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Carlos Vermut se lleva la Concha de oro y la de plata al mejor director

Pocas veces una película arrasa en el Zinamaldia de la manera que lo ha hecho Magical Girl en esta edición. El mérito es doble, porque la Sección Oficial ha estado plagada de grandes títulos. Pero el jurado presidido por el productor español Fernando Bovaira ha decidido otorgar la Concha de Oro a mejor película y la de Plata a mejor director a la cinta de Carlos Vermut, una inquietante fábula contada a través de enigmáticos personajes.

“Hacemos cine por amor y yo le quiero dedicar este premio a la persona que más amo”. Mucho amor en la dedicatoria a su pareja del realizador madrileño, pero es también de la misma materia y de sus excesos de lo que vive la película que le coloca como una de las referencias de nuestro país. El otro gran vencedor de este festival es el cine español, ese que Raúl Arévalo recordaba que está tan defenestrado por los actuales mandamases.

La isla mínima, de Alberto Rodríguez, fue reconocida con los galardones a mejor actor para Javier Gutiérrez y a mejor fotografía para Alex Catalán. El intérprete partía como gran favorito en todas las quinielas por su papel de incisivo policía de matices fascistas. La recreación de las atmósferas del bajo Guadalquivir en plena España postfranquista tampoco admite discusión. La minuciosa investigación elaborada por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos solo pudo ser empañada por un escritor de la talla de Dennis Lehane, autor de novelas en las que se basan películas tan brillantes como Adiós pequeña adiós y Shutter Island, y otras sobresalientes sin adaptación, como Cualquier otro día. La recompensa al primer guion para un largometraje del estadounidense otorga glamour internacional al palmarés. Con La entrega, Lehane ha conseguido camuflar un complejo retrato social bajo una violenta historia en la que Tom Hardy interpreta al samurái que un día inventó Jean Pierre-Melville.

Si cualquier distinción para el apocalipsis futurista de Gabe Ibañez en Autómata hubiera sido excesiva a todas luces, no se puede decir lo mismo de Loreak, el primer filme en euskera que competía en la Sección Oficial. Las vidas cruzadas de tres mujeres a través de un ramo de flores sin remitente están rodadas con una sutil delicadeza. Nagore Aranburu, Ane Gabarai e Itziar Aizpuru aportan veracidad y ternura al relato de Jon Garaño y José María Goenaga.

Pero la Concha de Plata a la mejor actriz no fue para ninguna de ellas sino para Paprika Steen por su soberbio papel en Silent Heart, un terrible y desgarrador tratado sobre la eutanasia cuyo único hándicap es el escaso margen temporal que la separa de Amour, de Michael Haneke. Otra de las principales candidatas en esta categoría era Nina Hoss, magnífica como víctima olvidada del nazismo en Phoenix. La de Christian Petzold es otra de esas maravillosas películas que hace más encomiables los justos logros de Magical Girl.

La extravagancia del jurado también es manifiesta incluso en una edición tan notable del Zinemaldia como la que acaba de terminar. Poner un premio extraordinario para el cine indie de Cedric Kahn es un elogio exagerado. El rapto de unos hijos por un padre obsesionado con obsequiar a sus descendientes con una existencia libre de la reclusión urbana fue uno de los acontecimientos que más ha estremecido a la sociedad francesa en los últimos años. Pero esa Vie Sauvage que evoca su director es maniquea y adolece de credibilidad. Es el único inconveniente de un festival que José Luis Rebordinos sigue mejorando año tras año y que en su 62 edición ha consagrado a un taumaturgo de detalles mínimos y turbadores corolarios.