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Fallece Joan Fontaine, la cándida musa de Hitchcock

Un fin de semana negro para el cine. En plena recuperación de la muerte del actor Peter O'Toole, el panorama cinematográfico pierde a otro de sus últimos eslabones con el Hollywood de oro. Joan Fontaine ha fallecido por causas naturales a los 96 años, según ha confirmado su asistente a The Hollywood Reporter. La actriz nos dejaba la mañana del domingo en su casa de Carmel, California. Los papeles de dama ingenua y esposa desconfiada, ofrecidos por el cineasta Alfred Hitchcock, la lanzaron al estrellato y a la alfombra roja de la Academia de Hollywood. Gracias a Rebecca (1940) y Suspicion -por la que ganó el Oscar en 1941- se empezaría a tener en cuenta a la hermana pequeña de la Melania de Lo que el viento se llevó.

Fontaine (Tokio, 1917) estrenó su carrera en Estados Unidos en 1935 bajo el seudónimo de Joan Burfield con No más mujeres, en la que compartía escena con actores de la talla de Joan Crawford. Aunque pronto adoptaría su apellido materno para diferenciarse de su hermana Olivia de Havilland. Con él llegaron fracasos punzantes como Señorita en desgracia (1937), con un Fred Astaire sin Ginger, y papeles bastante notables como la epónima heroína de Charlotte Brontë, Jane Eyre (1944). Entre sus más de treinta films destacan los trabajos frente a la cámara de míticos directores como Billy Wilder en El vals del emperador (1948) y títulos épicos como Ivanhoe (1952).

La adaptación de la novela de Stefan Zweig, Carta a una desconocida (1948), le puso en las manos la impecable Lisa, una obsesiva mujer enamorada del pianista de sus sueños. La película de Max Ophüls precedió a una década de los 50 bastante decadente para Joan Fontaine. En los años sesenta, los escenarios de teatro acogieron a esta dama con una filmografía marcada por los altibajos. Boradway adoptaría a Fontaine y le concedería una cómoda posición en célebres obras como Private lives y Cactus Flower.

La última cinta que protagonizó en la gran pantalla, antes de afianzar su carrera en televisión, fue Las Brujas en 1966.

Hitchcock, el protector

Su pálida y dulce tez y su mirada asustada conquistaron al maestro del suspense, que la seleccionó entre cien aspirantes que acudieron al casting RebeccaRebecca. El oscuro best-seller de Daphne du Maurier contaba con Laurence Olivier como el severo Maxim de Winter, con Fontaine como la recelosa y cándida segunda esposa y con Judith Anderson en el papel de la maligna ama de llaves.

Después de Rebeca, su estrella se materializó en el conocido paseo de la fama de Hollywood. Sin embargo, la sensación de desamparo que vivía su personaje traspasó los límites del celuloide e hizo del rodaje una experiencia bastante desagradable. La joven artista recibía desprecios constantes por parte del reparto británico y en especial en del propio Olivier, quien mostraba continuamente su preferencia por Vivien Leigh, con la que se había casado aquel verano, para el papel.

Una año más tarde, Fontaine repetía con Hitchcock en Sospecha. Sería en aquella edición de los Oscar de 1941, donde finalmente se reconocerían las dotes interpretativas de la actriz. Este momento constituyó uno de los espisodios más tensos con su hermana, a quien arrebató la estatuilla por Si no amaneciera. Sus otras dos nominaciones de la Academia no consumadas le llegaron de la mano de Rebecca y de La ninfa constante (1943). La década de los 40 fue la etapa más dulce de la artista de los ojos ingenuos.

No fue un lecho de rosas

“No recuerdo un acto de bondad por parte de Olivia en toda mi vida” le confesó Joan a un reportero mientras escribía sus memorias bajo un título muy sugestivo: No fue un lecho de rosas. Estas seis palabras esconden unas vivencias difíciles en el plano sentimental y familiar, detrás del efímero éxito.

Por encima de los cuatro matrimonios fracasados y los dos intentos de embarazo fallidos, la historia que tuvo más impacto mediático fue la relación con su hermana, Olivia de Havilland. Ambas protagonizaron portadas y preguntas de los periodistas de la época desde el inicio de sus carreras, haciendo que su peculiar competición infectase todos los ámbitos de sus vidas. “Yo me casé antes que Olivia y también gané un Oscar antes que ella”, comentaba Joan en una entrevista.

En el libro también refleja sus pasiones más escondidas y mundanas, como la cocina, y revela su amor incodicional por los aeroplanos y su faceta de piloto.