En una sociedad completamente sana la realidad no debería ser tan violenta como la ficción. Pero, como vivimos en una sociedad enferma, de vez en cuando nacen monstruos como Pablo Escobar. Es el narcotraficante más despiadado de la historia - un hombre al que se le atribuyen decenas de atentados y miles de asesinatos a sangre fría, aunque nadie ha sido capaz de calcular el numero de muertes que dejó a su paso. Pero resulta que Don Pablo también era un showman, que tenía fotogenia y que, gracias al esmero que le ponía a su puesta en escena, se ha convirtió en un icono (cinematográfico) del mal.
“Cuando lees su historia parece ficción. Pablo Escobar es como un villano de los cómics de Batman”, Benicio Del Toro habla lento, de la misma forma en la que se mueve mientras interpreta a El Patrón en el debut del actor italiano Andrea Di Stefano, Escobar: Paraíso perdido. “Cuando Escobar entró en política otros compañeros comenzaron a acusarle de traficar, él, que había pasado dinero a muchos de ellos, los trató como gánsters y les declaró la guerra. Arrodilló a un Gobierno entero”. La historia de Escobar alucinó a Del Toro que no dudó en ponerse en su piel con un trabajo de reclinatorio, a lo Marlon Brando.
El filme ni siquiera lo protagoniza el capo, el personaje principal es un surfista canadiense, un turista en tierra extraña que se mete en problemas cuando se enamora de la sobrina de Escobar. Y poco a poco, mediante el ritmo endiablado al que Di Stefano somete a la película, el mayor asesino de la historia de Colombia empieza a desatar un escalofriante y violento (y exagerado) plan para salvaguardar su riqueza antes de que el Gobierno le detenga.
Podría ser un malo de James Bond, o de Batman, o incluso una especie de Lex Luthor narcotraficante. Sobre él hay varios documentales y una serie de televisión, algo así como Crematorio versión Colombia, titulada Pablo Escobar, el patrón del mal. ¿Por qué les gusta tanto a los directores juguetear con la figura de este sádico padrino?
Una banda de secuaces a la altura
Como en cualquier buen thriller, la aparición del villano se hace esperar. En la película de Di Stefano, Del Toro aparece primero en un cartel gigante y después en medio de un mitin haciendo uso, con una gran energía, del dichoso populismo que lo convirtió en santo varón de Colombia. Para entonces los protagonistas, el joven Josh Hutcherson (Los juegos del hambre) y Claudia Traisac, ya han vivido la mitad de su historia de amor. Es en ese momento, tras la aparición del narco, cuando esta película comienza a desplegar todo tipo de excentricidades con el objetivo de cumplir las expectativas de los espectadores más curiosos.
El zar de la cocaína estaba obsesionado con el oro, toda la cubertería estaba bañada de este metal precioso. En su Hacienda Nápoles, que era su centro de operaciones, había centenares de animales exóticos y algunas reliquias extravagantes como el coche en el que murieron Bonnie y Clyde. En la casa de Escobar también aparecen charcos de sangre, y armas, y coca, mucha coca. El producto nacional que exportaba al resto del mundo.
No se pretende trivializar con las terribles atrocidades llevadas a cabo por el capo. Al menos no más de lo que frivoliza el sicario más famoso de El Patrón, Jhon Jairo Velásquez Vásquez, también conocido con el alias de Popeye, en las entrevistas que concedió tras su estancia en la cárcel o en los libros que escribió. En una de ellas declaró que le aburrían mucho las películas de acción ya que su vida cotidiana junto a Escobar superaba con creces cualquier ficción. Se calcula que Popeye mató a más de 300 personas aunque nunca a nadie que estuviera con niños. Secuaces como Popeye solo aumentan las posibilidades cinematográficas de Don Pablo. En la película de Di Stefano este asesino a sueldo de El patrón es interpretado por Carlos Bardem.
El punto débil del villano
Que Pablo Escobar es una figura atractiva para escritores y cineastas es un hecho. Y es normal que así sea, sobre todo en una época en la que el espectador medio es capaz de empatizar con tipos tan despreciables como Tony Soprano o Walter White. Todo villano tiene un punto débil, el de Escobar era la ambición. Fueron sus incontrolables ganas por aumentar su imperio lo que le condujeron a su final.
Ni siquiera Batman, recurriendo a la comparación de Del Toro, hubiera podido acabar con la tiranía de Escobar. El único que tenía la posibilidad de terminar con los crímenes del narco era el propio Gobierno de Colombia. “La legalización de la droga sería la cosa más inteligente que se podría hacer en el mundo. Si no se hace es porque el gran negocio de la droga es también el gran negocio de los bancos, que blanquean el dinero”, sentencia Carlos Bardem.
Su compañero de reparto, Benicio del Toro, no es tan tajante: “Hay drogas muy duras como la heroína o el éxtasis… pero sí creo en la legalización de la marihuana, quizá sería la única forma de eliminar la violencia de la droga”.
Mientras la legalización solo sea un tema polémico de sobremesa, tipos como Pablo Escobar seguirán existiendo y asesinando. Los narcotraficantes continuarán forjándose una carrera como villanos. La novela negra y los thrillers se nutrirán de sus atrocidades. Y la realidad seguirá superando a la ficción. Sencillamente Joker no da tanto miedo como Pablo Emilio Escobar Gaviria.