Pixar lo ha vuelto a hacer. La anterior película de la factoría, la infravalorada El viaje de Arlo, recaudó un total de 123 millones de dólares en EEUU durante toda su vida en pantalla. Unos números más bien discretos para la compañía que, ahora, parecen insignificantes. Buscando a Dory, la secuela de la ya exitosa Buscando a Nemo, ha amasado un total de 136 millones de dólares en su estreno estadounidense. Una cantidad que la convierte en el mejor estreno que ha tenido una película de animación en la historia, un puesto que hasta entonces ostentaba Shrek tercero, que se había hecho con 121 millones.
Los gurús de la compañía ya habían previsto un estreno por todo lo alto cuando afirmaron que esperaban ganar 125 millones en el primer fin de semana. Un dato con el que querían romper la maldición de las secuelas que 2016 había arrastrado hasta entonces. Pero, como vemos, se quedaron cortos siendo optimistas.
Unos números que le van bien a Andrew Stanton, director de la película y uno de los nombres más destacados de la factoría. Él es el responsable de los guiones de Toy Story, Bichos, una aventura en miniatura o Monstruos S.A. y el director de una obra maestra como Wall·E y de la primera parte de la película con la que acaba de batir récords. Pero también es el resposable de uno de los mayores descalabros de la historia reciente de Disney: John Carter. Su salto al cine de imagen real supuso pérdidas millonarias a la compañía, que consiguió recuperar poco más de un cuarto de lo que había costado el film.
Años después, Stanton parece totalmente recuperado del batacazo y su última creación ya va dando sus frutos. Unos frutos enormes y jugosos. Pixar es un valor seguro, casi el más seguro de Disney en la actualidad. Cada nueva obra sigue reafirmando su mérito: desde su constante aceptación y reconocimiento por parte de la crítica hasta su triunfo generacional en la siempre positiva respuesta del público.
Con Buscando a Dory, se espera el éxito del año, teniendo por delante el inicio de la campaña estival y una maquinaria de promoción dispuesta a darlo todo. Como el propio Stanton, que ha pasado por España a promocionar la película, realizando el lunes una Masterclass en la Fundación Giner de los Ríos ante estudiantes de animación y periodistas.
Una fórmula casi perfecta
Con la sala repleta de estudiantes, Stanton sonríe y mira al público. No le sorprende la edad de los asistentes, y así empieza su Masterclass, dejando claro que lleva 26 años haciendo animación. Es decir, que la mayoría de los allí presentes no existían cuando él empezó a trabajar con Pixar. “Todo parte de una idea, una especie de gusanillo que se te mete dentro y que quieres saber si tiene algo que decirte”, explica el realizador de Buscando a Dory. “Perseguir esa idea es como ser arqueólogo, vas rascando y profundizando en ella. Entonces te encuentras un hueso, luego otro y otro hasta descubrir una criatura que no tenías ni idea de que estaba ahí”, resume.
Stanton se muestra simple, claro y sonriente. Como si se estuviese en el escenario sobre el que habla por pura casualidad. Como si no fuese el Vicepresidente Creativo de Pixar, ni por delante de él pasasen todos y cada uno de los proyectos presentes y futuros de la compañía. Por eso, cuando explica cómo ponerse a escribir esa idea, siempre tiene a mano un símil efectivo. Es un storyteller en toda regla. “Escribir es como tocar un instrumento. No puedes llegar y ponerte a tocar, como tampoco puedes escribir y pensar que la primera vez lo haces perfecto. Para tocar un instrumento, tienes que practicar muchísimo. Para escribir un buen guión, tienes que reescribir muchísimo”, asegura Stanton. De escribir, él sabe bastante. También, del largo proceso que conllevan todos los borradores de guión: Wall·E tuvo cuatro guiones distintos, John Carter llegó hasta los nueve libretos. En el caso de Buscando a Dory, fueron siete guiones y tres años y medio de trabajo.
“Los dos primeros pasos para hacer una película suelen ser siempre los mismos: el gusanillo y el horno”, dice sonriente. “El gusanillo es el germen de todo. En este caso es la pregunta '¿Qué le pasó a Dory?'. Y el horneado es cuando tienes que preguntarte si esa inspiración es suficientemente fuerte para invertir tus próximos años de vida en ella”, cuenta Stanton. Para él, es un compromiso que no puedes eludir. En ese momento “tienes que decidir si pasas del picor y se te va solo, o decides rascártelo porque por mucho que intentes ignorarlo, sigue ahí”.
Si decides rascarte, toca vender tu historia al jefe. Él lo llama la fase de propuesta, “tienes que describir a los demás la película que has visto en tu cabeza”. Si tu jefe es John Lasseter, el Director Creativo de Pixar y máximo representante de la compañía para con los jefes supremos de Disney, sabes que tu idea tiene que ser buena. No puedes intentar venderle una chorrada. Aunque a Stanton lo tuviera fácil porque su jefe también quería hacer una secuela de Buscando a Nemo, algo tuvieron que ver los 936 millones de dólares en todo el mundo que había recaudado aquella.
