Los diamantes son los mejores amigos de una mujer, sobre todo si puedes trocearlos, repartirlos entre tus amigas y comprar esa Harley que llevas tanto tiempo deseando. Durante años parecía que los hombres eran los únicos capaces de quebrantar el séptimo, octavo y décimo mandamiento del señor, pero resulta que ellas también roban, dicen falsos testimonios y codician los bienes ajenos. Y, para sorpresa de algunos, lo hacen excepcionalmente bien.
Había muchas cosas que podían salir mal en Ocean's 8, la secuela femenina de una de las sagas de ladrones más carismáticas del nuevo milenio. Meterse con los clásicos conlleva una dosis extra de peligro, y si no que se lo digan a Las Cazafantasmas y la brutal lapidación que sufrieron sus intérpretes hace un par de veranos. Pero todo parece indicar que los seguidores de Steven Soderberg y sus once fantásticos no van a reaccionar con la misma violencia hacia la cuadrilla de Sandra Bullock.
En la nueva película dirigida por Gary Ross, Bullock interpreta a la convicta Deborah Ocean, la hermana pequeña del ladrón primigenio Danny Ocean, que planea robar un collar de diamantes de la fiesta más excéntrica y distinguida del planeta: la gala Met de Nueva York. Aunque toma los moldes de Ocean's 11 para ofrecer un producto calcado a nivel formal (pero con el doble de cromosomas X), el guion se desmarca de aquel cúmulo de testosterona abrazando y riéndose de “lo femenino”.
El concepto de cine feminista que tienen algunos productores de Hollywood pasa por plantear una acción llevada a cabo por mujeres pero obviando toda visión de género. Esa fue la principal crítica a Wonder Woman. Poner a una superheroína impoluta en el campo de batalla a repartir mandobles sin que tropiece con un tacón o se le mueva un pelo de su sitio no parece la solución. Aún menos si el hombre sigue siendo el que conduce el arco narrativo. Pero Ocean's 8 les ha dado el poder a todos los niveles.
Hubiera sido un error garrafal situar el atraco en un banco o un casino, y limitarse a copiar la idea de las películas predecesoras. En cambio, ellas dan el golpe en un evento que derrocha glamour y donde todos los focos se posan en las mujeres, sus vestidos, sus peinados, sus marcas y sus errores de vestuario. Chismes que al día siguiente serán pasto de las revistas de moda dirigidas al público “femenino”.
Las chicas de Debbie Ocean no solo dinamitan el sistema desde dentro, sino que por el camino se mofan de cada una de sus capas. Un recurso inteligente para contentar a las espectadoras, hartas de ver a sus heroínas travestidas de hombres duros sobre la gran pantalla. Ni el humor, ni la estética ni los perfiles de los caracteres se basaban hasta ahora en mujeres, sino en machotes vestidos con sujetador y tacones.
El ejemplo perfecto de esto toma forma en el personaje de Anne Hathaway: Daphne Kluger, la actriz del momento a la que que se rifan los diseñadores y cuyas banales preocupaciones no van más allá de contar calorías y posar con el lado bueno para los paparazzis. O eso parece al principio. Ella será el objeto del asalto de Ocean, ya que lucirá sobre su estilizado cuello un Cartier valorado en 150 millones de dólares y que en su día llevó Elizabeth Taylor. Pero, ¿y si no es tan superflua como la pintan?
Ocean's 8 produce el mismo impacto que el rol de Hathaway, pero a mayor escala. Quizá sea eso lo que ha mitigado las airadas respuestas hacia ella en comparación con Las Cazafantasmas. La película de Ross plantea un escenario tan alejado de los de la saga de Soderbergh que disimula el flagrante saqueo de ideas. Cuando, para ser sinceros, la innovación aquí brilla por su ausencia. Eso sí, allá donde innova, lo hace con astucia.
Tampoco es comparable aquel fenómeno cultural de los ochenta con esta trilogía de robos, por muchas alabanzas que recibiese -la primera-. Las Cazafantasmas pusieron la primera piedra sin saber que dos años más tarde la industria de Hollywood daría un doble tirabuzón mortal en materia de feminismo. Ahora, coger una idea copada por hombres y relanzarla con rostros femeninos es un efecto del me too; antes lo era de la sequía inaguantable de ideas.
Pero además, las actrices de Las Cazafantasmas tuvieron que enfrentarse a un acoso sin precedentes, que las de Ocean's 8 no sufrirán, porque arriesgaron con un cásting alejado de la normativa estética de Hollywood. Melissa McCarthy, Leslie Jones y Kate McKinnon nunca han sido las chicas de portada de la industria ni lo han pretendido, pero eso les reportó todo tipo de insultos centrados en su físico que nada tenían que ver con su calidad interpretativa. Gary Ross no ha sido tan valiente.
Las ladronas de Ocean cumplen con la lógica exigencia de ser un grupo racializado, pero no ofrecen ningún tipo de profundidad. Está la hacker caribeña interpretada y desaprovechada por Rihanna, la experta en joyas india, el ama de casa que trafica con pedidos al por mayor a espaldas de su marido, la trilera asiática, la diseñadora de moda pasada de moda, Cate Blanchett interpretando a Brad Pitt y Sandra Bullock haciendo lo propio con Clooney.
Todas juntas aportan suficiente rapidez a la trama como para satisfacer la promesa básica de la cinta: un entretenimiento blando. Sin embargo, se nota que la intención nunca ha sido hacerle sombra a Ocean's 11 y por eso la consumación del robo es sumamente sencilla.
Ocean's 8 quería otra cosa: demostrar que las ladronas de guante blanco son igual de válidas para un blockbuster que cualquier grupo de hombres. Precisamente por eso, ¿no se merecían un atraco meticuloso que compitiese en la liga de Soderbergh? Quizá deberían planteárselo para la segunda.