Los horarios para cuadrar los pases del Festival de Cannes son un encaje de bolillos casi imposible. Proyecciones, ruedas de prensa, entrevistas… Imaginen que a ese puzzle hay que sumar otro factor: ir a misa. Eso es lo que le ocurre al jurado ecuménico del Festival de Cannes, que desde 1974 entrega un premio paralelo (fuera del palmarés oficial) entre todas las películas de la Sección Oficial. ¿Un jurado religioso en el certamen más prestigioso del cine de autor? Sí. Seis personas que son seleccionadas por las asociaciones Signis e Interfilm y que deben tener solo un requisito: ser miembros de la iglesia cristiana. Son periodistas, teólogos, profesores o incluso pastores de diferentes partes del mundo.
Un jurado que busca películas que “muestren tanto valores artísticos como humanos, que reflejen la profundidad del alma y la complejidad del mundo, que evidencien la justicia, la dignidad humana, el respeto por el medio ambiente, la paz, la solidaridad, la reconciliación... valores del Evangelio ampliamente compartidos en todas las culturas. En sus elecciones, el jurado ecuménico muestra una apertura a la diversidad cultural, social o religiosa”, dicen en su definición oficial.
Se trata de un premio que nace de forma independiente para entregar en los festivales de cine de todo el mundo en 1973. Su primera vez fue en el Festival de Locarno y un año después ya llega al Festival de Cannes. Lo crean los periodistas, críticos y profesionales del cine cristianos y actualmente se sigue entregando en ambos, además de en Montreal (desde 1979), Berlín (1992) y Karlovy Vary (1994). En otros certámenes, como San Sebastián, no existe como tal, pero sí que la asociación Signis entrega un premio fuera del palmarés oficial que el año pasado fue para Maixabel por su “mensaje universal de esperanza y reconciliación” y por mostrar “que el odio y la venganza no tienen la última palabra”.
El domingo, pocas horas después de acudir a los oficios religiosos, el jurado ecuménico del Festival de Cannes se enfrentaba a una de las propuestas más duras de la Sección Oficial, Holy Spider, un thriller sobre un asesino de prostitutas que mostraba en una escena una felación de forma explícita. Nada comparado con el año anterior, cuando el jurado ecuménico se tuvo que enfrentar a Benedetta, la provocadora película de Paul Verhoeven sobre una monja lesbiana que se masturbaba con una figura de Jesucristo y que era, en realidad, un ataque contra el excesivo poder de la religión en la sociedad. Evidentemente, ninguna de las dos ha merecido el reconocimiento de este jurado. El año pasado, eligieron Drive my car, una película sobre el perdón, el duelo, la incomunicación y un concepto tan cristiano como la culpa que, además, incluye una representación teatral inclusiva con un personaje sordo.
Este año ha logrado el premio del jurado ecuménico Hirolazu Kore-Eda gracias a Broker, la historia de dos hombres que venden niños que las madres abandonan en las llamadas baby-box de Corea. Un filme que navega siempre en la fina línea del mensaje provida y en la que sus dos protagonistas se lucran buscando la mejor familia para esos niños. El jurado destacó que el filme “muestra de manera íntima cómo la familia puede no tener lazos de sangre”. “Las vidas y las almas están siendo protegidas por un entorno seguro creado por los tres adultos y un niño huérfano alrededor del bebé. Todos los personajes principales están lidiando con la culpa de una manera vulnerable”, dijeron en su acta.
Pero, ¿qué valores examina un jurado ecuménico: los cinematográficos o los morales?, ¿cómo se enfrentan a películas sobre el aborto o títulos como Benedetta? La periodista rumana Irina-Margaret Nistor explica a elDiario.es cómo entró a formar parte del jurado ecuménico de ese año. “Soy crítica de cine, y también conozco y he seguido a la gente que ha estado antes en este jurado y las películas que han premiado. Hace un par de años estuvo un director rumano en el jurado, y le conocí aquí. Yo soy miembro de Signis en mi país, y conozco a otras personas que han sido miembros de este jurado en Berlín. Estoy muy contenta porque soy cristiana, y durante el periodo comunista estaba prohibido ser cristiana”, cuenta sobre su implicación.
No puedo recomendar películas que me impresionen o que me hagan llorar, o que sean muy intensas desde el punto de vista cristiano. Estoy en contra de algo que sea muy violento
En las películas busca “valores cristianos”. Y, en un momento como el actual, estos se concentran en “la paz, la esperanza y también que esté bien rodada y se pueda recomendar a otras personas”. “No puedo recomendar películas que me impresionen o que me hagan llorar, o que sean muy intensas desde el punto de vista cristiano. Estoy en contra, por ejemplo, de algo que sea muy violento. Pero eso es mi punto de vista y somos seis personas, luego hay que votar”, aclara.
Para Irina Nistor es duro enfrentarse a películas como Benedetta. “Preferiría no haberla visto”, dice contundente sobre el filme de Paul Verhoeven y luego rebaja la tensión de esta manera: “De vez en cuando digo de broma que algo debí hacer mal en otra vida para que de vez en cuando me toque ver películas como esa… son pecados a expiar”. Pero admite que a veces las películas le hacen tener “debates internos” e incluso “cambiar de opinión”.
Para ella no es extraño que se entregue un premio religioso en un festival de cine en un país laico, y señala que hay “iglesias católicas por toda la ciudad, de hecho la más importante está en frente del Palais”, la sede principal del evento cinematográfico. “Creo que todos los participantes de este festival han rezado al menos una vez en su vida y creo que es importante no solo rezar por la mañana sino demostrarlo en cada gesto, tener estos valores, y me refiero a tenerlos también cuando se hace una película”.
Su compañera en el jurado Praxedis Bouwman (de la Iglesia Evangélica Luterana), de Países Bajos, no es tan tajante como ella con películas como Benedetta, sino que cree que “todas las películas merecen una discusión y ser vistas”. “Es bueno salir de nuestras zonas de confort y discutir. Siempre es bueno intentar entender a los demás”, opina esta periodista y graduada con un máster en estudios religiosos que forma parte de Interfilm desde hace años y que asegura no tener problemas respecto a temas que podrían ser conflictivos para un jurado religioso.
Para otorgar el premio, Bouwman busca películas que “hablen de temas cristianos, sobre la dignidad humana, la igualdad, temas actuales en esta sociedad y que estén hechas de una forma creativa”. Confiesa que ha habido discusiones, a veces “un poco acaloradas, pero siempre constructivas” y también responde a aquellos que creen que un premio religioso no pinta nada en un festival de cine: “¿Eres consciente de que el lenguaje cinematográfico es altamente simbólico y se basa en el cristianismo cuando viene de países con una cultura cristiana?”.