“Si te dice que sí, te tienes que poner con el perfil del guión para comprobar si tu idea se puede llevar a cabo, si es realista en sus aspiraciones”. Una vez adoptado vistas las perspectivas, viene el infierno, hacer el primer guión. “Es una auténtica pesadilla porque no vas a poder disimular las carencias de tu historia, así que tienes que dejar que lo lean los demás y aceptar sus críticas”. En el caso de Buscando a Dory lo escribió Victoria Strouse. “Yo había escrito una historia de dos hermanas, Dory se encontraba con una hermana que no recordaba. Pero Victoria le dio la vuelta completamente. Necesitaba una visión femenina, porque esta vez la historia la protagonizaba un personaje femenino”, resume.
Después de las sucesivas lecturas de guión, en Pixar realizan un reel, una versión animada de la historia completa a base de bocetos y storyboards. El trabajo de los animadores dedicado a Buscando a Dory asciende a los 103.639 storyboards, en un total de seis reels diferentes. Estamos hablando de seis películas básicas de 90 minutos con su planteamiento, nudo y desenlace. En alguno de ellos, claro, tienes que rendir cuentas ante los que te pagan. “Cuando la enseñamos a los de Disney, no les gustó nada. Y eso fue clave. Nos chocamos contra un muro enorme y ya no teníamos tiempo de retroceder”.
El equipo de Stanton tuvo que replantearse el asunto, había algo que no cuadraba en aquella “protopelícula”. Pero habían llegado al punto de no retorno en el que ves que algo no va bien, pero ya has invertido demasiado dinero como para dejar que eso te pare. “Entonces empezamos a plantearnos que sabíamos demasiado poco de Dory y por eso no nos implicábamos emocionalmente con ella. Así que trabajamos en su pasado y en lograr un universo propio para el personaje”.
Cuando el equipo creativo consigue superar sus peores momentos, “es como si te quitases una venda de los ojos, las cosas empiezan a encajar y tu equipo ya no está tan incómodo”. Su forma de superar el bache “fue desnudar toda la trama para llegar al mensaje último”, asegura el director de Wall·E. Entonces “nos dimos cuenta de que la historia no iba de Dory buscando a su familia, sino Dory buscándose a sí misma y descubriendo quién es”.
Nuevos enfoques, mismo objetivo
Buscando a Dory, como decíamos, ya es la película de animación con el mejor mejor estreno de la historia de EEUU. Ahora empieza su carrera internacional y el miércoles llega a los cines españoles, aunque se prevé que le irá bien allá donde se estrene. La fórmula Pixar, como la de la Coca-Cola, casi siempre termina funcionando aunque no se conozcan todos su componentes. Tal vez sea por eso.
En este caso, la película se mueve entre el cine de aventuras más propio del estilo de Brad Bird, director de Los Increíbles, y la emotividad de Up o Wall·E. Y no se decide por ninguno de los dos: la acción arranca desde el minuto uno y no da un respiro al espectador, que llega a plantearse si no se abusa en su desarrollo de la misma treta argumental. Para cuando parece que el conjunto es una secuela que, hace unos años, se hubiera estrenado directamente al formato doméstico, Buscando a Dory pone toda la carne den el asador de la emoción. Entonces descubres un manejo magistral de la narrativa que juega con la implicación del espectador como si de un muñeco se tratase.
En esta ocasión Dory busca a sus padres acompañada de Marlin y Nemo, el padre e hijo de la primera parte. En su viaje por los mares de la costa californiana, los peces se las verán con todo tipo de obstáculos, a ritmo trepidante, hasta llegar a un parque temático que también es un hospital para peces.
Es curioso que el nuevo enfoque de la secuela persiga el mismo objetivo que las más arcaicas producciones de Disney: alzar el valor de la familia unida por encima de todas las cosas. Aunque el mensaje último, como bien disimula Stanton, es el que dirige la voluntad de su protagonista: descúbrete a ti misma. Es decir, Buscando a Dory cambia el continente pero no el contenido, la pecera ahora es un parque, pero la superación personal es lo que lleva a la aceptación plena del seno familiar. Las mismas temáticas sobrevuelan las mismas producciones. Aunque bien disimuladas bajo toneladas de entretenimiento encantador que equilibra la lágrima con la risa, la acción con la calma, y hace que todo recaiga sobre personajes memorablemente construidos.
A priori, parece una propuesta poco arriesgada, pues no hay ni rastro de la genialidad de los conceptos que manejaba Del Revés. Tampoco innovación alguna en la calidad de animación, que sigue en su excelente línea. Con todo, es difícil resistir su embestida a tu lacrimal. Para muestra, un botón: ahí queda su récord de taquilla. Tal vez todo se resume a lo que aprendió Andrew Stanton de Steve Jobs: “Tienes que saber lo que el espectador quiere, antes de que lo quiera”.