distanciándose de la seducción entendida como una práctica insistente de acecho y mentira hasta el doblegamiento final. También reflexiona sobre una visión de las mujeres como pantallas en blanco en las que proyectar ilusiones.

En la contemporánea Beautiful girls, una agridulce película de Jonathan Demme, un personaje afirmaba que una modelo es “una promesa de un mañana mejor” y “esperanza embotellada”. Los Farrelly ofrecen una visión grotesca del traslado de esta lógica al ámbito de las relaciones personales.

Con todo, el filme no deja de resultar androcéntrico. Los responsables parecen empatizar más con el hombre equivocado que con la víctima de sus errores. Ella se antoja una versión sobrehumana, sin mácula, del arquetipo de la vecina de al lado: juvenil, bondadosa, entregada a su familia, cuidadora, de deseos algo volubles, un poco coqueta, que acepta las insinuaciones sexuales pero lo hace con una pasividad que no fricciona con el pilotaje masculino.

Aunque Algo pasa con Mary incluyesen pinceladas de crítica, los lunáticos y manipuladores que acechan a su protagonista femenina resulta tan extremos que el público puede sentir la misma superioridad moral que siente Ted: quizá estaba equivocado, pero no tanto como ellos.

Las cocteleras cómicas de los ahora algo olvidados Farrelly, soeces y a ratos moralistas, no dejan de enviar señales contradictorias aunque puedan ser conservadoras en su lógica más profunda. Amor ciego sería un nuevo ejemplo de ello: la obesidad se convierte en una fuente de gags ridiculizadores mientras sus guionistas parecen llamar a superar las opresiones de los estándares de belleza.

El hecho de que un gurú de la autoayuda sea el estandarte de este discurso añade nuevas capas de significado. Y que el protagonista desee estar hipnotizado para volver a disfrutar con su pareja abre la puerta a una ironía incómoda (la importancia otorgada al físico puede ser asfixiante, pero quizá no podamos superar ese marco mental) que los autores esquivaron mediante otro final tranquilizador.