“Si cuento lo que he hecho durante la guerra, pensarás que soy una bestia, un demonio. Y lo soy. Pero antes de todo esto yo tenía un padre, una madre, un hermano y una hermana que me querían”. Agu, el protagonista de Beasts of No Nation, nos guía con su voz en off a través de su trágica epopeya, la que le lleva a empuñar un arma durante la guerra de su país, un lugar que el director Cary Fukunaga no menciona porque podría ser cualquiera.
La iniciativa menoressoldado.org calcula que más de 250.000 niños y niñas menores participan de forma activa en conflictos armados en más de una veintena de países africanos.
La película, basada en la novela de Uzodinma Iweala, necesitaba un protagonista muy carismático. El actor que interpreta a Agu se llama Abraham Attah y es un niño con el que Fukunaga se encontró en Ghana. El director de casting se quedó prendado de él mientras le vio jugar al fútbol. Aunque Attah no es profesional, su interpretación de Agu es sencillamente escalofriante. El arco que dibuja de niño alegre y gamberro a soldado impertérrito y sin alma es verosímil e incómodo. Difundir el horror es mucho más eficiente si se hace bajo la mirada del individuo, y por eso el director de True Detective deja que la narración se vaya tejiendo bajo la mirada de Agu, sus confesiones y pensamientos en off provocan la reflexión (a veces obvia) y también ayudan a que el filme avance con agilidad.
Primero, Agu describe su infancia: su padre es profesor, su madre cría a su hermana pequeña y su hermano mayor solo se preocupa por coquetear con las chicas. Es imposible no acordarse del Buscapé de Ciudad de Dios correteando por las peligrosas favelas mientras se observa a Agu tratando de vender aparatos inservibles a los soldados que marcan los límites del poblado.
La guerra le saca de la escuela, le separa de su madre y le arranca con violencia del lado de su hermano y su padre. Y así acaba en manos de un comandante, un salvaje y carismático jefe militar que se aprovecha de los niños, que apenas entienden lo que ocurre a su alrededor, para crear despiadados soldados que le ayuden a conseguir méritos militares con pequeñas guerras de guerrillas en los caminos y poblados que nutren la selva.
El comandante lo interpreta un Idris Elba aterrador y exultante. El actor que hace tiempo fue Stringer Bell en The Wire es una bestia, devora cada plano en el que aparece y acaba construyendo uno de los personajes más oscuros del belicismo cinematográfico. Evidentemente no es tan memorable como el Kurtz de Marlon Brando en Apocalypse Now, porque ambas películas (aunque hablen del horror) están a años luz, pero si Elba no se lleva al menos una nominación a los Oscar, será una verdadera injusticia.
Un director en estado de gracia
Newton I. Aduaka es el director de una de las películas más impactantes sobre niños soldado, Ezra, el nombre de un joven que tras combatir en Sierra Leona tiene que lidiar con las terribles secuelas que padece, una de ellas la amnesia de episodios recientes. En un tribunal promovido por la ONU la hermana de Ezra le acusará de haber asesinado a sus padres. Al rodar esta terrible historia, Aduaka se vio superado por lo poco conscientes que eran los niños que habían sido explotados por los mercenarios o los políticos, todos creían que luchaban por la libertad de su país.
Estos niños participan directamente en el combate, asesinan a otros soldados o matan a sangre fría a mujeres y niños, colocan minas antipersona, trabajan con explosivos, sirven como espías o son esclavos sexuales. Y Fukunaga convierte esta atrocidad en una poderosa obra cinematográfica donde esquiva el morbo y el efectismo barato para mostrar la deshumanización de la pura inocencia. En Beasts of No Nation Fukunaga juega en el mismo territorio de la huida hacia delante que su ópera prima, Sin nombre, y también se deja seducir por esa interesante idea que ya plasmaba a través de la increíble atmósfera en True Detective: El mal que no viene de ningún lado, que simplemente está, que convive con nosotros.
Fukunaga consigue el tono porque la cámara nunca levanta la vista de su protagonista, Agu, y a pesar de todo evita la violencia gratuita mientras muestra las heridas de la guerra, la drogadicción, los abusos sexuales y unos terribles ritos de iniciación con fabulosas elipsis o fueras de campo. Es el arte de remover la conciencia (y el estómago) sin caer en lo grotesco.
El primer taquillazo de Netflix
Beasts of No Nation es todo lo cruda que puede ser y su estilo es imponente, y esto es así sencillamente porque Fukunaga ha hecho lo que ha querido, porque no hay un gran estudio detrás y porque cuando Netflix compró la cinta para su distribución por 12 millones (la película costó 5,4) la salvó de un fracaso estrepitoso en taquilla. Apenas la ha visto gente en cine, sólo ha recaudado 46.000 euros, sin embargo, en la plataforma de vídeo ha alcanzado las cifras de un auténtico taquillazo, 3 millones de visionados en sólo su primera semana en Estados Unidos. Según Ted Sarandos, director de contenidos en Netflix, Beast of No Nation fue rentable para sus productores incluso antes de su estreno.