Opinión

¿Reconciliación y concordia?

18 de julio de 2023 22:14 h

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El golpe de Estado franquista contra la II República, elegida democráticamente, no fue sinónimo de “concordia” ni de “reconciliación” cuando miles de españoles tuvieron que exiliarse, sufrir duras condenas en la cárcel o ser fusilados a las afueras de sus pueblos en las oscuras décadas de los 40 y los 50. Es la vida al revés, o cómo retorcer las palabras para que signifiquen lo opuesto a su significado real ¿Qué entiende el señor Feijóo y sus adláteres por reconciliación y concordia? Primo Levi dijo que cada época tiene su propio fascismo. El de esta época se llama Vox y va de la mano del PP. El señor Feijóo dice que después de derogar la Ley de Memoria Democrática se sacará de la manga una norma que buscará “sentirnos orgullosos de nuestra historia”. Nuestra historia hay que asumirla, sin blanquearla ni validar sus rincones mas siniestros. 

¿Se siente el señor Feijóo orgulloso de los cien mil desaparecidos durante la guerra y la dictadura? ¿Dónde ve él la “división en bandos” a la que alude últimamente? Solo hay un bando, si quiere llamarle así a los familiares de las víctimas del franquismo, que llevan toda la vida soñando poder abrazar los restos de sus abuelos, sus padres, sus tíos, sus bisabuelos… ¿Qué división pueden crear estos ancianos y ancianas que solo piden enterrar dignamente a sus familiares? Es una cuestión humanitaria. No tiene que ver con la política y solo provocará una emoción inmensa por haber cumplido un sueño que nunca ha estado claro que se cumpliría, el sueño de que por fin tendrán un lugar donde rezarles y llevarles flores a sus familiares desaparecidos. En esto consiste esa amenaza de división nacional que anticipa el señor Feijóo. Es ridículo, si no fuera tan desesperadamente triste.

Estoy de acuerdo en que los españoles deberíamos interiorizar la necesidad de convivir con los otros españoles que no piensan como nosotros. Ante la amenaza de derogar las leyes de Memoria Democrática y la Ley Trans, y de que revisará y ajustará la ley de Eutanasia, la de Vivienda, la de Cambio Climático, y la de Bienestar animal, nuestra convivencia parece más difícil que nunca. Y deberíamos mostrarnos más preocupados de lo que parece que estamos.

Estos últimos días ha aludido también el señor Feijóo, como eje consensuado de los principios democráticos, al pacto de la Transición, un pacto al cual estoy muy agradecido porque sin él yo no hubiera existido. Mi cine, quiero decir. Pero todos sabemos que la mayor virtud de las fuerzas de izquierdas, y de derecha, supongo, fue su pragmatismo. Era muy difícil arrancar una democracia mínimamente verosímil después de cuarenta años de dictadura. Los habitantes de ese submundo que todavía son las fosas, las cunetas y los paredones, fueron condenados por el franquismo a la no existencia. Esa zanja anónima condena a sus víctimas a la no existencia. Solo vivirán en el recuerdo de sus familiares.

Y estas mismas víctimas, los cien mil que hacen de nuestro país el segundo después de Camboya en cuanto a personas desaparecidas, fueron una vez más ignoradas en el pacto de la Transición, de nuevo por el pragmatismo (y el miedo comprensible) de la izquierda (no en vano tres años después hubo un intento de golpe militar). Este comprensible sentido práctico de la izquierda española los condenó por segunda vez a no existir. Fueron doblemente héroes y doblemente víctimas. Y esa es una deuda moral que después de más de 80 años la democracia española no ha pagado aún y el tiempo apremia. Hubo una ocasión de oro para abordar el tema de las fosas en las sucesivas mayorías absolutas del PSOE. Pero no se hizo. Como muy bien dice Emilio Silva (presidente de Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica) nadie le preguntó a su abuela si quería morirse sin saber dónde estaba el cuerpo de su marido.

No hay ninguna razón para pensar que la simbiosis PPVOX en Extremadura, Baleares o Comunidad Valenciana, vaya a cambiar de discurso cuando lleguen (si llegan, que todavía hay partido, este es un mantra que no dejo de repetirme) al poder en las próximas elecciones generales. ¿Por qué habrían de hacerlo? Nos estamos acostumbrando a escuchar sus mentiras, a leerlas en los periódicos, como si no tuvieran que ver con nosotros. Nuestra vida cambiará a mucho peor sin los derechos humanos conquistados a punto de derogarse. Ellos amenazan y nosotros permanecemos impasibles. El miedo es el peor consejero, pero en estos momentos creo que puede convertirse en nuestro mejor aliado. Porque el panorama es aterrador. 

Comprendo lo frustrante que es ir a votar cuando realmente no confías en ninguna de las ofertas de los partidos. Pero hay que hacerlo, hay que participar aunque sea a regañadientes con uno mismo. La vida no será perfecta con Pedro Sánchez y Yolanda Diaz, pero es el modo más coherente de continuar progresando, sin mirar atrás, como la mujer de Lot. No estaría de más que Sánchez reconociera el grave error de la “ley del sí es sí”, y de paso que reconociera también que tardar ocho meses en reformarla es demasiado tiempo. De ese modo, tal vez desactivaría la coletilla utilizada hasta la saciedad por la derecha contra él. La ley “del sí es sí” en la actualidad es el equivalente a los casos de corrupción del PP, que el PSOE utilizaba en los debates de las otras legislaturas. 

Pero no hay punto de comparación. Como no lo hay entre Abascal y Yolanda Diaz. ¿No hay nada que se pueda hacer para obligar a alguien que pretende gobernar este país a debatir en la televisión pública de ese mismo país con las otras opciones políticas? Debería ser una obligación que los partidos que concurren a unas elecciones debatieran en los medios públicos, no solo en aquellos que le son afines.

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